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Desparrame contra Brufau

“Godo”. Ése es el apelativo más generalizado de cuantos se profirieron este viernes contra el presidente ejecutivo de Repsol tras su apoteósica rueda de prensa del día anterior. Godo, sin ambages, le llamaron Ana Oramas, de Coalición Canaria, y Román Rodríguez, de Nueva Canarias. De manera más sibilina es el mismo concepto que subyacía en las declaraciones públicas de otros dirigentes políticos de Canarias, algunos de los cuales ya lo ponían bonito cuando apenas se había apagado el aire acondicionado de la sala donde depuso sus argumentos Antonio Brufau. Lo anunciábamos ayer aquí mismo: ha venido a armarla y la ha armado. El presidente de Repsol no venía, como dijo, a ofrecer nada a Lanzarote y a Fuerteventura, sino a tratar de imponer su criterio empresarial de que lo mejor que le puede pasar a Canarias es que haya petróleo, el mismo mensaje pero en construcción perversa que en su día lanzó Soria: “La tragedia sería que no hubiera petróleo”. La intención ?todavía es pronto para saber si lo ha conseguido- no era otra que la de provocar el distanciamiento ente las instituciones opositoras y los ciudadanos de Canarias, de ahí que la clase dirigente haya saltado como lo ha hecho. El poder que otorga el dinero, la atalaya en que se sitúan los que empiezan sus aventuras empresariales con una inversión de 350 millones de dólares a ver si hay petróleo o gas, conduce con frecuencia a olvidar que a esos ejecutivos los eligen los consejos de administración y a los dirigentes políticos el pueblo soberano, con sus errores y sus aciertos. Pero es comprensible la actitud de Brufau y de Repsol, sobre todo si concluimos, sin mucho esfuerzo, que puede haber sido José Manuel Soria el que le haya pedido que, por una vez y sin que sirva de precedente, los titulares (y las hostias) se las lleve otro que no sea él.

“Godo”. Ése es el apelativo más generalizado de cuantos se profirieron este viernes contra el presidente ejecutivo de Repsol tras su apoteósica rueda de prensa del día anterior. Godo, sin ambages, le llamaron Ana Oramas, de Coalición Canaria, y Román Rodríguez, de Nueva Canarias. De manera más sibilina es el mismo concepto que subyacía en las declaraciones públicas de otros dirigentes políticos de Canarias, algunos de los cuales ya lo ponían bonito cuando apenas se había apagado el aire acondicionado de la sala donde depuso sus argumentos Antonio Brufau. Lo anunciábamos ayer aquí mismo: ha venido a armarla y la ha armado. El presidente de Repsol no venía, como dijo, a ofrecer nada a Lanzarote y a Fuerteventura, sino a tratar de imponer su criterio empresarial de que lo mejor que le puede pasar a Canarias es que haya petróleo, el mismo mensaje pero en construcción perversa que en su día lanzó Soria: “La tragedia sería que no hubiera petróleo”. La intención ?todavía es pronto para saber si lo ha conseguido- no era otra que la de provocar el distanciamiento ente las instituciones opositoras y los ciudadanos de Canarias, de ahí que la clase dirigente haya saltado como lo ha hecho. El poder que otorga el dinero, la atalaya en que se sitúan los que empiezan sus aventuras empresariales con una inversión de 350 millones de dólares a ver si hay petróleo o gas, conduce con frecuencia a olvidar que a esos ejecutivos los eligen los consejos de administración y a los dirigentes políticos el pueblo soberano, con sus errores y sus aciertos. Pero es comprensible la actitud de Brufau y de Repsol, sobre todo si concluimos, sin mucho esfuerzo, que puede haber sido José Manuel Soria el que le haya pedido que, por una vez y sin que sirva de precedente, los titulares (y las hostias) se las lleve otro que no sea él.