Más de 4 buenas razones para no eliminar la televisión
Javier Pérez de Silva, nuevo Director Adjunto de Producciones 52, reflexiona sobre la calidad de los contenidos televisivos en la edición especial “Los Talentos de la Academia” que acompaña este mes a la revista de la ATV, Carta de Ajuste. Hace cuarenta y ocho años, la televisión era otra cosa. Casi todo era otra cosa, pero la televisión, más. En 1956, cuando nació en España, la televisión era un sueño, una ilusión, algo mágico, casi inexplicable. Hoy día, que precisamente estamos de aniversario, la televisión también es otra cosa. Para mucha gente, pura basura. En estos tiempos que corren, decir que la tele está podrida, vende. Por eso se reeditan libros como el que escribió Jerry Mander hace 27 años, 4 buenas razones para eliminar la televisión, en el que se asegura que la televisión, nuestra querida y denostada tele, es tan poco “reformable” como lo son las armas atómicas en manos de cualquier ejército. Y por tanto, hay que acabar con ella. Prohibirla. La televisión es la culpable de todo lo que pasa en la sociedad. Y en fin... como decía el filósofo “no es eso, no es eso...”
Vale. Es cierto que vivimos tiempos de confusión catódica. Los curas actúan como showman con sotana, los toreros cantan, literal y metafóricamente, y hay humoristas que imitan a otros humoristas y acaban teniendo más éxito que los originales. Hay directores de cine que hacen tertulias sobre su propio trabajo y cocineros que además de salir por la tele clonados –en dos cadenas a la vez- producen películas y de éxito. Y hay gente que salta de la TV al cine y otros que lo hacen al revés cuando se quedan sin trabajo. Hay programas que inspiran discos, películas que se convierten en series y viceversa. A la tele llegan policías que han colgado la placa y médicos sin consulta que ahora son contratados como gallitos para peleas dialécticas en los corrales de las cadenas. Y grandes hermanos y hermanas que de familia no tienen absolutamente nada, salvo las broncas y los gritos que se meten entre sí.
Y claro, con toda esta corte de los milagros que llega a nuestras casas a través del televisor, es normal que se nos nublen la mente y los ojos, y ni siquiera miremos otros universos televisivos. Pero hay muchísimas más de cuatro buenas razones para no eliminar la TV. Sobre todo la de calidad.
¿Y qué es la TV de calidad? El que lo sepa que levante la mano. Ah sí, yo tenía una buena definición. No es mía, pero la asumo plenamente. Se la escuché a alguien que es un crítico consumado del medio, pero que no ejerce profesionalmente como tal. Se trata de Joaquín Sabina, que acudió al programa que tenía Andreu Buenafuente en TV3, llamado “La cosa nostra”. Allí, Sabina contó que una noche de descanso en Tarragona, en medio de una de esas giras interminables de drogas, sexo y rock and roll, vio en el televisor de la habitación de su hotel el programa de Buenafuente y pensó: “¡Caramba –realmente Sabina dijo joder-, un tío que hace televisión sin faltas de ortografía!”.
Bueno, pues si echamos un vistazo a nuestras parrillas, existen numerosos programas y series sin faltas de ortografía: Aquí no hay quien viva, Siete vidas, Mi cámara y yo, Cuéntame, Homo Zapping, Dos rombos, Siete días siete noches, Madrid Directo, El club de la comedia, Animalia… Podría seguir muchísimo más. Hay mucho talento en la televisión española. No sé si me explico. Malos tiempos estos en los que hay que recordar lo obvio, que diría Bertolt Brecht.
Hace 48 años del nacimiento de la tele en España, decíamos. En este tiempo, la televisión se ha multiplicado por sí misma varias veces y las posibilidades que ofrece comerciales, profesionales y educativas, como vehículo informativo o de entretenimiento, también. Y aunque la televisión siempre manejó dinero, el problema es que ahora parece que es el dinero el que maneja la televisión. Las decisiones que antes se tomaban en petit comité, en pequeños grandes despachos, se toman ahora en oficinas de lujo, restaurantes de cinco tenedores japoneses o en campos de golf. Las viejas lealtades de los presentadores, caras identificables de programas y cadenas, son ya un mero recuerdo. Ahora van y vienen en un baile sin ritmo que se mueve al son de los intereses de un mercado cada vez más futbolero.
¿Es malo todo esto? Es inevitable, en cualquier caso. Y, se mire por donde se mire, hay algo que permanece inmutable y que hace a la televisión reconocible, a pesar de los cambios: cada vez que encendemos la tele para ver Cuéntame, la emoción es la misma que cuando esperábamos aquel nuevo viejo programa Un, dos, tres; cada vez que retrasamos la cena para no perdernos Siete vidas, la ilusión es la misma que cuando nos tragábamos Verano azul sin respirar; cada vez que nos enganchamos a Aquí no hay quien viva, los deseos de escribir series tan divertidas como Farmacia de Guardia son los mismos; cada vez que nos enchufamos a cualquier telediario, nuestro pasmo es el mismo que hace cuarenta, veinte o diez años… más o menos. En fin, que el viejo invento inglés era y es impecable. Se puede modificar, pero nunca eliminar. Su sustancia es inalterable. Parafraseando a aquél viejo entrenador de fútbol, que aplicaba esta frase al glorioso deporte del balompié, podríamos concluir que “la televisión no es cosa de vida o muerte, sino algo mucho más serio”.
Me gustaría dejar como final de este artículo un par de apuntes: estoy de acuerdo con Felipe González y Juan Luis Cebrián en una cosa: “El futuro ya no es lo que era”. Pero esto ya lo dijo hace mucho tiempo el escritor Paul Valery. Y para los que no les gusta la televisión de hoy y buscan más de cuatro razones para acabar con ella, añadiría otra frase como despedida: “La mejor manera de predecir el futuro es inventarlo”. Sólo que a estas alturas de la televisión que nos ha tocado vivir, ya no sé si esto lo dijo Nicholas Negroponte o el padre de los Simpson. ¿O quizá fuera el padre Apeles? En cualquier caso, yo le pediría a los compañeros académicos que inventemos lo que inventemos en los próximos años para nuestra querida televisión, que sea, por favor, como decía Sabina, sin faltas de ortografía.
Javier Pérez de Silva
Director General Adjunto de Producciones 52