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La caída de Casado (y los suyos) también afecta a Canarias

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La caída en desgracia de Pablo Casado y su mano derecha, Teodoro García Egea, también tendrá inmediatas consecuencias en Canarias. Y no solo en el Partido Popular, que acaba de elegir presidente regional de aquella sandunguera manera que se eligen los dirigentes en los partidos marcadamente piramidales: a dedo y con una simulación de congreso. Manuel Domínguez, el flamante nuevo presidente de los populares canarios, se apresuró al estallar la inmensa crisis de su partido a ponerse del lado del líder nacional, el que lo ungió, para que se notara desde el primer momento el tamaño de sus lealtades. Luego matizó su euforia con una llamada a la unidad y a la recomposición de la organización, para, finalmente, pedir la adopción de medidas que conduzcan a “recuperar la estabilidad” en el partido.

Pero la defenestración de Pablo Casado, y con él la de todo el equipo de matones e inútiles políticos que lo han acompañado por todas las granjas de España estos cuatro años, no solo deja huérfana a la nueva dirección regional del PP canario. También deja sin interlocución directa con la sede central de la calle Génova a la cúpula de Coalición Canaria, más concretamente a su secretario general, Fernando Clavijo, del que se dice que se pasa más horas allí que cumpliendo sus labores como senador por la Comunidad Autónoma.

Clavijo y Teodoro García Egea trabaron una hermosa amistad durante las negociaciones del verano de 2019 tras las elecciones autonómicas que provocaron la primera derrota seria de Coalición Canaria. Clavijo convenció al secretario general del PP de que podían gobernar juntos con la ayuda de Ciudadanos, cuya dirección nacional había puesto la proa a hacer presidente a alguien imputado en causas relacionadas con la corrupción, cual era y es aún hoy el caso de Fernando Clavijo. Es cierto que por entonces la losa que pesaba sobre él era la del caso Grúas, maravillosamente archivado sin escuchar a las partes por el presidente de la Sala Segunda del Tribunal Supremo, el canario Manuel Marchena, el mismo que un famoso senador del PP, Ignacio Cosidó, dijo que les ayudaría a controlar el más alto tribunal “por la puerta de atrás”. No hay constancia alguna de que esa estrecha amistad entre Clavijo y los mandarines de la calle Génova, número 13, haya tenido nada que ver con ese archivo.

García Egea se entusiasmó tanto con Clavijo en aquellas negociaciones para formar gobierno en Canarias que llegó a cargarse al presidente regional de su formación, Asier Antona, por su intransigente oposición a seguir dándole oxígeno a Coalición Canaria, su principal rival electoral en islas como Tenerife o La Palma. El clímax de la amistad y la camaradería llegó al punto en el que Egea aceptó que la candidata a presidenta de la Comunidad Autónoma fuera la diputada María Australia Navarro con Clavijo de vicepresidente pero con todas las prerrogativas del Boletín Oficial de Canarias a su disposición. Navarro aceptó también convertirse en una mujer florero, y se conformó, al fracasar la ocurrencia, con quedarse como presidenta interina del partido haciendo exactamente estos últimos tres años lo que le ordenaba Clavijo por indicaciones expresas de Egea.

Aquel patoso intento de García Egea de formar parte del Gobierno de Canarias fracasó, como es sabido, lo cual no ha sido obstáculo para que se haya seguido creyendo las milongas de Fernando Clavijo. Si hubiera preguntado a los suyos aquí, el defenestrado secretario general del PP sabría que si aquel verano de 2019 no sumaban, mucho menos sumarían ahora. Y no solo por la práctica desaparición de Ciudadanos, también en Canarias, sino por la caída lenta pero al parecer inexorable que las encuestas dan a Coalición Canaria.

Cada día se conocen nuevas deserciones, gente que abandona las siglas seguramente acostumbrada a lidiar siempre desde el poder, que fue desde el que y por el que nació hace 30 años Coalición Canaria. La última estampida conocida es la de la asamblea local nacionalista de Gáldar, cuyo destino ahora mismo es una incógnita pero que, si continúa la dinámica tradicional, puede acabar en peso en el partido de la familia Bravo de Laguna, Unidos por Gran Canaria, que no para hacer acopio de descontentos y descarriados tanto de CC como de Ciudadanos, y algún que otro nostálgico del PP que no quiere saber nada de la ultraderecha de Vox.

Pablo Rodríguez, el líder (por llamarlo de algún modo) de CC en Gran Canaria, lanza ofertas por doquier. Parece que está bastante cerca de creérselas la diputada tránsfuga de Ciudadanos Vidina Espino, a la que se le acaban o al menos se le reducen las opciones serias de poder continuar en la política institucional a partir de 2023. Pero en el mismo saco de las ofertas, Rodríguez incluye a la alcaldesa de Mogán, Onalia Bueno, a la que mezcla con personas mucho más honradas como Juan Ruiz, al que parece consolidársele la oferta para encabezar la lista al Cabildo de Gran Canaria en detrimento del alcalde de San Mateo, Antonio Ortega, otro independiente que creyó que CC iba a ser eterna.

Las encuestas no suman para CC, ni con el PP ni con lo que pueda obtener Vox, un límite que nadie en ninguno de esos dos partidos está dispuesto a rebasar. De ahí que Clavijo y su equipo lleven meses ronroneando a Ángel Víctor Torres para que cuente con los nacionalistas en el futuro, a ser posible en el futuro más próximo. Esas encuestas reflejan de modo indubitado el desgaste de CC fuera del poder. Se mantiene a duras penas en Tenerife, pero en islas como Lanzarote, donde parecía que jamás habría competencia para Pedro San Ginés, la debacle parece imparable. No sólo por las imputaciones judiciales que padece el expresidente del Cabildo, sino por el fracaso de la fórmula ensayada en el Ayuntamiento de Arrecife, otro intento fallido de entenderse con el PP impuesto desde las alturas.

La posición de socio rentable del PP para las próximas autonómicas y locales queda ahora a expensas de cómo resuelva la profunda crisis de sucesivos tiros en el pie que se ha dado esa organización en tan solo una semana. Si durante este tiempo se descompone de manera irreversible y Vox consigue darle el sorpasso nacional, las consecuencias alcanzarán a todos los territorios. Y no sólo con trasvase desde el centro a la ultraderecha, sino también del centro hacia el PSOE, lo que hará aún más sólida la distancia que ya empieza a apreciarse entre la gente de Ángel Víctor Torres y la de Fernando Clavijo.

La caída en desgracia de Pablo Casado y su mano derecha, Teodoro García Egea, también tendrá inmediatas consecuencias en Canarias. Y no solo en el Partido Popular, que acaba de elegir presidente regional de aquella sandunguera manera que se eligen los dirigentes en los partidos marcadamente piramidales: a dedo y con una simulación de congreso. Manuel Domínguez, el flamante nuevo presidente de los populares canarios, se apresuró al estallar la inmensa crisis de su partido a ponerse del lado del líder nacional, el que lo ungió, para que se notara desde el primer momento el tamaño de sus lealtades. Luego matizó su euforia con una llamada a la unidad y a la recomposición de la organización, para, finalmente, pedir la adopción de medidas que conduzcan a “recuperar la estabilidad” en el partido.

Pero la defenestración de Pablo Casado, y con él la de todo el equipo de matones e inútiles políticos que lo han acompañado por todas las granjas de España estos cuatro años, no solo deja huérfana a la nueva dirección regional del PP canario. También deja sin interlocución directa con la sede central de la calle Génova a la cúpula de Coalición Canaria, más concretamente a su secretario general, Fernando Clavijo, del que se dice que se pasa más horas allí que cumpliendo sus labores como senador por la Comunidad Autónoma.