Canarias Ahora Opinión y blogs

Sobre este blog

La portada de mañana
Acceder
Sánchez impulsa una regeneración que incluye una reforma del Poder Judicial
La fumata blanca de Sánchez: cinco días de aislamiento, pánico y disculpas al PSOE
Opinión - ¿Y ahora qué? Por Marco Schwartz

AD ASTRA

0

Bien es cierto que, para un pequeño grupo de personas -la mayoría de ellas, perseguidas por la irracionalidad de una religión que ha tenido la tendencia a creerse superior al resto de los cultos que han surgido a lo largo de los siglos- las estrellas, los planetas y los secretos que esconden han sido mucho más que luces y cuerpos celestes suspendidos en la inmensidad de los cielos. Esas personas fueron las responsables de que, más allá de textos sagrados -que NO son, ni serán nunca libros de ciencia- llegásemos a entender el funcionamiento de nuestro sistema solar, de nuestro planeta y del sol sobre el que se articula nuestra misma existencia.

Y esas personas fueron las que nos hicieron pensar en la posibilidad de viajar hasta los planetas de nuestro sistema solar y, llegado el caso, encontrarnos con otros seres, iguales y/o diferentes a los seres humanos. Fueron ellos los que impulsaron la imaginación de decenas de escritores que elaboraron teorías de todo tipo y condición, contaron historias cuyo límite no conocía un final preconcebido o, simplemente, nos llevaron hasta el mismo corazón de una nueva civilización llena de seres que se escapaban a nuestra mera comprensión, a imagen y semejanza de lo que le ocurriría al capitán Jack Carter de Virginia, luego conocido con el nombre marciano de Dotar Sojat.

Al final, tuvo que llegar el siglo XX y el programa Apollo para que el ser humano llegara a pisar una luna del sistema solar, aquélla que siempre parece estar guardándonos de cualquier peligro. Aquel momento que marcó la historia contemporánea de la civilización humana, cincuenta años atrás -que no fue dirigido en un estudio de cine por Stanley Kubrick- debería haber sido el primer escalón de un proceso gradual de colonización de nuestro sistema solar. Dicho proceso, todo sea dicho, se ha limitado al envío de varias sondas, algunas de las cuales han llegado al planeta rojo, y otras abandonaron nuestro sistema solar décadas atrás en búsqueda de una civilización con la que contactar. Sin embargo, aún no se ha logrado que el ser humano haya recorrido los canales que Percival Lawrence Lowell describió hace ya más de un siglo que, a pesar de que los estudios de las sondas Mariner de la NASA los desautorizaran en la década de los años sesenta del pasado siglo XX, siguen alimentado la imaginación de quienes llevan siglos soñando con llegar hasta Barsoom.

Paralelamente al estudio del universo y sus secretos se encuentra esa vasta explanada, llena de escarpadas depresiones y cordilleras de difícil acceso, que compone las relaciones entre los seres humanos y, en especial entre los padres y los hijos, no importa el lugar ni el momento de la historia en el que se desarrollen.

Roy McBride (Brad Pitt) en una imagen de la película Ad Astra.

Photo by Francois Duhamel © 2019 Twentieth Century Fox Film Corporation.

En este último Roy McBride y su padre H. Clifford McBride no son ninguna excepción y, por añadidura, ambos mantienen una estrecha relación con el estudio del universo, en primera persona, como astronautas que son. Además, ese vasto universo fue el responsable de que padre e hijo perdieran todo contacto y la figura del primero pasara a ser una suerte de sombra perpetua sobre la existencia del, entonces, joven Roy quien, con el paso de los años, quiso emular la figura de su progenitor.

Lo que no estaba en los planes de nadie -y muchos menos de quienes enviaron a H. Clifford McBride hasta lo más profundo del universo conocido como responsable del “programa Lima” -era que éste reapareciera décadas después de su desaparición, de forma paralela a una serie de desastres naturales que colocaban a nuestro planeta en un tris de desaparecer. Ante dicha situación, aquéllos que habían logrado colonizar una parte de nuestro universo, y prostituirlo como antes lo habían hecho con el planeta Tierra, deciden enviar a Roy McBride para que éste encontrara las respuestas que ellos eran incapaces de encontrar.

H. Clifford McBride (Tommy Lee Jones) en una imagen de la película Ad Astra.

Photo by Francois Duhamel © 2019 Twentieth Century Fox Film Corporation.

En realidad, todo aquello no era sino una excusa para tratar de solucionar una situación que, como suele ser habitual entre los organismos que controlan nuestra existencia terrenal, de forma lícita o ilícita, se les había ido de las manos, décadas atrás. Es más, cuando Roy llega hasta el planeta rojo descubrirá que la misión es solamente papel mojado y que, si quiere encontrar a su padre y conocer todo lo que rodeó a su desaparición, deberá hacerlo saltándose unas reglas de comportamiento que él prometió cumplir cuando se embarcó en la exploración del espacio exterior, tal y como le explicará Helen Lantos, la supervisora de la base lunar en la que se encuentra.

A partir de ese momento, Roy McBride se embarcará en una misión personal, en solitario y de incierto futuro, la cual le llevará no sólo a plantearse su existencia como ser humano, sino a enfrentarse al fantasma de un padre que, lejos de lo que se pudiera pensar, nunca aceptó los lazos que dicha relación conlleva. Rodeado por el opaco y desesperanzador silencio del espacio exterior, roto en contadas ocasiones por el devenir de sus propios pensamientos y por los recuerdos de Eve -quien fuera su mujer antes de que ésta aceptara que Roy estaba “casado” con el espacio- la peripecia de Roy Roy McBride termina por ser la de todo ser humano cuando se enfrenta a sus miedos y a las preguntas que formula cuando piensa que el final de la existencia está a la vuelta de una órbita solar.

Su tempo narrativo es el mismo que poseen las pausadas pulsaciones del corazón del protagonista principal, Roy McBride, el actor Brad Pitt que comparte espacio con Tommy Lee Jones, Donald Sutherland, Ruth Negga y Liv Tyler para llegar a la misma conclusión que muchos han llegado antes que él; es decir, poco sabemos de lo que nos depara el espacio exterior y mucho menos, de las relaciones que se establecen entre un padre y un hijo, por mucho que este esquema se lleve repitiendo durante siglos y siglos.

© 2019 Twentieth Century Fox, New Regency Pictures, Bona Film Group, Keep Your Head, MadRiver Pictures, Plan B Entertainment, RT Features and Regency Enterprises.

Ad Astra (James Gray, 2019) no es una película sencilla, ni pretende serlo. Tampoco pretende responder a las grandes cuestiones que han ocupado las mentes más claras de nuestra sociedad humana, ni necesita apoyarse en ningún tótem sagrado para querer responderlas. Ad Astra sólo pone sobre la mesa las relaciones humanas, un viaje por el universo que nunca fue, y lo que podría suponer encontrarnos con otra raza de seres procedentes del espacio exterior, aunque esta última idea se escriba, literalmente, en la portada de una revista.

© Eduardo Serradilla Sanchis, Helsinki, 2019.

© 2019 Twentieth Century Fox, New Regency Pictures, Bona Film Group, Keep Your Head, MadRiver Pictures, Plan B Entertainment, RT Features and Regency Enterprises.

Bien es cierto que, para un pequeño grupo de personas -la mayoría de ellas, perseguidas por la irracionalidad de una religión que ha tenido la tendencia a creerse superior al resto de los cultos que han surgido a lo largo de los siglos- las estrellas, los planetas y los secretos que esconden han sido mucho más que luces y cuerpos celestes suspendidos en la inmensidad de los cielos. Esas personas fueron las responsables de que, más allá de textos sagrados -que NO son, ni serán nunca libros de ciencia- llegásemos a entender el funcionamiento de nuestro sistema solar, de nuestro planeta y del sol sobre el que se articula nuestra misma existencia.

Y esas personas fueron las que nos hicieron pensar en la posibilidad de viajar hasta los planetas de nuestro sistema solar y, llegado el caso, encontrarnos con otros seres, iguales y/o diferentes a los seres humanos. Fueron ellos los que impulsaron la imaginación de decenas de escritores que elaboraron teorías de todo tipo y condición, contaron historias cuyo límite no conocía un final preconcebido o, simplemente, nos llevaron hasta el mismo corazón de una nueva civilización llena de seres que se escapaban a nuestra mera comprensión, a imagen y semejanza de lo que le ocurriría al capitán Jack Carter de Virginia, luego conocido con el nombre marciano de Dotar Sojat.