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Entrevista

María Fernanda Ampuero, escritora: “Cuando somos niñas nos quitan los superpoderes con espejos”

Isabel Navarro

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María Fernanda Ampuero (Guayaquil, Ecuador, 1976) escribe historias que dan asco y horror. Su decir incomoda y daña. Sus niñas “comen abismos”. En sus escenas, sostenidas siempre por un lenguaje lírico de metáforas salvajes, no esquiva lo escatológico ni lo putrefacto. Sus escenarios son subastas humanas, cementerios de pobres, un centro comercial donde se suicida “una gorda”. Sin embargo, ella misma de cerca parece conjurar toda esa oscuridad con una ligereza desarmante: “De adolescente me decían que parecía emo, pero mi estilo es más bien el de Elton John. Soy como una urraca o una drag queen, si veo lentejuelas las quiero todas”.

Y así es como se performa María Fernanda Ampuero en la conversación: simpática, divertida, de cariño instantáneo y júbilo ruidoso. Solo que en realidad, si te has leído Visceral, su último libro, ya te ha avisado por escrito de que toda esa alegría es un simulacro y lo que en realidad supura hacia adentro es una herida de depresión, dismorfia y rechazo con la que lidia gracias a los psicofármacos y, sobre todo, a la literatura. “No sé si la persona extrovertida que socializa y hace chistes soy yo o una coreografía a la que estoy acostumbrada desde niña”, escribe en el ensayo “Cabezas”, incluido en Visceral.

Sus libros de cuentos, Pelea de gallos (2018) y Sacrificios humanos (2021) ambos publicados por Páginas de Espuma, traducidos al inglés, italiano, chino y griego, han sido celebrados por crítica y público y la han situado como uno de los referentes de la literatura latinoamericana actual en la corriente del terror social y el gótico feminista donde también brillan Mariana Enríquez y su compatriota Mónica Ojeda. Pero Visceral no es ficción, es un desnudo integral. Una colección de ensayos autobiográficos, que bordean la crónica, donde María Fernanda Ampuero se levanta la costra de la herida y la comparte, y se comparte, con impudor, ferocidad y aliento poético.

Los temas que atraviesan su nuevo libro, Visceral, son la enfermedad mental, el trauma, los abusos sexuales, la adolescencia, la no maternidad y la migración. Pero absolutamente todos pasan por el cuerpo como campo de batalla. En el texto Mórbida, uno de los más impactantes y crudos del libro, se define a sí misma como “Pantagruela bebé” o dice que su madre “no parió con dolor sino con grasa”. ¿Qué significa para usted el concepto de “gorda”?

No ser adecuada. No ser atractiva. No ser. Estar siempre en pausa esperando ese futuro en el que ya no vas a ser gorda.

En el libro cifra todo ese horror en la infancia como un proceso violento de pérdida de la fe en una misma. Un maltrato que es familiar pero también social.

Sí, porque a las niñas nos quitan los superpoderes con espejos. Hubo un tiempo en que hubiera podido ser presidenta de la República si me hubiera dado la gana. O sea, mi hermano decía:  “¿A que no te lanzas del trampolín de esta la piscina?”. Y yo iba cagada de miedo, pero lo hacía, porque sabía que era mil veces más valiente que él. Hasta que me dijeron eres gorda, con lo cual no eres nada, y empequeñecí.

Cuenta en el libro que incluso le daban anfetas y tés purgantes desde muy pequeña.

Los tés me destrozaron la flora intestinal. Las anfetas eran por el día y por la noche somníferos para quitarme el hambre con sueño. En otra época las inyecciones del doctor Miranda. O sea, todos los horrores imaginables. En la adolescencia a los varones les aplauden que se coman una barra de pan entera. Están en la edad del crecimiento, dicen. Y nosotras tenemos que contentarnos con tres almendras a media tarde. Que, además de desnutrirnos, es como negarnos la posibilidad de pensar que somos más que el cuerpo bonito, el cuerpo deseable, el cuerpo atractivo para alguien. Y luego estaba el azote verbal. Las hermanas de mi abuela no podían ser más malas. Eran como un aquelarre horrible todo el día diciéndome que no comiera o nadie me iba a querer. Yo tenía una prima blanquita, con el pelo liso y delgada, y éramos como la bella y la bestia para ellas. Porque ojito al racismo estético. Ella tenía genes asiáticos y salió muy pequeñita y de pelo liso, pero a mí me ponían el pelo tirante para atrás, con una trenza, para disimular que el mío es pelo de negra.

Y luego estaba el azote verbal. Las hermanas de mi abuela no podían ser más malas. Eran como un aquelarre horrible todo el día diciéndome que no comiera o nadie me iba a querer

En el libro cuenta también que sufrió de niña abusos sexuales, una confesión que da sentido al clima de amenaza siniestra de muchos de sus cuentos en Sacrificios humanos y Pelea de gallos, donde las niñas viven en una constante amenaza y el tema de la pérdida de la inocencia también es crucial.

Algo que afortunadamente te ocurre al crecer es que acabas siendo un poco madre de ti misma. Yo ahora con mis fotos de niña y adolescente lo que veo es a una criatura hermosísima a la que quisiera poder abrazar y decirle: “No seas boba, eres preciosa”. Me muero de la ternura cuando la veo y también cuando pienso que era súper pero superinocente… No tienes ni tu cuerpo desarrollado ni tu mente para entender lo que es la sexualidad o lo que es el deseo y llega otro y te marca para toda la vida. Pero más violento que el acto en sí fue el hecho que mi madre y mi abuela me pidieran que no le dijera nada a mi padre. Lo dice Cristina Fallarás en su cuenta de Instagram, lo peor es la violencia del silencio. ¡Y qué solas estábamos! Tanto que yo no me di cuenta hasta pasados los 40 de que aquello habían sido abusos.

¿Y qué se decía a sí misma? ¿Cómo se lo contaba?

Como no había habido genitalidad, no era abuso. Si no hay penetración no hay sexo, me decía, así que fue una tontería, no fue nada. Mejor olvídalo. Pero es que luego pasados 40 años me vuelve a pasar. 

Lo cuenta en el ensayo Grita.

Esta vez es en España, esta vez soy adulta; pero vuelvo a vivir una violación y hasta le digo gracias cuando me bajo del coche. O sea, el tipo casi me mata y yo le di las gracias y no denuncié. Yo que me he leído todo, yo que me he leído a Despentes, yo que soy feminista y lo sé todo del #cuéntalo… Yo sabía todo y no fui a la comisaría a denunciar a este tipo porque sabía que me iban a preguntar: “¿Cómo lo conoció?”. Por Tinder. “¿La forzó a subirse al coche?”. No “¿La forzó a meterse al hotel?”. No. “¿Cómo iba vestida?”.

Me vi en el espejo, se me había corrido el rímel, tenía el pelo hecho mierda y recuerdo haber pensado: “¿Cómo no te iba a hacer eso si eres espantosa, si eres grotesca? Eres una gorda con el rímel corrido que parece un monstruo". Lo digo y me asusto al decirlo, pero yo sé que no soy la única

No se atrevió a denunciar porque el proceso es atroz y sabía que el sistema no la iba a ayudar.

Ni la policía ni nadie. De hecho, estoy segura de que mucha gente, pese a que sienta tristeza cuando lea esto, también pensará “¡pero mira que es boba! ¿Cómo va a subirse a un coche con un desconocido? Si parecía lista”. Pero yo lo hice porque soy una mujer deseante. Porque quería. Porque soy una persona sexual. Además, yo en ese momento cargaba unos duelos horribles y quería pasar un buen rato. ¿Y sabes lo peor? Y esto no lo escribí. Aquel día hacía muchísimo calor y me acuerdo haberme levantado después de que casi me asfixia completamente roja. Me vi en el espejo, se me había corrido el rímel, tenía el pelo hecho mierda y recuerdo haber pensado: “¿Cómo no te iba a hacer eso si eres espantosa, si eres grotesca? Eres una gorda con el rímel corrido que parece un monstruo”. Lo digo y me asusto al decirlo, pero yo sé que no soy la única.

¿Por qué dejó Ecuador para emigrar a España?

Migré a los 27 años porque estaba harta de que me compadecieran todos los días. Dejé mi país teniendo un trabajazo, daba el noticiero principal de la mañana y trabajaba en la revista dominical del periódico más importante de Guayaquil. O sea, yo estaba en un momento profesional buenísimo y me vine a España a repartir tarjetas telefónicas en los locutorios. En Ecuador era viejísima a los 27 años. Me decían: ‘Esta se quedó percherona'. Hay tantos eufemismos horrendos en la cultura para humillar a una mujer soltera. Y yo dije: “No, no, no. ¿Por qué voy a dar lástima si yo me pagué la carrera porque mi papá dijo que no se iba a gastar dinero en que una mujer estudiase literatura? ¿Por qué voy a dar lástima si ayer entrevisté al presidente?”. Me pasó como en la canción de Mecano: “Este cuarto es muy pequeño para las cosas que sueño”. Me ahogaba y me fui. 

¿Encontró lo que buscaba?

España me dio mucha libertad para ser y hacer lo que me diera la gana. La primera compañera de piso que tuve, que era una chica gorda y que usaba minifalda y minishorts me cambió la visión del mundo y de mí misma, de lo que podía o no podía hacer. Aquí también hay presión sobre las mujeres, porque la hay en todas partes, pero no es comparable con lo de Guayaquil. Las españolas comen, beben, son gozadoras, o al menos las amigas que a mí me tocaron. Ahora las cosas también han cambiado un poco allá. El feminismo ha cambiado cosas, el movimiento LGTBI ha cambiado cosas, son supervalientes. Nosotros no hacíamos ni día del Orgullo, ni 8 de marzo ni nada. Y ahora salen todos estos chiquillos y chiquillas a llenar la ciudad a pesar de la policía, a pesar de los alcaldes de derechas, a pesar de todo.

Quiero defender la menopausia como un superpoder, porque este enfurruñamiento hace que no aguantes mierda. O sea, ya no

¿Y cómo trata España a los emigrantes?

Mal. Yo me preocuparía de que con mis impuestos se paguen los Centros de Internamiento de Extranjeros. Me preocuparía que sean peor que cárceles, hacinadas y con falta de higiene, lugares donde la prensa no puede entrar y que las ONG tienen que pedir permisos muy difíciles de conseguir. Es mucho más fácil entrar de visita a Alcalá-Meco que a un CIE y las personas que están allí dentro solo han cometido delitos administrativos. Es una vergüenza.

En Visceral dice que es un libro nace de la furia. ¿Es una furia acumulada o hay una gota que colmó el vaso?

Yo creo que fue la menopausia la que colmó el vaso, que es una cosa bien interesante que no me esperaba. Te han contado todo lo malo. Estás sudando mientras la gente está fresca y dices. “¿Qué me pasa?”. Te pones histérica, después quieres llorar, después no quieres ver a nadie. Después te enfurruñas, después tienes antojos como si estuvieras premenstrual constantemente, te salen granos y te cambia el cuerpo. Te sale panza cuando no tuviste, te salen pelos en… O sea, mira, un horror. Pero yo quiero defender la menopausia como un superpoder, porque este enfurruñamiento hace que no aguantes mierda. O sea, ya no. No, no, no. Por ejemplo, a mí nunca me ha gustado irme de fiesta. Lo hacía porque todo el mundo lo hacía y era lo que se esperaba. Pero no me gusta, así que ya no. Me voy feliz a mi casa y al día siguiente no tengo resaca. Ahora por fin me siento una orgullosa señora de los gatos. [Risas]