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El caballo de Nietzsche es el espacio en elDiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos, sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

Veganuary y tú

Lucía Arana

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El caballo de Nietzsche es el espacio en elDiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos, sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

“Año nuevo, siempre tú”. Me gusta el eslogan elegido por Veganuary para su campaña de 2026 porque me suena a canción hortera de los años 80 (“Last Christmas, I gave you my heart…”). Pero no os confundáis: la cosa no va por ahí. Veganuary ha decidido, con amabilidad pero con certeza, apuntar una vez más al centro de nuestras incoherencias.

“Siempre tú” se refiere a ti. A ti que, como yo durante más de cuarenta años, sientes que te importan muchísimo los animales, pero desconectas de tu propia compasión a la hora de comértelos. A ti que, como yo, tienes perro o gato y darías la vida por él, pero… ¡qué rico el queso! A ti que, como yo, valoras profundamente la naturaleza, el medio ambiente y la biodiversidad. Que reciclas, tratas de no coger aviones y usas el transporte público, pero que, ante un bocata de jamón, te disocias del hecho de que la ganadería es uno de los mayores destructores de nuestro entorno. A ti que, como a mí, te importan genuinamente las opresiones, pero se vuelven borrosas cuando la víctima es de otra especie.

Suelo decir que hacerme vegana, hace ya más de trece años, fue algo así como salir del armario. Durante los primeros meses decía que era “vegetariana tirando a vegana”, por miedo a aceptar yo misma una etiqueta que me colocaría en un lugar incómodo, fuera del sistema. Hasta que me di cuenta de que llevaba años instalada en la incomodidad: siendo consciente de que lo que me comía, con lo que me vestía, era alguien, no algo. Alguien que quería vivir. Siendo consciente de que mi perra se parecía mucho a los cerdos que veía hacinados en camiones por la autopista, y que estos, y las vacas, y las gallinas, y los peces, se parecían mucho a mí.