Espacio de opinión de Canarias Ahora
Abdoluie: una vida truncada y una comunidad que exige justicia
Tenía 19 años y un futuro por delante. Abdoluie llegó a Gran Canaria siendo todavía un adolescente, tras un duro viaje en patera. En la isla, logró abrirse camino: jugaba al fútbol, trabajaba como mediador con menores y soñaba con poder ayudar a su familia en África. Durante años envió lo poco que tenía para sostener a los suyos y, cuando por fin pudo, decidió volver a casa unos días, reencontrarse con los suyos, celebrar las fiestas y mostrarles con orgullo lo que había logrado.
Pero nunca llegó a hacerlo. El aeropuerto de Gran Canaria fue el escenario de un suceso que ha dejado una herida abierta en la comunidad migrante y en toda la sociedad canaria.
Aquel día, un conflicto con un taxista cambió el rumbo de su vida. El conductor, que se negó a llevarlo si no pagaba por adelantado, apagó la cámara de seguridad y, según dijo en un medio de comunicación, le agredió con un cabezazo y un puñetazo. Herido y alterado, Abdoluie se alejó hacia la parada de guagua más cercana. Minutos después, llegaron al lugar seis o siete agentes de policía, armados, alertados por la situación. Lo rodearon. Le gritaron. Y en un operativo desproporcionado, el joven recibió cinco disparos, uno de ellos en el cuello. Abdoluie cayó al suelo. Nunca volvió a levantarse.
Mientras tanto, su familia le esperaba en casa, preparando la celebración. Lo que recibieron fue una llamada: su hijo había muerto, abatido por la policía.
La repatriación del cuerpo se retrasó durante semanas por los trámites forenses y administrativos. En su aldea, la comunidad aguardaba para rendirle el último homenaje, para entonar el tambor que despide a los que parten. Cuando por fin pudieron hacerlo, el dolor se había multiplicado: su padre no resistió la pérdida y también falleció.
Hoy, solo su madre y sus hermanos permanecen, sosteniendo la memoria y esperando justicia. La comunidad migrante en Canarias también se pregunta, una y otra vez, qué pasó realmente aquel día. ¿Por qué se actuó con tanta violencia? ¿Por qué un joven terminó con cinco balas en el cuerpo? ¿Por qué se dispara a matar cuando se trata de un chico negro, migrante, que intenta huir del miedo?
Lo ocurrido con Abdoluie no es un hecho aislado. Es el reflejo de un sistema que criminaliza la pobreza y el origen, que deshumaniza a quienes buscan un futuro mejor. Las islas, convertidas en frontera de Europa, acumulan historias silenciadas de dolor, abuso y racismo institucional.
En los centros de acogida, en las calles, en los controles policiales, muchos jóvenes migrantes enfrentan la sospecha, la estigmatización y la violencia. Abdoluie fue uno de ellos, pero también fue mucho más: un joven deportista, un compañero, un mediador, un hijo, un amigo. Una vida que contaba, y que fue arrebatada sin razón.
“Solo quería volver a casa”
Esas fueron las palabras que más repiten quienes lo conocieron. Abdoluie solo quería volver a casa y se equivocó de vuelo. Y ahora, su nombre se ha convertido en símbolo de una demanda colectiva: verdad, justicia y reparación.
En su memoria, su comunidad exige una investigación transparente, la rendición de cuentas de los responsables y el fin de la impunidad policial. Porque mientras no se esclarezcan los hechos, mientras no se asuma el racismo que atraviesa nuestras instituciones, el silencio seguirá siendo cómplice.
Abdoluie no murió solo: murió bajo una estructura que sigue viendo como amenaza lo que debería ver como humanidad.
Y su historia, contada una y otra vez, seguirá recordándonos que ninguna frontera, ningún uniforme y ninguna bala deberían decidir quién tiene derecho a vivir.