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Opinión - ¿Y ahora qué? Por Marco Schwartz

Inefable

La mayoría de las veces que tengo que pronunciar mi nombre me aterra la idea de que vaya a ser el principio de una llamada en la que dejo de ser X para convertirme en la desconocida de nombre indio. Me produce un vértigo abrumador transformar la ausencia en una presencia atemporal e inerte. Extraña forma de vivir es pensar siempre en todo lo que podría acabar en el precipicio y no en la inmensidad de una existencia que escuece si no se vive.

Pero últimamente ni siquiera es eso lo que me preocupa. No me inquieta el otro en relación a mí, sino que me inquietan mis sentimientos en relación al otro. Las palabras, que no sirven más que para eso, para otorgar a cada idea una categoría, ni siquiera han sido capaces de encuadrar todo lo que ahora me ocurre.

No es indiferencia, porque no es que no padezca ni rechazo ni inclinación hacia algo o alguien. Es que a veces siento rechazo y a veces inclinación; a veces, inclinación y rechazo. No es displicencia porque no siento desaliento en mi actos, ni dudo de la bondad de los mismos, o desconfío de su éxito. Es que ni siquiera creo en la existencia de un futuro común cuando les miro. No es indiferencia porque no es que no me incline por ninguna de las alternativas que se oponen en una confrontación. Es que siempre encuentro algún punto medio radical que no le dé la razón más que a mi angustia. No es desprecio porque no es falta de aprecio, al menos no hacia el otro, sino a esa sensación constante de inferioridad que se transforma en soberbia.

Puede que sea más simple que todo eso y sí exista un palabra para describir un tiempo de desconfianza y se llame decepción. El fracaso de todo lo que quise ser, el vacío, la falta de voluntad, la carencia de verdades absolutas, la cobardía, las rutinas, el bucle de una línea recta, los viajes a medias, los que dijeron estar y nunca fueron. Decepción como pesar, desengaño y desesperanza. Decepción como resultado de haber roto todos los espejos en los que podía mirarme y entender que ahora que los he vuelto a juntar solo puedo reflejarme con grietas y cicatrices que no le pertenecen a nadie más que a mí. Decepción como porvenir.

La mayoría de las veces que tengo que pronunciar mi nombre me aterra la idea de que vaya a ser el principio de una llamada en la que dejo de ser X para convertirme en la desconocida de nombre indio. Me produce un vértigo abrumador transformar la ausencia en una presencia atemporal e inerte. Extraña forma de vivir es pensar siempre en todo lo que podría acabar en el precipicio y no en la inmensidad de una existencia que escuece si no se vive.

Pero últimamente ni siquiera es eso lo que me preocupa. No me inquieta el otro en relación a mí, sino que me inquietan mis sentimientos en relación al otro. Las palabras, que no sirven más que para eso, para otorgar a cada idea una categoría, ni siquiera han sido capaces de encuadrar todo lo que ahora me ocurre.