Anomalía catódica
Desde el momento en que Aznar ha entrado al trapo en el debate casero de la telebasura culpando de la misma a los empresarios de las televisiones, el asunto siempre aplazado del anómalo paisaje audiovisual español ha cambiado de tono y de escala. Nunca en asuntos de televisión se había alcanzado un cinismo mayor, más posmoderno, y por fin hay que situar el problema español en la escala europea de las aberraciones catódicas.
Cuando el presidente del Gobierno, después de aclarar que está “a favor de la libre empresa y de la competencia entre los medios de comunicación”, advierte, sin embargo, que “todo tiene sus límites”, nos está hablando lisa y llanamente de la anomalía audiovisual española que él mismo ha creado a imagen y semejanza de la famosa anomalía italiana de Berlusconi, aunque sin necesidad de tener acciones personales en las cinco cadenas controladas. Porque en nuestro país son cuatro y no cinco, como en el caso ya mundialmente célebre del presidente italiano (RAI 1, RAI 2, Canale 5, Rete 4 e Italia 1), las empresas de televisión generalista en las que el Gobierno de Aznar tiene su responsabilidad directa, indirecta o sencillamente transversal, aunque por aquí abajo finjamos normalidad, no queramos darnos por enterados de la profunda extravagancia de nuestro patio mediático: dos cadenas estatales (TVE y La 2); Antena 3, que ahora cambia de manos pero no de partido, al cabo de aquella famosa e impune operación de Telefónica montada desde La Moncloa y nunca desactivada; y Tele 5, que en estos momentos, no lo olvidemos, ya es propiedad mayoritaria de Berlusconi y que, a pesar de ciertos islotes de libertad, funciona como delegación española de Forza Italia (o de Publitalia, pero es todo lo mismo), y en caso de emergencia, del PP.
Habría una diferencia entre Aznar y Berlusconi respecto al control gubernamental del extraño sistema catódico que como por acaso nos ha brotado en el sur de Europa. El presidente español no necesita controlar la cuenta de resultados de las cuatro cadenas ni la sinergia publicitaria entre ellas; sólo le basta controlar la línea editorial y la sinergia ideológica, moral y religiosa. Son suficientes dos llamadas locales del palacio de la Moncloa al vértice de las empresas estatales o privadas españolas, más una conferencia a Italia, para tenerlo todo tan controlado como el mismísimo Berlusconi, y encima, sin que nadie de dentro o fuera hable de conflicto de intereses, como en el caso del presidente-empresario del Palacio Chigi. Pero hay que reconocer que Aznar lo tiene mucho mejor planteado que su colega y que el castellano maneja con mucha más astucia que el milanés los hilos del guiñol pentacatódico italiano. Por ejemplo, y para volver a la telebasura. Fue suficiente que Aznar le dijera a Luis del Olmo, en Onda Cero, aquello de que “todo tiene un límite” al referirse a un tipo de programas cuya descripción coincidía literalmente con la de Hotel Glam, aunque sin citarlo, para que a la semana siguiente el consejero-delegado de Tele 5, el italiano Paolo Vasile, admitiera que Hotel Glam fue un “error” que no se volverá a repetir. Esta vez, ni siquiera tuvo que gastar un euro La Moncloa en conferencia telefónica a Italia: sinergia pura por magia simpática. La única vez que el presidente del Gobierno se refiere explícitamente al modelo audiovisual español es para hablar de telebasura, concepto polémico donde los haya y cuya complejidad filosófica, moral y democrática analizó Gustavo Bueno en un reciente ensayo “triturador” (Telebasura y democracia, Ediciones B) y que, al cabo de su lectura, sería muy conveniente evitar simplificaciones; las de la progresía tanto como las de la regresía. Entendido el mensaje: la anomalía audiovisual española no está en la obscenidad de ese modelo catódico que nadie pone en solfa y amenaza con perpetuarse con los últimos maquillajes empresariales, sino en la emisión de cosas parecidas al neoesperpento de Hotel Glam.
Por un lado, como viejo adicto a la mirada pop, me encanta que el país discuta acaloradamente, inducido desde las alturas políticas y religiosas, sobre lo freak, lo kitch, la trash TV, la cultura basura y otras tardías estéticas populares del siglo pasado; por el otro, me maravilla la facilidad de Aznar para desviar la atención de la basura general, estructural, que emite el modelo catódico español, con su permanente atentado a todas las pluralidades, incluidas las de la libre empresa y las de información y comunicación, a la telebasura concreta de unas parrillas públicas y privadas que La Moncloa maneja cundo es necesario sin necesidad de levantar el teléfono; y que, miren ustedes, tampoco son una exclusiva de las televisiones españolas ni claman más al cielo que las de otros paisajes audiovisuales europeos, en los que, sin embargo, se respeta lo único que en este caso no admite excepción ni anomalía: la pluralidad. Mientras existan informativos patológicamente enfermos y tan obscenos como los del modelo catódico español, con sus urdacis y buruagas, hablar de telebasura española suena a chiste gore pasado de siglo.
No es difícil saber qué hay que hacer con la telebasura española. En primer lugar, resolver de una vez por todas la anomalía de nuestro paisaje audiovisual, empezando por ese virus permanente y que todo lo contagia, TVE; después, dejar funcionar a su aire, sin intervenciones “neoliberales” directas o transversales, la libertad de mercado y la libre competencia entre las empresas audiovisuales. Sólo desde la normalidad catódica es posible discutir de telebasura. Después, es suficiente con cambiar de conversación.