Yo pasé 24 horas en la casa de “Gran Hermano”
“Bienvenidos a la casa de Gran Hermano...” Con la misma sintonía y parafernalia que si del concurso real se tratara, la casa de Guadalix de la Sierra abría sus puertas a 11 periodistas este pasado viernes por la mañana, en un “encierro piloto” que duraría aproximadamente 24 horas. El objetivo, emular la mecánica del reality show durante un corto, pero a la postre intenso, espacio de tiempo; jugar a ser concursante del programa en las mismas condiciones que vivirán y sufrirán los nuevos participantes dentro de una semana. Allí estábamos todos, sin móviles ni relojes –por supuesto- para evitar cualquier conexión con el exterior; ataviados con los receptores y micros que registrarían cualquier palabra, comentario o conversación que tuvieran lugar a partir de entonces. Caras de cierta estupefacción se reflejaban en las paredes de la casa, un espejo continuo que esconde la cruz de cámaras del programa. Como si de un plató de televisión se tratara, las percepciones de tamaño y espacio son mucho menores en la realidad. Los pasillos, jardín, salón, dormitorios, etc son francamente más pequeños de lo que apreciamos en la pequeña pantalla. Así, la primera sensación es que aquí se debe convivir más agobiado de lo que uno piensa. Tras “hacernos con el terreno” y realizar las presentaciones oportunas, se inició una tertulia que, evidentemente, no podía versar de otra cosa que de la situación actual del medio televisivo: “Que si Antena 3 esto, que si Telecinco lo otro, que si Piqueras no se qué, que si Sardá no se cual...” Cadenas, presentadores, productoras... hubo para todos. Poco después, se organizó la comida. Gran Hermano dispuso una nevera y un almacén repleto de enseres para que no faltara de nada. Al fin y al cabo, la experiencia de pasar hambre no era plausible en tan sólo un día de encierro. Terminado el almuerzo, comenzaron las pruebas. Para entonces, ya se te había olvidado que las cámaras estabán ahí, omnipresentes y testigos de todo lo que acontecía. El equipo de guionistas del programa dispuso un par de retos semejantes a los que se acometen en Gran Hermano. Una cata de vinos para adivinar tres denominaciones de origen -en la que quedó demostrada que, como enólogos, no podríamos ganarnos la vida- y un examen de Latín en el que, individualmente, muy pocos salvaron el pellejo pero que, al realizarse mayoritariamente en grupo, pudo alcanzarse el aprobado. Risas, suspiros y más de un gesto de rubor abrieron el apetito y la cena, al aire libre, que fue la antesala del momento más “tenso” de la noche. Llegaron las nominaciones. Como en el concurso, cada habitante debía dar tres nombres y los motivos por los que deseaba su “expulsión”. En tan corto espacio de tiempo, no existían lógicamente razones de peso para “señalar” a uno u a otro. Eso sí, aparecer en la lista fatídica de nominados tampoco era plato de buen gusto. Azar o no, el caso que tres personas, representantes de tres medios de comunicación diferentes, resultaron elegidas para “abandonar” el recinto. Un juego inocente pero con tintes algo perversos. La noche transcurrió lenta, entre la piscina y el jardín, disfrutando de una posterior minifiesta -con música del verano y alcohol incluidos- que terminó en un relajado chapuzón en el jacuzzi por parte de la mitad de los integrantes de esta aventura. Sin “estrategias”, buen ambiente y algún roce aislado propio de la convivencia -uno se imagina entonces lo que serían tres meses de encierro-, el sueño se apoderó de los improvisados concursantes. La jornada había sido intensa, curiosa, divertida, extravagante... Al día siguiente, sobre las doce del mediodía, el himno de Gran Hermano nos invitaba a salir de la casa. *Desde Vertele.com, nuestro sincero agradecimiento al equipo de Zeppelin por esta experiencia única e irrepetible