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Eso me pasa por leer el periódico

Eduardo Serradilla Sanchis / Eduardo Serradilla Sanchis

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Y la mantuve hasta que leí la columna escrita por Juan García Luján, titulada El periodismo barroco. Seguro que si, de pequeño, mis padres y mis profesores me hubieran acostumbrado -en vez de a leer el periódico-, a darle patadas a un balón, por un poner, nada de esto hubiese sucedido. Claro que puede que tampoco me dedicara ahora a esto de escribir, pero ésa es otra cuestión.

Sea como fuere, por la mencionada costumbre, todas mis intenciones matutinas se tornaron en una cierta desolación después de leer la columna de una persona tan capaz, cabal y profesional como lo es Juan García Luján.

La mencionada columna trataba, partiendo de las experiencias vitales de un artista tan increíble como Vicent Van Gogh, de cómo en Canarias cada día era más difícil crear sin tener que pasar por el “ojo vigilante” de quienes mandan, han mandado, y mandarán en el archipiélago, salvo que un cometa arrase el lugar.

García Luján lo expresaba de la manera siguiente: “Me gustaría que en la Canarias de hoy hubiese muchos van Gogh dedicados al periodismo, a la pintura, a la música? Que hubiese muchos creadores que busquen la luz, que miren a los ojos de la gente sin miedo a perder la subvención. Pero me da la impresión de que no corren buenos tiempos para expresar las pasiones con libertad. Más bien estamos volviendo al barroco, a la contrarreforma. En este periodismo barroco que vivimos se esconden las luces impresionistas, se huye de los ojos de la gente, y se levantan catedrales de distracción e infamia”.

Sé que es reiterativo, pero está claro que “se puede decir más alto, pero no más claro”. Y lo peor es que quedan pocas opciones ante una declaración como ésta, sobre todo cuando se conoce el mundo cultural de las islas desde dentro. Un mundo condicionado por los “dineros públicos”, los cuales se articulan como hilos de una marioneta, grotesca y esperpéntica, que termina por dilapidar cualquier intento de creatividad que no sea la que gusta a las clases más pudientes.

Entre dicha maraña de intereses partidistas, favores políticos y prebendas varias, es cierto que se logran hacer cosas que huyen de la oficialidad. Son pocas, pero suelen tener un muy alto nivel de compromiso, directamente proporcional con el gasto que suponen a sus patrocinadores. Y de ahí que sean pocos los que pueden soportar el pago de las enormes facturas que dicha política “contra corriente” les acarrea.

Si a esto se le suma la crisis en la que vivimos, la disculpa es perfecta para que quienes reparten los mentados dineros cierren el “grifo”. La situación se acaba tornando un tanto desesperada. Si ya de por sí es difícil crear algo en una atmósfera tan saturada y condicionada como la que existe en el archipiélago, con unas condiciones desfavorables la misión se torna en una prueba digna de Heracles.

Sin embargo lo que más me influyó fue toda la columna fue aquello relacionado con los modos y las maneras que estamos tomando los periodistas en el archipiélago. Para retratar la situación Juan García Luján lo describe de una forma tan gráfica como demoledora. “No miramos a los ojos de la gente, pero sí aceptamos escuchar sus gritos. Mostramos los gritos sin sentido, gritos para pintar cuadros amarillos como el ”Campo de trigo con cuervos volando“ que pintó Van Gogh unos días antes de pegarse un tiro. En nuestros cuadros retratamos los obscenos gritos parlamentarios que nos asustan utilizando a niños desaparecidos, a raptos que no son raptos, exhibimos a pederastas en prime time, y programamos la cultura de madrugada y a título póstumo”.

Y lo peor es que, cada vez son más medios lo que se apuntan a vivir del dinero de los gobiernos de turno, en un enroque tan obsceno como venenoso. Lo que importa es sobrevivir y para eso, todo vale.

Lo que está cada vez más claro es que lejos quedan imágenes como las de los reporteros del Washington Post, Bob Woodward y Carl Bernstein, responsable del principio del fin de un megalómano y paranoico personaje como lo fuera Richard Nixon. Sus investigaciones periodísticas pusieron freno a uno de los periodos más negros de la historia de los Estados Unidos hasta nuestros días. Por desgracia, las enseñanzas de Woodward y Bernstein son un recuerdo del pasado, tal y como se puede ver en la actual política informativa que rige en los Estados Unidos de la actual administración Bush.

Sé que es impensable en un país como el nuestro pensar que por una serie de artículos periodísticos ?acompañados de una investigación oficial, no hay que olvidarlo- un presidente y/o responsable político de envergadura dimita de su cargo. En nuestra sociedad democrática no se conjuga el verbo dimitir, aunque muchos cargos hayan dejado clara su total Incapacidad para desempeñar cualquier tipo de puesto.

No obstante, el caso de Nixon tampoco es aislado. Dos décadas antes, otro gran periodista, Edward R.Murrow, se enfrentó a la dement

Eduardo Serradilla Sanchis

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