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Nublan los fanáticos

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Viajabas en el metro, desde la entonces parada de María Cristina, anterior a la Universitaria de Pedralbes. Era sábado. Empeñaste la mañana en la biblioteca de tu facultad, aquel ovni estrambótico de la arquitectura setentina. Al parecer, había transcurrido un partido de baloncesto en el entonces “Palau Blau Grana”, Barça-Madrid, con escandalosa pérdida local. En el vagón, tu solipsismo y cuatro o cinco jóvenes claramente pijos para la época, muy de Sarriá, quizás, un poco de Pedralbes, probable, catalanoparlantes en cualquier caso, con acento a lo Baqueira Beret y Turó parc –ensaladilla, por favor, en el bar homónimo- y una pizca de Llavaneras, muy de moda entonces. Entre ellos, se mofaban del Barça en general, y del partido del día, en particular. Al fondo, apareció un energúmeno bajito, cejijunto, de chaqueta oscura y engalanado con camiseta y bufanda blaugranas: se encaró con ellos. Tuviste que poner paz, evitar la trifulca, porque aquel charnego que hablaba un profundo catalán andalusí, propio de Santa Coloma o San Andrés, estaba totalmente fanatizado, radicalizado se diría hoy, con los símbolos, causas y pompas de su tierra de adopción. Han pasado muchos años, pero al contemplar el acuerdo Aragonés-Illa, viajaste inmediatamente a aquel vagón de metro. Solo una psicoanalista de la calle Ganduxer podría explicar el fenómeno. Nada tiene que ver con nada, y casi todo se explica porque ambos usan gafas, suspiran por el Maresme, y les gustan las patatas bravas del bar “Tomás”

Amas la paz. La tranquilidad. El acuerdo y la fiesta. Y un café con leche en el Maritim de Cadaqués –Isabel, you know. Por eso alegra un pacto después de tantos años de asechanzas. En una semana triste (se fueron Rubert de Ventós y Alexis Ravelo), me propusiste comer en el “Amaya” para celebrarlo. También, a modo de pequeño homenaje a tu profesor Rubert porque allí lo encontraste in illo tempore almorzando con Richard Sennet y te invitaron a charlar. Sé tranquilo: conmigo no necesitas hablar inglés.

Viajabas en el metro, desde la entonces parada de María Cristina, anterior a la Universitaria de Pedralbes. Era sábado. Empeñaste la mañana en la biblioteca de tu facultad, aquel ovni estrambótico de la arquitectura setentina. Al parecer, había transcurrido un partido de baloncesto en el entonces “Palau Blau Grana”, Barça-Madrid, con escandalosa pérdida local. En el vagón, tu solipsismo y cuatro o cinco jóvenes claramente pijos para la época, muy de Sarriá, quizás, un poco de Pedralbes, probable, catalanoparlantes en cualquier caso, con acento a lo Baqueira Beret y Turó parc –ensaladilla, por favor, en el bar homónimo- y una pizca de Llavaneras, muy de moda entonces. Entre ellos, se mofaban del Barça en general, y del partido del día, en particular. Al fondo, apareció un energúmeno bajito, cejijunto, de chaqueta oscura y engalanado con camiseta y bufanda blaugranas: se encaró con ellos. Tuviste que poner paz, evitar la trifulca, porque aquel charnego que hablaba un profundo catalán andalusí, propio de Santa Coloma o San Andrés, estaba totalmente fanatizado, radicalizado se diría hoy, con los símbolos, causas y pompas de su tierra de adopción. Han pasado muchos años, pero al contemplar el acuerdo Aragonés-Illa, viajaste inmediatamente a aquel vagón de metro. Solo una psicoanalista de la calle Ganduxer podría explicar el fenómeno. Nada tiene que ver con nada, y casi todo se explica porque ambos usan gafas, suspiran por el Maresme, y les gustan las patatas bravas del bar “Tomás”

Amas la paz. La tranquilidad. El acuerdo y la fiesta. Y un café con leche en el Maritim de Cadaqués –Isabel, you know. Por eso alegra un pacto después de tantos años de asechanzas. En una semana triste (se fueron Rubert de Ventós y Alexis Ravelo), me propusiste comer en el “Amaya” para celebrarlo. También, a modo de pequeño homenaje a tu profesor Rubert porque allí lo encontraste in illo tempore almorzando con Richard Sennet y te invitaron a charlar. Sé tranquilo: conmigo no necesitas hablar inglés.