La reprimenda

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- A ver, Pepito. Debes escribir cien veces “no voy a decir más mentiras” de tu puño y letra. Nada de hacer un copia-pega en el ordenador.

+ Pero profe, ¡yo no he dicho mentiras!

- Pepito, asume tus responsabilidades. Dijiste que no ibas a hacerlo y has acabado haciéndolo. Y a eso se le llama faltar a la palabra. Además, llevas tiempo justificando tu decisión y ahora, de repente, haces justamente lo contrario y si eso no es mentir…

+ Pues yo no lo veo así. Se van diciendo y haciendo cosas dependiendo de cuándo y dónde toque.

- ¡Qué bonito! En lugar de mantener tu criterio lo vas modificando al son del viento que mejor te vaya. ¿Qué pasa con tus convicciones? ¿No son sólidas como para defenderlas y rebatirlas con tus criterios? ¿O son tan débiles que una pequeña brisa las tumba y te las modifica?

+ No. Sólidas son, lo que ocurre es que el otro día leí algo sobre algo llamado la posverdad y me atrajo mucho el concepto. Resulta que su significado se refiere a que la objetividad y el conocimiento pierden influencia a la hora de formar una opinión pública cuando apelas a las emociones y a las creencias personales. Por esa razón es mejor elaborar discursos fáciles de aceptar, insistir en lo que puede satisfacer los sentimientos y creencias de la gente por encima, incluso, de los hechos reales. Por eso, no se trata de mentir, sino de matizar.

- Pero bueno, bueno, bueno. Ahora resulta que no se dicen mentiras, sino que se matizan las verdades. Me da que en lugar de cien veces tendrás que repetir la operación mil, si hiciera falta. La verdad es que me asombra, no tanto las mentiras que dices, sino que el resto te las creen, porque argumentas lo mismo y lo contrario sin despeinarte un pelo.

+ Es que no todo es blanco ni negro, sino que estamos ante una extensa gama de grises. Por eso yo, y todos como yo, tenemos una mentalidad flexible y adaptable,

- Tú lo que no tienes es vergüenza. Y esa falta de vergüenza es la que hace que las personas terminen por perder totalmente la confianza en ustedes. Defendieron con vehemencia que no se podían bajar impuestos porque eso generaría una hecatombe de dimensiones desconocidas. Y ahora, sin que nada haya cambiado, resulta que es el bálsamo de Fierabrás que todos los males curará. Y, claro, ahora la parte de la sociedad que lleva tiempo demandando ese tipo de soluciones se le queda una cara de asombro que no puede con ella. ¿Dónde está el perdón? ¿Dónde está el decir “me equivoqué”? ¿Dónde está el decir “tenían razón”?

+ ¡Ah! ¿Era por eso y no por la pintada en la puerta del baño? ¿Usted creía que yo había mentido cuando dije que no iba a bajar impuestos y ahora resulta que sí lo hago? Permita profe que me ría un rato, pero es que veo mucha ingenuidad por su cabeza, la verdad. Le explico. Resulta que la gente tiene memoria de pez. Tiene una memoria selectiva que le dura unos pocos segundos, minutos, tal vez. Es el caso del accidente de tráfico.

- Pero ¿qué tiene que ver ahora el tráfico aquí?

+ Espere, espere y verá cómo lo entiende. Resulta que cuando vemos un accidente de tráfico nos asustamos porque pensamos que nos podría haber pasado a nosotros. Al salir indemnes conducimos con prudencia algunos minutos, pero luego, se nos olvida. Pues con nuestras decisiones pasa lo mismo. La gente solo se acuerda de lo que ha sucedido en el último minuto. Aunque hay otras personas que tienen memoria, pero, por fortuna, son los que menos abundan.

- Pero…

+ Ni pero ni leches. ¿Sabe realmente el porqué del cambio de opinión en estos momentos? Porque hay un montón de elecciones a los diferentes niveles de la administración pública y al pueblo hay que darle lo que quieren oír y no siempre lo que necesitan. Parece mentira que haya que explicarlo a estas alturas de la vida.

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