“No lo olvides, ¡nunca lo olvides!/ En tu corazón de Niño./ Allí se esconde el Amor/ del corazón de María”. Con estos hermosos versos concluía el Carro Alegórico y Triunfal del dramaturgo palmero Antonio Tabares que se estrenó después de treinta años en la recoleta y acogedora Plaza de Santo Domingo durante la Semana Grande de La Bajada de la Virgen 2025 y cuyo texto ha sido recientemente publicado por la editorial Cartas Diferentes.
Jamás nos cansaremos de rememorar esta espectacular a la vez que conmovedora representación teatral con música de Gonzalo Cabrera que hizo latir el corazón de Santa Cruz de La Palma con más fuerza y pasión que nunca. Según nos confiesa Javier Armas, el actor que encarnó al personaje del Caballero del Recuerdo, “interpretar este viaje espiritual en busca de la santa efigie y reencontrarme con el niño que fui ha sido lo mejor y más emocionante que me ha pasado en mi vida”.
No cabe duda de que es el niño, o mejor dicho, “lo niño” el verdadero protagonista de esta enigmática y reveladora obra, entendiendo por “niño” aquello vago e indefinido que sigue palpitando en nosotros por debajo de nuestra máscara, de nuestro disfraz. Esto que todavía está “a medio hacer” se presenta como un auténtico peligro para el Estado y el Capital que, ciertamente, necesitan de masas de individuos bien constituidos y encerrados en las cuatro paredes de su definición (por no decir de su ataud) sobre los cuales poder ejercer su control a través del cómputo y la denominación. Sin Fe en el individuo personal no hay Estado que se sostenga. De ahí que las distintas instituciones se encarguen desde pronto de administrar la muerte al niño y de convertirle lo antes posible en un hombre y una mujer como Dios manda. Porque, según nos advierte Tabares, “morir no es sólo/ un corazón que deja de latir”, y no hay nada más triste ni más desolador que “estar muerto en vida”.
¿Y cómo se mata a un niño para convertirlo en un adulto bien formado? cabe preguntarnos. Pues bien, parece que son tres los procedimientos más habituales que nos vienen a la mente a poco que reflexionamos sobre esto de “lo niño” que se vincula directamente con “lo sagrado”, con aquello de lo que no se puede hablar sin un profundo respeto y sin un cierto temor a profanarlo.
En primer lugar, asistimos nada más nacer (e incluso a veces ya durante el periodo de gestación) al bautizo del niño. Con anterioridad a que éste comience a adquirir el lenguaje y a balbucir elementos comunes a cualquier lengua como “yo”, “mí”, “me”, “conmigo”, el churumbel ya recibe un nombre propio que lo diferencia del resto de los miembros de la familia. Normalmente (a excepción de algunos casos que son aplicables a ambos géneros) existen nombres que son “de niño” y otros nombres que son “de niña”, por lo que desde edades muy tempranas se imprime en la conciencia del imberbe la dicotomía o separación entre los sexos.
La aparición de la distinción sexual nos sitúa claramente ante el segundo mecanismo o procedimiento a través del cual se mata al pequeñuelo, el cual en un principio era totalmente ajeno a esta división entre lo masculino y lo femenino. De hecho, si acudimos a algunas lenguas como el alemán observamos que el vocablo “Kind” viene precedido del artículo neutro “Das” y que en inglés el término “child” hace alusión tanto a varones como a féminas. En el caso de los niños, ellos se van a ver condenados a pertenecer a la clase dominante y, por ende, a padecer algo así como un egoísmo abstracto, es decir, una necesidad de defensa, salvaguarda y promoción del propio Ser, de su personalidad individual. En el caso de las niñas, ellas estarán avocadas a convertirse en miembros de la clase dominada, o bien a adquirir una identidad personal y una posición de Poder similar a la de sus congéneres que, lejos de liberarlas del sometimiento, las hace cómplices y colaboradoras de sus argucias y tejemanejes.
Por último, no podemos dejar de reflexionar sobre la tercera vía de administración de muerte, la más mortífera de todas, que no es otra que la imposición de la ley moral en el infante a través de una educación esencialmente engañosa que hace pasar lo bueno por malo para, de este modo, hacer pasar lo malo por bueno. Se trata del aprendizaje de lo que algunos llaman la Moral, la Ética. Por desgracia al niño se le ha equivocado, se le ha hecho un lío de sentimientos, desde muy pequeñito se le ha obligado a desarrollar un carácter individual, una voluntad propia, confundiendo el deseo con su capricho personal. Lo que se le oculta, claro está, es que lo que él quiere personalmente no es otra cosa que lo que está mandado que quiera. ¡Ay si verdaderamente anheláramos lo que anhela nuestro corazón! ¡ese profundo anhelo de lo otro, de lo que no es la persona de uno, de lo que no es la Realidad tal cual la hemos concebido!
Pero ¡cuidado! por mucho que se empeñe el Poder en acabar con el niño, éste no puede callarse nunca del todo sino que, por el contrario, resucita una y otra vez en cada criatura que viene al mundo a decir “no” a la ley de sus progenitores que suplanta cualquier razón o sentimiento verdadero por meros sustitutos de vida, de placer, de amor.
Entre sones antiguos de flautas, tambores y castañuelas, desciende gloriosa la Virgen de las Nieves desde su frondoso y recóndito Santuario a la bella e inigualable ciudad atlántica de Santa Cruz de La Palma, para buscar lo perdido, lo extraviado, haciendo revivir lustro tras lustro a ese niño lleno de sueños y esperanzas que hemos sepultado. Como escribe el poeta, “no es la gloria eterna lo que anhelo, sino vivir otra vez lo que he vivido”, en definitiva, esos recuerdos de la niñez, esa vida que sabe a Vida.