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Luz verde para que los ranchos de ánimas de Gran Canaria sean declarados Bien de Interés Cultural

Gara Santana

21 de enero de 2025 18:03 h

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El Consejo de Patrimonio del Gobierno de Canarias ha dado este martes el último impulso al expediente para la declaración de Bien de Interés Cultural del Rancho de Ánimas de Valsequillo, el Rancho de Ánimas de La Aldea de San Nicolás y el Rancho de Ánimas de Aberjales, Teror “con categoría de conocimientos y usos relacionados con la naturaleza, el cielo y el mar, Isla de Gran Canaria”.

Esta tradición consistente en cantar a las ánimas una suerte de letanías de acordes monótonos y recordar a los difuntos en ceremonias en casas particulares, normalmente en la casa de quien encarga el Rancho “por las ánimas benditas” suele comenzar por la noche y extenderse hasta la madrugada y sólo ha pervivido en la isla de Gran Canaria. El calendario del Rancho está fijado y regido con el calendario de celebraciones cristianas, entre principios de diciembre, aproximadamente en la festividad de Santa Lucía y se extiende hasta el día de la Candelaria.

Se trata de la manifestación más antigua del folclor canario y a tenor de los instrumentos utilizados y la forma en que se hace, la más misteriosa. El sonido se compone de espadas, panderos, timples guitarras y voces humanas que en un ritmo monótono quieren dar paso a que el otro mundo pueda seguir el ritmo, por si alcanzaran a escuchar el mensaje que los vivos quieren enviar.

La tradición se remonta a los siglos XVI y XVII, pero su auténtico origen, los historiadores lo sitúan en la influencia que pudieron tener sobre las costumbres isleñas los bereberes del norte de África traídos como esclavos en época moderna al Archipiélago. La cristianiciación de esta tradición, uno de sus mecanismos de supervivencia a los embates de los cambios religiosos y políticos, la hizo adaptarse a las creencias locales y permanecer hasta nuestros días incluso con nuevas generaciones interesadas en aprender a cantar el Rancho y llevarlo por la comunidad a cambio del dinero que quien mande cantar deposite en una cesta que está en una mesa de mantel impoluto donde nunca faltan naranjas de esa época del año.

Agasajar a los rancheros y a su patriarca es una tarea de la familia que manda a pedir por las ánimas y les acoge en su casa y es un momento de intercambio, de memoria y, paradójicamente, de vida a flor de piel.

El proceso burocrático ha sido largo, iniciado en 2017 por los ayuntamientos que aún conservan sus ranchos y por el Cabildo Insular, ya solo necesita que la Consejería de Universidades, Ciencia e Innovación y Cultura eleve la propuesta al Gobierno para ser aprobada. Esta declaración no solo blindaría la tradición sino que la protegería de posibles influencias que la alejen de su origen tan cercano a otros tiempos y a otros mundos.