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No basta con pedir perdón

Juan García Luján / Juan García Luján

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Pero Diego no volverá este lunes al trabajo como siempre. O a la oficina del paro, porque no conozco su vida. Cuando Diego vaya al supermercado y alguien lo mire su reacción será confusa ¿qué estará pensando de mi? A Diego lo hicimos famoso en 24 horas. Lo convertimos en canalla, en un violador, en asesino. Unos más que otros. Un periódico de papel de Gran Canaria llegó a poner en su portada de este sábado que Diego había confesado a la Guardia Civil que le pegó una paliza a la hija de su novia, que la quemó, pero que no la violó.

Ni paliza, ni violación, ni maltrato. El primer error fue de un médico del centro de Salud de Arona. Realizó un informe donde hablaba de desgarramiento vaginal y anal. Hablaba de quemaduras. El médico le vio de todo a la niña de tres años, todo lo externo, redactó un informe rotundo. El médico le vio de todo la chiquilla, todo menos lo que le tenía que ver, una hemorragia que iba a matar a Aitana.

No escribo desde un altar, no pretendo sermonear sobre la ética y la moral de los periodistas. Tampoco intento juzgar al médico de Arona. Asumo que si este sábado llego a estar en la redacción, si me llega a tocar editar la noticia, probablemente hubiera hecho lo mismo que mis compañeros de los diferentes periódicos. Probablemente también hubiera puesto la foto de Diego. Por eso acudo al ordenador para reaccionar como si lo hubiera hecho. Para asumir todos los errores. Para pedir perdón a Diego. Para decir que tenemos que pararnos a pensar. Que no todo vale.

No hablemos de prisas, ni de fuentes policiales. Ha habido otros hechos horribles y no hemos criminalizado a los responsables. En Tenerife hubo un “farruquito chicharrero”. Ocurrió el 28 de octubre de 2006 Un matrimonio de 67 y 62 años iba a cruzar por un paso de peatones con su hija discapacitada que iba en silla de ruedas. Un joven de 21 años se saltó un semáforo en rojo y los arrolló, y siguió su camino. Parece que estaba picándose con otro coche en el que iba otro muchacho de apellido ilustre. Un médico atendió a las víctimas. Vino la policía local, la policía nacional.

Pero? silencio. No se graba. No se cuenta. No se sabe. El autor del triple atropello mortal era hijo de un exsenador tinerfeño, nieto de un expresidente del cabildo. Otro joven que según declararon algunos testigos, también iba a una velocidad temeraria no se presentó en los juzgados hasta que pasaron 12 días del accidente. No hubo cámaras cuando pasaron a disposición judicial. Sí hubo mensajes a la prensa y a la Delegación del gobierno para que se cuidara la imagen del principal implicado. Los abogados de la defensa de los jóvenes esgrimieron argumentos increíbles: los que hacían la carrera en realidad eran los viejos con su hija en silla de ruedas. Se saltaron el semáforo. El alcohol del conductor imputado no era tanto.

En fin, ya sabemos, la historia la escriben los vencedores y los muertos al hoyo y los vivos, si tienen apellido ilustre, se libran de bollo. De todas formas, que quede claro, me parece muy bien que no se publicaran las fotos de los jóvenes del atropello en Santa Cruz de Tenerife, lo que pretendo decir es que deberíamos respetar la imagen siempre, no cuando los directores de los medios reciben la llamada de un familiar de la alta política o del mundo del empresariado.

En la misma isla en la que se protegió la imagen de aquel joven que provocó un triple atropello mortal con un mini (imaginen la velicidad a la que iba). Bueno, no se protegió su imagen, más bien se escondió. En la misma isla había cámaras de sobra para fotografiar a otro joven que, según todos los indicios, tuvo la mala suerte de que un médico hiciera un informe demoledor. Nadie creyó a Diego. Bueno, en realidad todos los que lo conocen le creyeron, su familia se trasladó desde Madrid para apoyarlo, y su novia, la madre de Aitana, lo respaldó desde el primer momento. El juez considera que Aitana no murió por la brutal paliza de un homicida. Se basa en un segundo informe médico y en las conclusiones de la autopsia. La muerte de la chiquilla fue por la caída de un columpio. Diego se limitó a llevarla a Urgencias el mismo día. En el centro de salud le dijeron que ya se le pasarían los moratones. Pero unos días después cuando volvió a llevar a la niña al centro de salud, el informe del médico y las portadas de los periódicos provocaron el homicidio de la imagen de Diego.

Quizá los mismos que gritaban “asesino” contra Diego ahora gritan “manipuladores” contra los periodistas. Pero no se trata de gritar. Por la parte de la medicina se trataba de saber por qué no se hizo un escáner a la niña desde que entró en urgencias con un golpe en la cabeza. ¿Lo intentó el médico, pero estaba saturada la sanidad pública?¿Se quedará la responsabilidad en el médico?¿Tienen algo que decir los que recortan los presupuestos en la Sanidad pública mientras aumenta la demanda de sus servicios? Por la parte periodística se trata de pensar si tenemos derecho a publicar la imagen de alguien a partir de un informe médico, sin ni siquiera conocerse los resultados de una autopsia. Se trata de reflexionar por qué la misma máquina que difumina el rostro de los policías, por su seguridad, no se usa para esconder el rostro de un hombre que no ha declarado todavía ante el juez. Se trata de pensar que sería bueno aprender algo de este error para no repetirlo. Porque no debemos olvidar que no fue el médico de Arona el que publicó la foto de Diego, ni el que escribió los titulares en los periódicos.

También deben reflexionar los oyentes, lectores y telespectadores que suelen consumir informaciones de sucesos, que aceptan de forma pasiva que el morbo, la sangre y el griterío formen parte de la programación. Y tiene que reflexionar la clase política, gobierno y oposición. En Canarias debe reflexionar un gobierno que promueve y ampara una radio televisión pública que cada vez que encuentra un crimen, una violación o un desaparecido realiza programas especiales que viven del morbo, de las declaraciones viscerales, de las lapidaciones públicas. El gobierno está encantado porque después del bloque de noticias de sangre aparece el presidente o el vicepresidente cuando se tiene al 20% de la audiencia enganchada. Y la oposición se dedica a contar los minutos que sale el presidente o el vicepresidente, para pedir el mismo minutaje, en lugar de contar los minutos y horas de sangre y morbo en unas cadenas públicas, y llevar las cifras al Parlamento para que sus directivos expliquen si eso tiene algo que ver con los objetivos de la Ley de la Radio Televisión Canaria.

Como ven, somos muchos los que tenemos que reflexionar. En los medios públicos que olvidan los objetivos que les marca la ley y en los privados que convierten la noticia en mercancia y sólo buscan las audiencias para poder vender más cara la publicidad. También hay que reflexionar en la sanidad y en la guardia civil. ¿Cómo han logrado guardar la intimidad de los pacientes muertos por Gripe A y no han sido capaces de que no llegue a los medios un informe médico provisional? No basta con pedirle perdón a Diego. Debemos de reflexionar y cambiar de comportamiento todos los actores que hemos participado en esta tragedia disparatada que convirtió la muerte accidental de una niña en la lapidación pública de un joven que fue sentenciado y condenado antes de ejercer su derecho a declarar ante el juez.

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