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La pelota y el jarrón

Cristóbal D. Peñate

Algo debe tener la política que incluso cuando la dejas sigues inevitablemente unido a ella. Suele pasar con todos los ex mandatarios. Cuando abandonan su puesto y el cargo no pueden reprimirse de salir a la palestra para seguir opinando desde la sombra.

Son los famosos jarrones chinos a los que se refería Felipe González. Sí, son muy valiosos y tal, pero nadie en el partido sabe dónde colocarlos para que no molesten mucho. Le ha ocurrido al propio González, le está pasando a Aznar, que sigue tirando a dar a la persona que él mismo colocó para sucederle, y acaba de cumplirse con Paulino Rivero, que ha advertido a su partido que no está yendo por el buen camino acercándose al PP y distanciándose del nacionalismo. Prueba de ello, según él, es la ruptura con Nueva Canarias para ir de nuevo juntos al Congreso de los Diputados.

Los ex siempre son muy molestos para los que se quedan. Pasa en la política y en la vida sentimental. Mientras están juntos todo parece ir como la seda, pero desde que hay desavenencias, cuanto más lejos mejor. Sin embargo, los ex presidentes nunca se van lo suficientemente lejos como para dejar de molestar.

Felipe González siempre aparece para tensar la situación interna del PSOE, Aznar hace lo propio para meter el dedo en el ojo al sucesor que él mismo puso digitalmente y ahora Paulino Rivero sale a la palestra para cargar con la política de Coalición Canaria y el buen rollito de Fernando Clavijo.

A los ex presidentes les pasa como al escorpión de la fábula de la rana: aunque no quiera, te picará desde que te descuides porque está en su espíritu y condición, aunque los dos se ahoguen en la charca. Es ley de vida y no lo pueden evitar. González, Aznar o Rivero no se acostumbran a estar en la sombra después de haber vivido tantos años en primera línea pública. Se creen necesarios, aunque no lo sean. Incluso aunque en algunos casos tengan razón.

No se han dado cuenta de que su tiempo político ha pasado y que ellos no son imprescindibles, a pesar de que sus aduladores y correveidiles trataron de hacerles creer lo contrario cuando gobernaban y tenían poder.

Los ex presidentes han pasado de rodearse de pelotas a ser unos auténticos tocapelotas. Como los jarrones chinos, sus partidos no saben dónde colocarlos hasta que un hijo pródigo los rompa de un pelotazo en mil pedazos.

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