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Grabados de Belmaco: símbolos en la piedra (II)

Felipe Jorge Pais Pais

Si complejo es el tema del significado de los grabados rupestres, aún más oscuro es el apartado de los posibles paralelos de los motivos, ya que esta cuestión entronca directamente con el tema de la procedencia y la fecha de la primera arribada de los benahoaritas a su isla y, en general, de la población prehispánica de Canarias. El principal escollo con que nos topamos es la universalidad de símbolos tan simples como la espiral, los círculos y semicírculos concéntricos o los meandriformes que también aparecen en otras culturas (Europa Atlántica, Egipto, Mar Mediterráneo, Norte de África, América, Australia, etc) muy distantes en el espacio y en el tiempo respecto a su momento de auge en la antigua Benahoare. Actualmente, la mayoría de los investigadores parecen decantarse por un origen bereber.

Los grabados rupestres de Belmaco son de tipo geométrico, destacando el grupo de las espirales, los círculos y semicírculos concéntricos, los meandriformes y los laberintos que, en la gran mayoría de las ocasiones, están completamente entrelazados entre sí, ocupando buena parte de la superficie de las rocas que les sirven de soporte. La extraordinaria perfección y abigarramiento de los paneles nos sugiere la hipótesis de que son bastante antiguos, realizados en un momento inicial del poblamiento insular. La técnica de ejecución fue el picado de anchura y profundidad variables que, a veces, se completaban mediante la abrasión, que proporcionaba una mayor calidad de los motivos.

La amplia variedad y exhaustividad de los estudios sobre los grabados rupestres de Belmaco ha provocado, a veces, algunas confusiones, como cuando se hablaba de la presencia de zoomorfos. Luis Diego Cuscoy creyó vislumbrar las figuras de una cabra y un perro en el panel grande aunque, posteriormente, nadie más ha compartido esta teoría. No obstante, y a pesar de que esos animales no estén grabados, debió existir una estrecha relación entre los petroglifos geométricos y los animales domésticos que conformaban la cabaña ganadera de los aborígenes que vivieron en esta cueva. No debemos olvidar que los benahoaritas tenían una economía fundamentalmente pastoril y que, por tanto, muchas de sus creencias mágico-religiosas, entre las cuales se incluyen los petroglifos, estarían enfocadas a solicitar a sus dioses la caída de las vivificantes lluvias que harían manar las fuentes y brotar los nuevos pastos que garantizarían, una vez más, la supervivencia de los grupos humanos que vivían en el Caboco de Belmaco.

Siempre nos ha llamado poderosamente la atención una circunstancia que, hasta ahora, había pasado desapercibida para la investigación arqueológica. Todas las fuentes etnohistóricas y arqueológicas, anteriores a la excavación de Luis Diego Cuscoy, que hablan de los grabados de Belmaco se refieren únicamente a la existencia de dos paneles cuando, en realidad, son cuatro. La consulta del diario de excavaciones nos ha sacado de dudas pero, por contra, ha suscitado otro interrogante muy inquietante. Esos dos petroglifos “ausentes” estaban cubiertos por la estratigrafía más reciente de la cueva de habitación. Es decir, que los benahoaritas que ocuparon el yacimiento en los últimos momentos de la etapa prehispánica no tuvieron reparos en desarrollar su vida sobre unas inscripciones que tenían un valor mágico-religioso y, por tanto, cubriéndolos con los desechos de su vida cotidiana. Las hipótesis que se nos ocurren para explicar este extraño comportamiento son múltiples y de imposible contestación: ¿cabe suponer que estos aborígenes, posiblemente de la Fase Cerámica IV, habían dejado de creer en los ritos y dioses de sus antecesores?, ¿se podría relacionar este hecho con la arribada de un nuevo grupos de gentes, procedentes del noroeste de África, en torno al año 900?, ¿implica este aparente desinterés que sus creencias mágico-religiosas iban por otros derroteros lo cual, a su vez, conllevaba cambios en la estructura socio-económica, tal y como parece desprenderse de la compartimentación de la isla en 12 cantones o la diferente explotación, respecto a períodos más antiguos, de los campos de pastoreo de alta montaña?, ¿cabría suponer que los grabados dejaron de tener trascendencia ante los profundos cambios climatológicos que por estas fechas, y según las últimas investigaciones, se produjeron en la isla?. Probablemente, nunca podamos responder a estas cuestiones aunque, de cualquier forma, la clave de tales interrogantes podría encontrarse, una vez más, en el propio yacimiento de Belmaco.

Si alguna de las teorías anteriores se confirmara, debemos alegrarnos de que los benahoaritas del último período no se vieran poseídos de la furia iconoclasta, muchas veces repetida en la historia de la humanidad, que implicaba la destrucción sistemática de los símbolos religiosos de sus antecesores. Gracias a ello, y a la sensibilidad de muchas generaciones de mazucos, hoy podemos contemplar y admirar el legado, escrito en las piedras, que nos dejaron nuestros antepasados y que, a partir de ahora, perdurará hasta el final de los tiempos.

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