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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

¿Es tan rara la universidad española?

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Entre nosotros impera una visión demasiado negativa de nosotros mismos. El argumento de que “lo que pasa aquí no pasa en ningún otro lado” a menudo se usa para desacreditar lo propio en muchos ámbitos, especialmente los relacionados con lo público: en ningún lado los políticos son tan ladrones, los funcionarios tan gandules, los empresarios tan sinvergüenzas o los jóvenes tan incultos, o al menos eso es lo que uno pensaría si hace caso a muchas conversaciones que se oyen en la calle y en las redes. Esa especie de “sentimiento trágico de la vida” del que hablara hace más de un siglo Unamuno, rector de Salamanca, una de las universidades más antiguas del mundo, hace que a menudo se presente a la universidad española como aquejada de un montón de males que serían endemismos que sólo se entenderían si funcionara de forma muy distinta a como funciona la universidad en otros países.  Ahora que recién se acaba de aprobar una nueva ley de universidades, la LOSU, creo que es interesante explicar al público ajeno a la misma cómo funciona la universidad española en los últimos años. ¿Es cierto que lo que pasa aquí no pasa en otros lugares del mundo? Desde que comencé a estudiar la carrera de Sociología aprendí a desconfiar de las visiones esencialistas de la sociedad. El comportamiento colectivo de los seres humanos se entiende mejor a partir de las diferencias culturales y de los incentivos que en las distintas organizaciones se establecen para fomentar determinados tipos de comportamientos entre sus miembros y no, como a menudo suele hacerse, a partir de diferentes “naturalezas humanas”, del tipo: “los alemanes son ”genéticamente“ más trabajadores, los nórdicos más tolerantes y los españoles más gandules y dados a la fiesta”. Dando por sentado que la cultura académica de todos los países comparte muchos de sus rasgos fundamentales, ¿qué incentivos se han establecido en las últimas décadas que pueden ayudar a comprender por qué la universidad española funciona como funciona? 

Antes de entrar en materia intentaré explicar, para quien no tenga nada que ver con él, cómo funciona el sistema universitario español. Aunque en otros tiempos las cosas podían ser de otra manera, hace ya bastante tiempo que quienes aspiran a entrar y/o progresar en el sistema académico han de ceñirse a unas normas marcadas por lo que podría considerarse que es una copia acrítica de cómo funcionan las universidades americanas, especialmente en algunas áreas. Pondré un par de ejemplos: esta mañana recibí un correo en que la organización de un “Educational Congress of Educational Sciences and Development” me invitaba presentar un simposio invitado, en un congreso que se celebrará de forma virtual este otoño. Ahí se afirmaba que quienes pagaran la inscripción tendrían la posibilidad de publicar en medios (Web of Science, Scopus, Clarivate Analytics) que son empresas privadas (no entidades estatales ni ONGs) de la edición que provienen del mundo anglosajón. Mientras buscaba información para recomendar a mi alumnado me encontré un artículo publicado en una de la revistas españolas incluidas en los ránquines anteriormente citados que puede ponerse como ejemplo de lo que hoy tiende a entenderse por “ciencia”, o al menos de lo que sirve para progresar en la carrera académica: cuatro profesores/as les pasan un cuestionario, a ser posible uno que haya sido ya testeado en universidades anglosajonas, a su alumnado, y de lo que algunos de estos respondan (la reflexión sobre la no respuesta suele brillar por su ausencia) se concluye algo que generalmente tiende a estar en consonancia sobre lo que desde el mundo del sentido común se piensa sobre una materia. Cuando salí a tomar el café coincidí con dos profesoras en distintas fases de su carrera académica, una recién acaba de conseguir un contrato indefinido laboral, otra lleva un año en el contrato por el que se accede a la universidad española, el de ayudante doctor(a): ambas tienen muy claro que este tipo de cosas, que a menudo implican también acabar dedicando parte del dinero de los proyectos a pagar derechos, traducciones y otro tipo de cánones a empresas privadas del mundo anglosajón es lo que tienen que hacer si quieren progresar en la universidad española. De hecho, como plantean muchos expertos, si se tiene en cuenta lo que la se gasta en ellas, y el nivel de la sociedad en otros aspectos, a la aportación española a las bases de datos es mayor de la que cabría esperar. 

La universidad española es muy normal. Claro que, según el antropólogo de Harvard Joseph Henrich, en realidad lo que pensamos que es normal es raro: las sociedades occidentales somos raras, WEIRD (Western, Educated, Industrialized, Rich and Democratic). Y buena parte de la “ciencia” que se ha hecho en los últimos cuarenta años en disciplinas como la psicología, las ciencias de la educación, el márquetin y otras disciplinas relacionadas con la gestión empresarial, que pretenden poder generalizar teorías acerca del comportamiento humano sólo se aplican, en realidad, al contexto en el que se han realizado los estudios: jóvenes universitarios, principalmente anglosajones. ¿Es tan rara la universidad española? En la última versión del instrumento que se usa para evaluar la investigación en la universidad española, los sexenios, se venía a decir que el hecho de que los investigadores publicaran sus resultados en español podía no considerarse un demérito. Aunque no conozco el caso, se me hace raro pensar que los franceses evalúen como un demérito que los franceses escriban en francés. En la medida en que copia acríticamente determinados modelos anglosajones la universidad española no es rara, sigue la moda. Ahora bien, quizá no deja de ser raro que la universidad del país que da nombre a uno de los idiomas más importantes del mundo no intente fomentar más su uso. Quizá es que, en el fondo, no hemos dejado de ser unos acomplejados. 

Entre nosotros impera una visión demasiado negativa de nosotros mismos. El argumento de que “lo que pasa aquí no pasa en ningún otro lado” a menudo se usa para desacreditar lo propio en muchos ámbitos, especialmente los relacionados con lo público: en ningún lado los políticos son tan ladrones, los funcionarios tan gandules, los empresarios tan sinvergüenzas o los jóvenes tan incultos, o al menos eso es lo que uno pensaría si hace caso a muchas conversaciones que se oyen en la calle y en las redes. Esa especie de “sentimiento trágico de la vida” del que hablara hace más de un siglo Unamuno, rector de Salamanca, una de las universidades más antiguas del mundo, hace que a menudo se presente a la universidad española como aquejada de un montón de males que serían endemismos que sólo se entenderían si funcionara de forma muy distinta a como funciona la universidad en otros países.  Ahora que recién se acaba de aprobar una nueva ley de universidades, la LOSU, creo que es interesante explicar al público ajeno a la misma cómo funciona la universidad española en los últimos años. ¿Es cierto que lo que pasa aquí no pasa en otros lugares del mundo? Desde que comencé a estudiar la carrera de Sociología aprendí a desconfiar de las visiones esencialistas de la sociedad. El comportamiento colectivo de los seres humanos se entiende mejor a partir de las diferencias culturales y de los incentivos que en las distintas organizaciones se establecen para fomentar determinados tipos de comportamientos entre sus miembros y no, como a menudo suele hacerse, a partir de diferentes “naturalezas humanas”, del tipo: “los alemanes son ”genéticamente“ más trabajadores, los nórdicos más tolerantes y los españoles más gandules y dados a la fiesta”. Dando por sentado que la cultura académica de todos los países comparte muchos de sus rasgos fundamentales, ¿qué incentivos se han establecido en las últimas décadas que pueden ayudar a comprender por qué la universidad española funciona como funciona? 

Antes de entrar en materia intentaré explicar, para quien no tenga nada que ver con él, cómo funciona el sistema universitario español. Aunque en otros tiempos las cosas podían ser de otra manera, hace ya bastante tiempo que quienes aspiran a entrar y/o progresar en el sistema académico han de ceñirse a unas normas marcadas por lo que podría considerarse que es una copia acrítica de cómo funcionan las universidades americanas, especialmente en algunas áreas. Pondré un par de ejemplos: esta mañana recibí un correo en que la organización de un “Educational Congress of Educational Sciences and Development” me invitaba presentar un simposio invitado, en un congreso que se celebrará de forma virtual este otoño. Ahí se afirmaba que quienes pagaran la inscripción tendrían la posibilidad de publicar en medios (Web of Science, Scopus, Clarivate Analytics) que son empresas privadas (no entidades estatales ni ONGs) de la edición que provienen del mundo anglosajón. Mientras buscaba información para recomendar a mi alumnado me encontré un artículo publicado en una de la revistas españolas incluidas en los ránquines anteriormente citados que puede ponerse como ejemplo de lo que hoy tiende a entenderse por “ciencia”, o al menos de lo que sirve para progresar en la carrera académica: cuatro profesores/as les pasan un cuestionario, a ser posible uno que haya sido ya testeado en universidades anglosajonas, a su alumnado, y de lo que algunos de estos respondan (la reflexión sobre la no respuesta suele brillar por su ausencia) se concluye algo que generalmente tiende a estar en consonancia sobre lo que desde el mundo del sentido común se piensa sobre una materia. Cuando salí a tomar el café coincidí con dos profesoras en distintas fases de su carrera académica, una recién acaba de conseguir un contrato indefinido laboral, otra lleva un año en el contrato por el que se accede a la universidad española, el de ayudante doctor(a): ambas tienen muy claro que este tipo de cosas, que a menudo implican también acabar dedicando parte del dinero de los proyectos a pagar derechos, traducciones y otro tipo de cánones a empresas privadas del mundo anglosajón es lo que tienen que hacer si quieren progresar en la universidad española. De hecho, como plantean muchos expertos, si se tiene en cuenta lo que la se gasta en ellas, y el nivel de la sociedad en otros aspectos, a la aportación española a las bases de datos es mayor de la que cabría esperar.