La comunidad saharaui en Canarias: “Entendemos que España quiera buenas relaciones con Marruecos, pero no a costa de nosotros”

“Lo importante es que tengamos buenas relaciones con Marruecos porque nos va muchísimo en ello”, recalcó el pasado 2 de mayo el presidente del Gobierno de Canarias, Ángel Víctor Torres. En unas declaraciones realizadas en el marco del 143 aniversario de la fundación del PSOE, el líder del Ejecutivo regional hacía referencia a la comisión hispano-marroquí, que se celebra este mes, en la que consideraba esencial la presencia de la autonomía para negociar asuntos como la delimitación de las aguas o las migraciones. “Entendemos que España quiera buenas relaciones con Marruecos, pero no a costa de nosotros”, recuerda la presidenta de la comunidad saharaui en Canarias, Sukeina Ndiaye.

La comisión se enmarca dentro del proceso de ejecución de la hoja de ruta diseñada en el encuentro mantenido el pasado mes de abril por el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el Rey de Marruecos, Mohamed VI. Esta reunión se celebró después de que el líder del Ejecutivo central apoyara la propuesta de Rabat sobre el Sáhara Occidental (una autonomía bajo su soberanía) porque la considera “la base más seria, creíble y realista para la resolución de este diferendo”, en lugar de la celebración de un referéndum de autodeterminación, como defiende la ONU. Cuando se conoció el contenido de la carta que envió Sánchez, colectivos saharauis expresaron su indignación desde las Islas, con diferentes concentraciones en señal de protesta. Es “injusto” e “intolerable”, dijo entonces Ndiaye. 

La decisión de Sánchez provocó que el Frente Polisario suspendiera sus relaciones con el Gobierno de España. Al respecto, Ndiaye recuerda que “el pueblo español, el pueblo canario y el Gobierno canario han hablado para bien”, es decir, “defienden las resoluciones de la ONU, que somos un país pendiente de descolonización” y “la deuda del estado español está ahí, es moral y ética con el pueblo saharaui; no sé qué precio lo hace Sánchez, pero no deja de ser una traición más”.

Ndiaye lleva 20 años viviendo en Tenerife, a donde se trasladó después de pasar más de dos décadas en los campamentos de refugiados de Tindouf. Nació en el Sáhara Occidental bajo soberanía española, en La Güera, uno de los territorios más al sur de la antigua colonia española. Su madre era “funcionara del estado español”, trabajaba como enfermera, de quien recuerda que siempre le decía “que teníamos que formarnos, porque si una mujer quiere ser independiente debe tener su formación”. Y su padre, trabajaba en el puerto de Nuadibú (Mauritania). Junto a sus hermanos, se trasladaron a El Aaiún para estudiar en un internado, donde aprendió español. “La recuerdo como una época muy feliz, tenía compañeros de clase españoles, de diferentes comunidades, pero sobre todo canarios, teníamos más cosas en común con ellos”.

“Cuando empezaron las revueltas y nos llegó que Marruecos venía a invadir el Sáhara, ya era tarde, era cuando ya estaban invadiendo. Éramos jóvenes. Éramos estudiantes y ya no teníamos clases. Ahí empezaron a salir los saharauis. Fue un sálvese quien pueda, según como podían”, rememora Ndiaye. Se refiere a los hechos acaecidos en 1975; en noviembre Rabat ejecutó su Marcha Verde, con cientos de miles de personas que entran al Sáhara Occidental, lo que propició la firma de los acuerdos tripartitos de Madrid con Marruecos y Mauritania, a los que se entregaba el territorio. Ndiaye la llama “la Marcha Negra”.

Ella y toda su familia estaban en La Güera. No pudieron salir hasta 1979, cuando la Repúbilica Árabe Saharaui Democrática y Mauritania firmaron un acuerdo de paz y se retiran las tropas de este último país del territorio. “Y atravesamos 1.500 kilómetros”, hasta los campamentos de refugiados, en pleno desierto. Cuando en 1991 se declaró el alto el fuego y se inició el proceso de paz para buscar una salida al conflicto con un referéndum de autodeterminación, Ndiaye se trasladó a Cantabria como subdelegada del Frente Polisario en dicha autonomía. De allí, viajó a Canarias a acompañar a su madre para unas revisiones médicas y decidió quedarse con su hermana, que vivía y trabajaba en Tenerife como medica. Después, trajo a sus hijos.

“Me quedé por el clima, por la cercanía con El Sáhara y por tantas cosas que tenemos en común. Nosotros el gofio lo consumimos más que los canarios. Hasta en los días del ayuno lo consumimos”, subraya Ndiaye, quien considera al Archipiélago como su segunda casa. “Hay una complicidad general con el pueblo español, pero de forma especial con Canarias”, añade. Trabaja como interprete de árabe y francés en comisaría y en los juzgados, además de como activista, representando a colectivos saharauis en las islas, pero también en asuntos migratorios o para romper estereotipos de la mujer árabe africana. Y sus hijos, sobre todo los que llegaron siendo más pequeños, “han estado bien integrados, tienen las mismas amistades desde el minuto cero en el que llegaron aquí”. 

De la lucha con el Frente Polisario a Tenerife

“Hay un cariño especial hacia los canarios y los saharauis los consideramos medio hermanos”, explica Ely Hamdi, quien lleva viviendo en Tenerife desde 1998. También nació el Sáhara Occidental español, en Guelta Zemmur, zona cercana a la frontera con Mauritania. Sus padres eran ganaderos y en los años 60, junto a su madre y sus hermanos, se trasladó a El Aaiún para poder estudiar. “Mi padre siguió con el ganado que tenía, como la mayoría de los saharuis en aquella época, que era una sociedad nómada y tenían cabras o camellos”.

Hamdi rememora que, además de otros saharauis, sus amigos más cercanos en aquella época eran canarios. “Se dedicaban a oficios que no hacían los peninsulares y eran mucho más cercanos”, añade. Pero su época en El Aaiún no duró mucho. Tenía 16 años en 1975 y dice que lo recuerda todo “nítido”. Se acuerda de una anécdota: un soldado de la legión que estaba en El Aaiún le enseñó su ropa, sucia, del desierto, y le decía que venía del frente de batalla. “Le escuché decir que eso no iba a llegar muy lejos, que los españoles estaban pensando abandonar o algo parecido”, cuenta. Ahí empezó a percatarse de lo que sucedería después.

“Cuando nos damos cuenta, de que Marruecos está entrando por el norte y los mauritanos por el sur, ya vemos que va en serio y a partir de ahí es el sálvese quien pueda. Mi padre, con el ganado, salió de forma muy anticipada. En octubre el ganado entró en territorio mauritano para asegurarlo. Mandó a mi madre a que abandonara El Aaiún y fuimos a Guelta Zemmur, a donde también fueron muchísimos saharauis”, relata Hamdi. “Había mucho miedo. La gente huía hacia el este como podía. Mi familia, junto a otras cuatro o cinco, tuvo la suerte de tener un camión y nos montamos todos. Fue un viaje de cuatro o cinco días desde Guelta Zemmur hacia Mahbes, al noreste del Sáhara, limítrofe con Tindouf, que era la capital administrativa del Polisario. Nos cruzamos muchísima gente yendo a pie. Fue horrible”.

Cuando llegaron a Mahbes, Hamdi dice que les ordenaron dirigirse hasta Rabunni, donde se empezaron a montar los campamentos de refugiados. Allí se quedó su familia y él, al igual que todos los jóvenes saharauis, tuvo que alistarse en el ejército del Frente Polisario. Lo recuerda como una guerra de guerrillas y que incluso el Polisario llegó a liberar “el 80% del territorio, hasta que llegó Estados Unidos y se empezó a construir el muro”. Durante esa época no solo combatió, también, dice, trabajó en la enseñanza o el cuerpo diplomático.

Hasta el alto el fuego de 1991, cuando volvió a reunirse con su familia en los campamentos. Pero siete años después, decidió marcharse a Canarias. “Estaba sin hacer nada y creía que no favorecía a nuestra causa, así que decidí ir a Europa para seguir luchando y reivindicando nuestros derechos de otra manera”. Hamdi tenía tres amigos en Tenerife que le acogieron y, una vez estuvo asentado, trajo a su familia, que vivía en los campamentos, tres años después. Hamdi trabajo en la restauración, en la seguridad, en la construcción, de comercial y como traductor e intérprete. Con lo que pudo ganar se compró un piso en el norte de la Isla. “Todos mis hijos nacieron fuera, pero tienen nacionalidad española, son saharauis pero también canarios. El único que no tiene el acento soy yo. Siempre se lo digo a mis hijos: esta es nuestra tierra, es una tierra bendita, aquí hemos echado raíces y aquí tenemos que estar”, añade.

Hamdi sigue vinculado con una causa que considera “justa” y regresa a menudo a los campamentos. A dónde no ha regresado, es al Sáhara Occidental. “Para encontrarme con mis tíos, que están en El Aaiún, tuve que ir a Mauritania, a Nuakchot. Ellos no pueden ir a los campamentos porque tienen pasaporte marroquí y a mí no me gusta ir al Sáhara bajo ocupación marroquí. No me gusta por cuestión de principios, no me gusta ver mi ciudad natal, las calles donde me crié así… no”, explica.

Nacido en el camino y formado en Cuba

“Mi padre me decía que Canarias es como el Sáhara y que los canarios y los saharauis son hermanos, eso siempre lo tenían en la mente, mi padre decía eso: el canario y el saharaui son iguales y me decía a mí mismo que tenía que ir a las Islas”, dice Adada Deidih, actualmente presidente de la Asociación de Inmigrantes Saharauis en Las Palmas de Gran Canarias. Deidih nació el 9 de junio de 1976, “en pleno camino”, es decir, en el trayecto que realizó su familia para salir del Sáhara Occidental hacia los campamentos “dejando todas sus cosas atrás”.

Toda su infancia la pasó en los campamentos de refugiados. Pudo salir por primera vez en 1988, cuando viajó a Italia con otros 12 niños y niñas, en un programa similar a las Vacaciones en Paz. “Pensaba que vivía en un paraíso, pero cuando fui a Europa ví el cambio; cuando vivía en un campamento de refugiados, no veía coches, ni mares y cuando sales, ves otro mundo mejor, es incomparable”.

En 1989 viajó a Cuba para formarse, al igual que han hecho muchos saharauis. Estuvo 11 años y acabó secundaria y la carrera de Radiología Superior. “Cuba ha recibido miles de saharauis. Se han graduado ingenieros, técnicos, agrónomos, médicos, profesores… de todo”, explica Deidih, quien resalta la importancia de la formación entre sus compatriotas para no depender en exclusiva de la ayuda internacional en los campamentos.

“Yo sabía que estaba en otro mundo y que regresaría a lo mío; sabía que sería otro estilo de vida, que no es la misma que tenía en Cuba. Pero tengo que aceptarlo porque ahí está mi gente, que venía del exilio, de la invasión marroquí. Ahí nací y me crié, en el campamento. Y espero el día en el que pueda regresar a mi tierra, la verdadera”, relata Deidih.

Cuatro años después de regresar de Cuba a los campamentos, Deidih puso rumbo a Gran Canaria, donde tenía a dos tíos que vivían en las islas desde los años ’70. Recuerda que sus inicios no fueron fáciles en el ámbito laboral, peor hoy, además de seguir formándose, estudiando una especialidad de resonancia magnética en Medicina Nuclear, trabaja en la cocina de un restaurante. Su objetivo, dice, es poder ayudar en los campamentos, trabajando como voluntario en los hospitales.

Tanto Ndiaye, como Hamdi o Deidih remarcan que la comunidad saharaui en las Islas está muy unida y, aunque no son muchos, resaltan que todos siguen luchando por sus derechos fundamentales: “Ser libres y vivir en nuestra tierra”, señala Ndiaye. También cuentan con el apoyo de las asociaciones de amistad o solidaridad con el pueblo saharaui (ACAPS). El presidente de ACAPS en la provincia tinerfeña, Alberto Negrín, recuerda que esta fue creada en marzo de 1976, entre canarios y saharauis que estudiaban en la Universidad de La Laguna. Entre otros, en su fundación formó parte Ahmed Buhari, que fue representante ante la ONU del Frente Polisario.

Negrín empezó a involucrarse en la asociación en 1992, después de acoger a un niño saharaui que llegaba a la Isla a hacerse una operación quirúrgica y, sobre todo, tras una visita a los campamentos de refugiados. Y desde hace ocho años ostenta su presidencia. Entre otras labores, el colectivo se encarga de organizar las Vacaciones en Paz junto al resto de asociaciones de España. Esta iniciativa, por la que niños y niñas saharauis de los campamentos pasan el verano en diferentes autonomías, nació hace más de 30 años, cuando el Partido Comunista Español invitó a unos 100 menores, que visitaron el Congreso y fueron acogidos en diferentes parte del territorio nacional, pero Canarias en ese momento no participó. 

“Al año hemos llegado a traer a 8.000 menores a todo el territorio nacional entre 2010 y 2011. En 2019 fueron unos 4.500 a toda España. Estamos retomando este año, después de la pandemia, y prevemos que sea un avión de 100 niños a Canarias, de julio a agosto y se van a septiembre”, explica Negrín. Además, la Asociación también realiza captación de fondos a través de instituciones o ayudas humanitarias que tramitan hacia los campamentos, junto a otras actividades de “concienciación” coordinados con la comunidad saharaui.

Negrín considera que el vínculo entre los canarios y los saharauis hunde sus raíces en la época en la que el Sáhara era territorio español. “Muchos isleños fueron a hacer su vida allí y esa relación se mantiene hasta hoy; cuando vas a los campamentos, algunos saharauis, los más ancianos, te nombran que tenían un amigo que era canario de tal sitio y aquí, te encuentras gente que dice que tuvo un familiar que trabajó en el Sáhara”.  

Por todos estos lazos, los colectivos alzan la voz desde Canarias para reclamar que en la comisión hispano-marroquí se diferencien las aguas de Rabat de las saharauis, respetando los derechos de un territorio no autónomo según la ONU. “Ahora mismo lo que pretende Marruecos es apoderarse de unas aguas que no son suyas y negociar. Esperamos que los dirigentes que estén en esas comisiones estén a la altura y no entren en ese juego”, concluye Negrín.

Además, Anselmo Fariña, coordinador de recursos naturales de ACAPS, considera que en las Islas aún está pendiente el debate sobre “qué entendemos por aguas canarias”. Mientras esto siga sin resolverse, “la presencia de un representante canario en la comisión hispano-marroquí es algo puramente cosmético”, porque “¿qué capacidad real tiene Canarias de hacer valer su voz en esa mesa? No va a tener ninguna capacidad de plantear una posición”. Al respecto, Fariña estima que “el estado español no debe negociar en nombre de Canarias en este asunto”, porque se corre el riesgo “de que sea una moneda de cambio en función de otros intereses”.