La magia que nos devuelve a la infancia: lo que la Danza de Los Enanos despierta en el alma

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La magia se hace evidente cuando en las imágenes ves cómo la gente se agacha, intentando mirarles la cara. En ese gesto sencillo, casi instintivo, ocurre el milagro: te das cuenta de que has vuelto a ser un niño. Que no hemos perdido la capacidad de asombro. Que aún somos capaces de dejarnos maravillar por esos seres diminutos que bailan y saltan sin descanso, como si el tiempo no existiera.

Y todo empieza con la música. Esa polka inconfundible irrumpe como un latido colectivo, marcando el inicio del prodigio. Con los primeros acordes, los cuerpos empiezan a transformarse, y aparece el enano. No hay uno sin la otra. Música y enano nacen al mismo tiempo: bailan, respiran, se multiplican. Es imposible escuchar esa melodía sin que el pecho se te llene de emoción, sin que se mezclen la felicidad, la nostalgia y ese recuerdo nítido de cuando la vida era juego y risa.

Quizás se trate de eso. De volver a ser un enano. De regresar a ese lugar íntimo donde habitamos sin máscaras: nuestro ser más puro. A esa inocencia que nos abre al abrazo, a la risa compartida, al compañerismo, al orgullo colectivo. Y, cómo no, a la devoción. Esa devoción alegre y contagiosa que solo se vive cuando el pueblo entero sueña despierto.

Lo que parece una fiesta popular es, en realidad, una experiencia emocional compleja, profunda y universal. Diversos estudios en psicología social y neurociencia afectiva confirman que actos como este despiertan mecanismos ancestrales de conexión emocional. El Greater Good Science Center de la Universidad de California, Berkeley, ha investigado ampliamente el papel del asombro (awe) en el bienestar humano. Según su informe The Science of Awe, esta emoción —provocada por experiencias que nos sobrepasan en belleza, misterio o grandeza— genera sentido de pertenencia, reduce el egocentrismo y promueve conductas altruistas. Incluso puede mejorar el estado físico y emocional general. Consultar fuente en este enlace.

La Danza de los Enanos activa, además, un fenómeno psicológico conocido como regresión emocional positiva, concepto que Carl Jung abordó en su trabajo sobre la psique humana. Lejos de ser una patología, Jung interpretaba la regresión como un mecanismo que permite reconectar con la inocencia, la confianza y el juego, aspectos esenciales para la salud emocional. Consultar fuente en este enlace.

Y si para quienes han crecido con esta tradición el impacto es profundo, para quienes la viven por primera vez —visitantes, forasteros, turistas— el efecto es aún más revelador. Sienten que han sido invitados a un sueño colectivo del que no quieren despertar. Personas de distintos orígenes y edades se emocionan, ríen, lloran y aplauden sin entender del todo por qué. Es la fuerza de lo simbólico, de lo ritual, de lo que no necesita traducción.

En un mundo saturado de estímulos pero falto de experiencias verdaderamente conmovedoras, la Danza de los Enanos actúa como un recordatorio luminoso de lo que somos capaces de sentir. Nos hace tocar, aunque sea por unos minutos, ese espacio donde todo es posible: volver a jugar, a creer, a compartir.

Tal vez, más allá de una fiesta, estemos asistiendo a una forma espontánea de terapia colectiva. Un espacio emocional seguro, arraigado en la tradición, que nos conecta con lo mejor de nosotros mismos. Un ritual popular que, sin proponérselo, cumple funciones que la psicología contemporánea define como esenciales para la salud mental: sentido, pertenencia, expresión emocional y alegría compartida.

Y es precisamente por eso que, ahora que se ha iniciado los trámites para que la Bajada de la Virgen —y con ella, la Danza de los Enanos— sea reconocida como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO, conviene añadir una razón más a las ya sabidas: no solo por su historia, ni por su arraigo, ni por su valor cultural, sino por la magia que despierta en quienes la viven, por los sentimientos profundos que genera, por su capacidad de emocionar a generaciones enteras, y a quienes la descubren por primera vez. Porque no hay muchas tradiciones en el mundo capaces de devolvernos a nuestra inocencia y a nuestra humanidad más auténtica.

Tal vez por eso seguimos acudiendo, cada cinco años, con los ojos brillantes y el corazón dispuesto. Porque no venimos solo a ver una danza. Venimos, sin saberlo, a reencontrarnos.