Espacio de opinión de Canarias Ahora
De usar y tirar
El capitalismo flexible de última generación nos ha construido una realidad de usar y tirar. Y no hablo solo de objetos. Hasta ahora creíamos que lo que se tiraba, casi por pura obsolescencia, eran los productos manufacturados, las mercancías. Pero hemos de concluir que también las personas y sus relaciones son de usar y tirar. Las relaciones comunitarias larvadas en el trabajo para toda la vida, en el barrio o en el pueblo, no mantienen sus mínimos temporales estables en esta vorágine apresurada. Y la solidaridad, en estas circunstancias, no deja de ser una quimera. Incluso el éxito, asociado al prestigio que los demás te otorgaban por el buen hacer en tu oficio, desaparece del objetivo vital, pues el efímero laboral no contiene el suficiente reposo para su demostración. En todo caso, es un éxito individual, sin proyección social, no es comunitario, no genera vínculos, ni respeto. No genera una leyenda. La construcción de la leyenda y la memoria circulan su cocción en las historias orales de la comunidad. Y sin comunidad no hay leyendas, a no ser que se construyan desde algunos medios de comunicación, pero esas solo están al alcance de quienes frecuentan los círculos de poder. Que no es el caso del común de los mortales. El éxito del común pasa por no caer en desgracia, por no caer en la esfera invisible, en la soledad o la tristeza donde nadie te valora y el rescate se complica. En el nuevo capitalismo la soledad es apabullante. Mucha de la nueva fuerza trabajadora flexible está inmersa en un concurso de oposición perpetuo hacia no se sabe dónde. El nuevo trabajo no tiene más meta que cobrar algo por lo realizado, sin volverse loco reclamando, y una palmadita en la espalda. A veces, el éxito no pasa de un breve trámite de cortesía. A partir de ahí, no hay promoción, reconocimiento legendario, orgullo de clase, te irás como viniste: con la misma. Y volver a empezar. De ahí que, en la estructura del capitalismo flexible, la lealtad no sea necesaria, ni siquiera hacia la empresa. Ni a tus compañeros, ni al trabajo bien hecho; por eso es necesario comprender que la obsolescencia no atañe solo al producto o mercancía, sino al mismo sujeto en el proceso anodino de producción de su supervivencia cada vez más aislado, digital, nómada. De ahí que las referencias al bienestar que generaba la comunidad obrera de antaño hayan desaparecido. On line, dicen. El mismo proceso burocrático de la enseñanza sin ir más lejos. Según Jorge Dioni, la palabra experiencia muda de sentido, de la creación de conocimiento a lo largo del tiempo a la explosión emocional en un único instante. Por eso pueden debilitarse los lazos. Nada nos debe atar, nada es a largo plazo, hay que acumular para simular aceptar el poder fluctuante; hay que acumular novedades, participar en las competiciones.
Incluso la comida para llevar es de usar y tirar. Rápido, porque todo se desvanece, incluso lo que parecía sólido. Comer es, cada vez más, un acto individual de engullir.
Y ahora no sabemos en qué punto estamos ni cómo hemos llegado hasta aquí. Por eso dice Sennet que la comunidad cultural conservadora se convierte en un refugio. La velocidad choca con la perspectiva larga en la que la gente podía anclar sus vidas. Estrés vital (icio). Es precisamente la velocidad y el cambio y novedad constante de exigencias y autoexigencias a que estamos sometidos lo que imposibilita construir un bienestar cómodo y duradero. Es que ni siquiera el éxito genera carácter. Y Sennet tiene razón cuando dice que este capitalismo nuevo nos corroe el carácter, teniendo en cuenta que el carácter es la capacidad de una persona para dar continuidad a su vida a lo largo del tiempo, para mantener sus valores, compromisos e identidad, incluso cuando las circunstancias cambian, a través del compromiso constante, la lealtad, la responsabilidad y la capacidad de aplazar la gratificación. Según este autor, los nuevos trabajadores han perdido lo que daba sentido a sus padres: la coherencia, la comunidad y el sentido de pertenencia, y la pérdida de vínculos con el resto de compañeros y la angustia de no poder controlar su tiempo lo sufren las familias, ya que el ritmo frenético de trabajo y vida reducen la estabilidad afectiva. En las nuevas condiciones la insatisfacción será lo normal. Ya es normal, junto con la huida. Escapando como puedas.
En el nuevo capitalismo desquiciado todo vínculo es prescindible. Ni el vínculo con la empresa, ni con tus vecinos, ni con la familia, ni con el futuro. El éxito, solo si se traduce en ostentación de riqueza de algún tipo que el resto ambicione, generará leyenda … y envidias. Una leyenda de plástico fino, hueca, pero muy aparente. A veces, el éxito en la vida se confunde con la felicidad, y la felicidad con la estética y choque terapéutico.
Solo si se traduce en satisfacer la ambición individual habrá valido la pena sacrificar todo lo demás, incluida la dignidad, las relaciones y la familia, todo puede ser sacrificado para la obtención del supuesto éxito o la supuesta felicidad en un mundo hacinado, imprevisible y de riesgo en la era de la desconfianza absoluta que nos hace dudar hasta de nosotros mismos. Por ello, en el capitalismo flexible y desquiciado el ocio es concebido como una terapia, y abundan textos y folletines de autoayuda, del pensamiento positivo que te incita a soltar lastre. Porque tú te lo mereces, tú lo vales. Tú. Todo lo demás es de usar y tirar.
La vida hay que vivirla rápida, dicen algunos insensatos, como si no hubiera un mañana; y es cierto, como sigamos así seguro que no lo habrá. Y si lo hay, será muy chungo. El mañana se presenta como una pertinaz terapia para encontrarle el sentido a la vida. Basta con observar la proliferación de servicios personales de pago para tus adentros interiores, de avena, proteína y aventura para poder encontrarle sentido a la vida de la manera menos insana y ecopija posible. Y ello estaría bien si la búsqueda de la felicidad no se asemejara a una huida desquiciada por cubrir el tiempo restante de existencia. En el capitalismo flexible, las nuevas comunidades son de pago. Incluso eso lo han convertido en un producto, en una mercancía. Por eso, cada vez entendemos menos cosas, porque para entenderlas hay que relacionarlas, y en un mundo de fragmentos es complicado. En la nueva dinámica ya no se comparten espacios obreros por las condiciones de vida, las luchas sindicales, la identidad; solo coworkers para tomar algo 8%, aunque en los últimos 15 años el grueso del tiempo dedicado al mundo en línea acapara el 60,7% del total. Ensimismamiento.
El empleo cambia con frecuencia, se trabaja solo o en remoto, pero te consideran y te consideras un emprendedor. Por eso, en este capitalismo de ajetreo y autoexigencia abundan los manuales de autoayuda en formato de libro y/o dietas rigurosas de nuevos curanderos para mantenerte o aparentar el equilibrio perdido. Pero resulta que lo que realmente se perdió es la comunidad como escenario de resistencia indispensable. Cierto que la comunidad no es un conjunto estable y unívoco, sino un proceso frágil y necesario, construido sobre el tiempo, el diálogo y el cuidado mutuo. Es un proceso no exento de conflictos, pero donde se adquiere el compromiso de afrontarlos, de escucharlos y comprometer el vínculo.
Incertidumbre y desconfianza son lo mismo. Nada puede tener una duración que genere un hilo, un verdadero vínculo social, todo es volátil, líquido, rápido. Ahora, la historia y la vida se compone de fragmentos y microplásticos. Y aunque resistir no es fácil, quizás la comunidad y el vínculo sea la mejor terapia. Ya puestos a medicarnos, a escapar… comprendamos para resistir los tiempos.