'The Eddy' se aferra al jazz como amuleto para cambiar la suerte de sus protagonistas
“Si tocaras tú, sería otra cosa”. Con franqueza, un productor musical reconoce a Elliot qué es lo que le falta a su propia banda, en la que ahora solo compone las canciones. Pianista de renombre en Estados Unidos, huir de un drama familiar le llevó a París, pero no la de la Torre Eiffel, si no la de los suburbios en los que de la ciudad de la luz y el amor hay más bien poco. Allí regenta el club de jazz en horas bajas donde ensaya el grupo, y que da nombre a la primera serie de Damien Chazelle, The Eddy. Aunque el cineasta ha dirigido únicamente dos de los ocho capítulos de la serie, disponibles desde este viernes 8 de mayo en Netflix, han sido suficientes para dejar en ellos su particular estilo y musicalidad.
La ficción evidencia que el salto del director a la pequeña pantalla bebe mucho de sus tres películas y, sobre todo, de sus atormentados y obsesionados líderes masculinos. Si con el baterista Andrew (Miles Teller) de Whiplash (2014) se abrió camino mostrando cómo para conseguir ser el mejor hay que sacrificarlo todo, ya sea el amor o los dedos que acaben por sangrarte de tanto tocar; con el pianista Sebastian (Ryan Gosling) de La La Land (2016) los sueños individuales se convierten en la ruina de la pareja; y en First Man (2018), aunque aquí basándose en la vida real de Neil Amstrong, retrató a un hombre reservado y ofuscado con ser el primero en llegar a la luna.
En los tres casos, asistimos a sus actos heroicos sin verles gozar demasiado en el intento, porque incluso cada pequeña alegría y paso conseguido, quedan relegados a un segundo plano que poco a poco se va ocultando por la magnitud del primero. Ahora le llega el turno al Elliot de André Holland (Moonlight) continuar las miradas a ratos desilusionadas, tímidas y frágiles de los tres anteriores. Eso sí, sería muy simplista e injusto reducir a estas líneas lo que Chazelle ha abarcado en su aún joven trayectoria. Quienes quedaran embelesados con sus anteriores propuestas lo saben y quienes vayan a descubrirlo con la The Eddy, tendrán la suerte de poder deshacer el camino de su carrera para comprobarlo.
El 'Seb's' presta su jazz al 'The Eddy'
“Con el dinero que ganabas en Nueva York, ¿por qué te haces esto a ti misma?”, le dice a Maja su madre. Joana Kulig (Cold War, Ida) es la encargada de meterse en la piel de la cantante de la banda y amante por temporadas de Elliot. Suyo también es el sueño de triunfar, junto al resto del grupo que ejerce de segunda familia. Sus actuaciones son los momentos de más luminosidad de, al menos, los dos primeros episodios de la serie. En las secuencias con música en vivo, Chazelle vuelve a recrearse dejando a la cámara 'bailar' al son de la voz y los instrumentos. Imprimiendo entrega y emoción, captando las manos de quienes tocan batería, saxofón y piano. Al igual que sus expresiones, sus gestos, tics y alguna que otra gota de sudor. Todo ello acompañado de un montaje que parece un elemento más de las partituras.
El realizador se detiene para mostrar todos sus pentagramas, desde la primera hasta la última nota. Con ello derrocha respeto y devoción por la música, que convierte cuando suena en absoluta protagonista, al tiempo que empasta a los personajes. Su confluencia es posible gracias al club, convertido en el hogar de su talento. Si en La La Land el sueño de Sebastian era abrir su propio local para salvaguardar el jazz, The Eddy sería su heredero unos cuantos años después. De alguna forma parecen cederse el testigo, aunque haya viajado de Los Ángeles a París.
Pero no todo es armonía en el local. “Nadie se lo está pasando bien y se supone que la música es divertida”, critica uno de los intérpretes en medio de un ensayo en el que Elliot paga su frustración con el grupo. La reprimenda sirve en realidad como recordatorio de ese componente, el placentero, que es el que realmente les une. Por sus venas fluyen compases, aunque las canciones no ejercen su poder solo en aquellos con talento. Las melodías cambian y definen aunque no sepas cantar ni tocar algún instrumento. Así lo evidencia el joven camarero Sim (Adil Dehbi), que por el día vende sándwiches y cafés en empresas. Para optimizar sus ventas, entra en los despachos con los cascos puestos y escuchando temazos, contagiando su energía a sus potenciales clientes. Y sí, más de uno es convencido por la 'magia' de la música, que se transfiere hasta cuando no la escuchas.
Menos accesible, más virtusoa
A pesar del virtuosismo formal, con el que se retrata esta París cámara en mano, incluso torpe y por momentos desenfocada remitiendo a la nouvelle vague francesa; da la sensación de que a la miniserie le falta algo. Sus constantes planos secuencia con los que agarra de la cintura al espectador rumbo al club a bailar, imprimen ritmo en estas escenas, que no se contagia de igual modo en el resto. Chazelle no tiene prisa porque sucedan demasiadas cosas, no en vano sus episodios sobrepasan la hora de duración convirtiéndolos en quizás menos accesibles dentro del vasto -muchas veces insulso- catálogo de la Netflix. Una anomalía que, por otro lado, es una grandísima noticia.
Sus personajes, sin precisar de grandilocuencias ni excesos, consiguen dejar huella. En parte parecen anónimos sacados de las calles de París, y esa dosis de realidad convulsa dota de valor su metraje. Al igual que la presentación del mundo interior de la problemática hija de Elliot, Julie en el segundo episodio. La joven, interpretada por una Amanda Stenberg que ha crecido desde que encarnara a la adorable Rue de Los Juegos del Hambre, aterriza desde Estados Unidos para pasar un tiempo con su padre.
Ella también huye, después de que su padrastro haya intentado abusar sexualmente de ella y su madre haya optado por creer la versión de él. Entre medias ha tenido problemas con las drogas, y más para relacionarse. “Solo quiero sentirme normal”, pide, susurrando un deseo que una parte de todos nosotros anhela. Y más ahora que el concepto de 'normalidad' se ha convertido no sabemos si en presente, pasado, infierno o respiro. De su mano, a la espera de conocer el devenir del local y el de as almas que en él convergen, The Eddy lleva a pensar que va a ir a más, y no a menos.