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Investidura: del voto del canario Mardones al de Pablo Iglesias

Pablo Iglesias en el Congreso de los Diputados

Federico Utrera

Madrid —

El 5 de diciembre de 1989, hace poco más de 25 años, un diputado canario fue protagonista de una investidura. Yo estuve allí. Adolfo Suárez, hoy tan citado,se sentaba en los escaños del CDS con 14 actas a su cargo, 26 menos que Ciudadanos. Adolfo Suárez me presentó el libro que tuve el gusto de editar con las memorias de Juan María Bandrés, otro diputado que sufrió una enfermedad irreversible, con prólogo del escultor Eduardo Chillida. Algún día contaré mis conversaciones políticas y personales con ambos. Hoy están todos muertos. Julio Anguita era el Pablo Iglesias de ahora, pero con solo 17 diputados, 50 menos que hoy. Miquel Roca, abogado de la infanta Cristina y Urdangarín, era el portavoz de CiU, el Artur Mas de la época. Cómo cambian las cosas.

El protagonista, sin embargo, fue el parlamentario Luis Mardones, entonces de las Agrupaciones Independientes de Canarias (AIC), la pata tinerfeña de Coalición Canaria, entonces inexistente, y hoy retirado por las urnas y haciendo lobby parlamentario de un conocido bufete de abogados de Madrid. Ahora lo sustituye Ana Oramas, que es más bella pero peor oradora, perdón por el piropo, tan políticamente incorrecto ahora, aunque citara acertadamente al poeta Pedro Lezcano. Hoy comparte protagonismo con Pedro Quevedo (Nueva Canarias), que estuvo a más altura nacional en su discurso, acorde a las extraordinarias circunstancias que vivimos. Pero aquel día Mardones fue noticia porque de su voto dependía que Felipe González fuese presidente del Gobierno, ya que alcanzó sólo el límite: 175 escaños. Le faltaba uno y pensó en Mardones. También pactó bajo cuerda la abstención del PNV y PAR aragonés, mientras que cuatro diputados de Herri Batasuna, hoy Bildu, no se presentaron y rebajaron accidentalmente el quórum. Las elecciones se impugnaron en Murcia, Pontevedra y Melilla por presunto fraude electoral. Todavía se daban “pucherazos” y de aquella España procedemos casi todos los lodos de hoy.

Todos los periodistas perseguían a Mardones para saber qué iba a votar. Creo que, como único corresponsal parlamentario canario entonces, fui el primero al que se lo anticipó, a cambio de mi silencio, claro. Cumplí el pacto y no se publicó, aunque todos en la redacción lo supieran antes. En España hay poca cultura de pacto y negociación, otra desgracia más. Ni existen protocolos, ni tradición. Hoy, menos mal, los desacuerdos tienen mala prensa. Luego llegaron más investiduras, la de Aznar, Zapatero, Rajoy… Ninguna tan interesante como la de esta semana, doy fe. Todas eran previsibles, aburridas, monótonas… Era la época conocida como “el bipartidismo”, felizmente periclitado, y solo Adolfo Suárez y Julio Anguita lo desafiaban a ambos lados del hemiciclo. 25 años tardó en fructificar aquella siembra y ha sido más bien gracias a Mariano Rajoy que a esos precursores. Quede para la historia su condición de pitonisos.

Hoy son Pablo Iglesias y Albert Rivera los Julio Anguita y Adolfo Suárez de ayer sí, pero más decisivos. Las urnas lo han querido así y sobre ellos pivota el cambio. Para mí fueron este miércoles los más brillantes, sin desdoro para los demás. Todos hablaron para sus públicos y aunque suelo tragarme las 15 o 20 horas que duran estas sesiones –hay masoquismos para todos los gustos– esta primera sesión de investidura fue, sin duda, la mejor y más interesante. Y no sólo por la supuesta incertidumbre –que no hay tal–, tampoco por el debut de los principiantes -que rayó a gran altura– sino porque tengo muchísimas ganas por disipar dos grandes dudas.

La primera, cómo se va a negociar el próximo Gobierno. Tienen tiempo hasta finales de abril. Ya se vivió durante la llamada Transición y aquellas jornadas, filtraciones, negociaciones e intoxicaciones dicen que fueron -esas ya no las viví- apasionantes. La segunda es comprobar si los adalides del cambio son capaces de llevarlo a cabo o no. O si se pondrá en marcha la Operación Menina como golpe de estado interno en el PP. Porque si se repiten las elecciones, no les quepa ninguna duda, seremos muchos los que pidamos que los actuales candidatos no puedan volver a presentarse. Y si además los resultados se parecieran mucho a los anteriores exigiríamos que además pagasen de su bolsillo el gasto. El desgaste de la ilusión o de la frustración lo sufragarían, en todo caso, las generaciones presentes y futuras. Y tendríamos que darle entonces, para nuestra desgracia, muchas más razones de las que merece Mariano Rajoy.

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