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Una aviesa gestión de la pobreza

Carlos Castañosa

En estas fechas entrañables suelen exaltarse los sentimientos humanitarios hacia quienes percibimos en umbrales de exclusión extrema por mor de conceptos inadmisibles a estas alturas de evolución del ser humano.

La pobreza, el hambre, la marginación y la miseria se han incrustado en nuestra sociedad como aditamentos inevitables que, si bien siempre han existido como lacra añadida a la estructura urbana, hoy no tiene sentido que siga manifestándose con tanta crudeza esta expresión de fracaso social.

La utópica solución depositada en manos de las autoridades políticas, evidencia la incapacidad institucional de resolver cuestiones tan alejadas de las prioridades oficiales. Aunque las buenas intenciones se pregonen de boquilla, la realidad incuestionable es el progresivo empeoramiento de una situación humanitaria alejada de la aparente mejoría socio-económica en la supuesta salida generalizada de la crisis.

La multiplicidad de competencias sobre una misma área, en este caso los servicios sociales, redunda en una burocracia espesa e inoperante que solo manosea los problemas para eternizar la llegada de posibles soluciones a carencias perentorias. Resulta decepcionante que las cifras de afectados por la pobreza extrema se incrementen cada año, en contra de la supuesta buena marcha, últimamente, de los datos económicos para los demás ciudadanos.

La solidaridad popular es la única e insuficiente salida a la penosa situación de familias desamparadas e individuos marginados por el infortunio. Algunas ONGs son un recurso digno y máxima expresión de la participación ciudadana, mediante la que se les resuelve una parte de la responsabilidad humanitaria a las instituciones que deben gestionar un desolador panorama urbano de personas sin techo, chabolismo y acogida precaria en centros insuficientes para atender las necesidades primarias con un mínimo de dignidad y atención sanitaria en casos graves de enfermedad o adicciones patológicas.

Complejo y delicado debe ser administrar adecuadamente los fondos públicos asignados oficialmente para cubrir urgencias vitales de pobreza infantil, dependencia severa y casos extremos de exclusión y marginalidad. Pero hay solución, ¡seguro! Tan simple como canalizar los medios disponibles y depositarlos en manos capacitadas, exentas de intereses políticos, de partido o individuales. Hay ejemplos al respecto en otras comunidades autónomas donde con medios parecidos se ha paliado el grueso del despropósito humanitario. De modo, que está todo inventado. Solo hay que copiar lo bueno y renunciar a la propia torpeza.

Los movimientos solidarios de recogida de alimentos, juguetes y ropa en buen estado, están muy bien en apariencia, pero apenas son un parche que tiene mucho de apósito calmante para la conciencia colectiva.

Para colmo, en un ámbito tan sensible, se dan casos aislados de picaresca en quienes aprovechan ayudas que no les corresponden, simulando un exceso de necesidad; o quienes utilizan su activismo solidario como trampolín para medrar en política; o la felonía de negociar con alimentos distraídos de bancos u ONGs… Son puntuales y escasos, pero el daño moral que producen es enorme.

En este aspecto, los medios de comunicación tienen un gran compromiso con la opinión pública a la hora de informar y difundir criterios personales. También son una minoría residual quienes fallan en este principio deontológico de contrastar la información antes de divulgarla. Quienes nos movemos en este delicado espacio reivindicativo, hemos contado con profesionales genuinos; periodistas vocacionales que han acudido con sus bártulos, han montado una emisora en una chabola del Pancho Camurria, o entre las vetustas paredes del Viera y Clavijo, y allí han confeccionado un valioso reportaje, con entrevistas a los afectados sobre la precariedad de sus condiciones de vida, el infortunio que los llevó a esta situación, sus medios de supervivencia, perspectivas de futuro… En fin, emociones y conocimiento que hicieron saltar alguna lágrima. Gracias Enrique Hernández; gracias, Moisés Grillo; a Mírame TV y a tantos otros que acudieron con sus cámaras y micros a la demolición de las casamatas del Pancho Camurria para dar testimonio veraz de lo que allí estaba ocurriendo.

Una hermosa lección de periodismo de calidad, para ejemplo de quienes propenden a exponer criterios particulares desde el desconocimiento que da hablar solo de oídas.

Tengamos presente que en Canarias estamos en el escalón más bajo en las estadísticas oficiales referidas al hambre y la pobreza. Sigamos obrando en consecuencia.

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