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A mí, la cabra de la Legión

Juan García Luján / Juan García Luján

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Cuando veo al patriota canario Paulino Rivero decir que acudió al desfile militar de la Fiesta Nacional de España para homenajear a los canarios que murieron dando su vida por la paz, pienso que el presidente está despistado o necesita articular algún discurso que lo justifique ante el libertador José Rodríguez, también conocido como don Pepito canario sin jaula. Paulino no es el único que tiene que justificarse. También el Estado tiene que desplegar toda la maquinaria propagandista para disimular la obscenidad que supone el desfile de 4000 militares, tanques, aviones de guerra y maquinaría cuyocoste serviría para acabar con las listas de espera hospitalarias, pensiones miserables, colegios sin recursos, justicia colapsada, pagas de 410 euros?

Una gripe impidió a Felipe González acudir a la última celebración en 1995 del día de la Fiesta Nacional como presidente del gobierno. González también se había acostumbrado a los abucheos, en los desfiles militares y en los de ropa interior. Aquel 12 de octubre en la recepción que dio la Casa Real se hablaba del sumario del caso GAL, ante los corrillos de periodistas el jefe de la oposición José María Aznar decía que los españoles estaban hartos de levantarse todos los días entre lodo, que hacía falta un nuevo gobierno para pasar página.

Ahora no hay GAL sino Gürtell, pero es Zapatero el que se lleva los abucheos. Pero a mí me sorprenden más los aplausos que los abucheos. Esa gente que aplaude a la cabra de la legión con la misma pasión que silba a Zapatero quizá volvería a aplaudir a uno de los fundadores de la Legión, Millan-Astray si se repitiese aquel otro 12 de octubre de 1936. Fue en la Universidad de Salamanca, comenzaba el curso académico. El profesor Francisco Maldonado aprovechaba su discurso para atacar a Cataluña y País Vasco “porque son el cáncer de España, el fascismo es el sanador de España y sabrá cómo cortar ese cáncer?” También justificó el golpe de Estado de Franco dentro de “la guerra internacional por la civilización cristiana”. Desde el público alguien gritó el lema de la Legión “Viva la muerte”. Millán-Astray se emocionó y gritó tres veces ¡España!, mientras la gente coreaba “una, grande?libre”.

El rector de la Universidad, Miguel de Unamuno, mostró su indignación ante los apologistas del fascismo. Unamuno, que en los primeros días del golpe de Franco apoyó la sublevación contra la República, mostró su arrepentimiento. El escritor bilbaíno ridiculizó el grito “Viva la muerte” y acusó a Millán-Astray de querer crear una España de mutilados de guerra. El legionario le replicó “Muera la inteligencia”. Es conocida la respuesta de Unamuno “venceréis pero no convenceréis”. Diez días después Franco destituyó al escritor vasco de su puesto como rector de la Universidad de Salamanca.

Todo ocurrió un 12 de octubre de 1936. Setenta y seis años después seguimos destacando si Cataluña y el País Vasco acuden a la Fiesta de España y si abuchean o no al presidente del gobierno. Pero, sinceramente, a mí que abucheen a Zapatero un 12 de octubre o un 10 de septiembre me da igual. Me preocupa más la exhibición de la maquinaria de la guerra como parte de la celebración de la fiesta un Estado que se llama civilizado. A mí me ocurre como a George Brassens: “ Cuando la fiesta nacional yo me quedo en la cama igual. Que la música militar nunca me pudo levantar. En el mundo pues no hay mayor pecado que el de no seguir al abanderado”. Pues eso. Que ayer volvimos 76 años atrás. Millán-Astray murió. Por eso aplaudieron a la cabra de la Legión.

Juan García Luján

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