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Enrique Bethencourt / Enrique Bethencourt

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Los datos proceden de la universidad estadounidense Johns Hopkins, que muestra que se ha triplicado la mortalidad en el país tras la llegada de los salvadores de la democracia. Resulta paradójico que con el dictador Saddam Hussein vivieran mejor y hasta murieran menos. Cuatro años después los iraquíes viven con más miedo, saliendo todos los días a la calle sin la menor certeza de que podrán regresar por las noches sanos y salvos a casa: y, además, con más dificultades de acceso a los productos básicos. Todo un éxito de las estrategias democratizadoras de Bush, Blair y Aznar.Por otra parte, los datos de una encuesta del diario estadounidense USA Today, publicada ayer por diversos medios de comunicación son también muy clarificadores: nueve de cada diez ciudadanos iraquíes confiesan tener miedo a que la violencia que arrasa su país les alcance de lleno a ellos y a sus familias y vecinos; el 82% asegura tener escasa confianza en las fuerzas de la coalición, frente al 18% que asegura creer en ellas; el 67% de los encuestados asegura que los esfuerzos de reconstrucción del país son completamente ineficaces.Recordarán que la guerra fue construida desde las mentiras y la más burda manipulación por el singular trío de Las Azores: la presencia de armas de destrucción masiva, la vinculación de Saddam con Al Qaeda y con los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos o el presunto y masivo arsenal de armas químicas y biológicas del régimen de Bagdad, constituyeron algunos de los argumentos centrales para justificar la acción bélica. Como bien señala el escritor uruguayo Eduardo Galeano, en un artículo titulado Criminología, “Iraq no amenazaba la paz mundial en la realidad, pero sí en los discursos de Bush, Blair y José María Aznar. Las verdaderas armas de destrucción masiva resultaron ser las palabras que inventaron su existencia. Mataron a miles”. Y en la promulgación de esas multiplicadas mentiras fue tan activo como entusiasta el ex presidente Aznar, lo que no sé si lo convierte en un mentiroso profesional o en algo bastante peor. El dirigente conservador lo hizo en los medios de comunicación y en el propio Congreso de los Diputados: “Todos sabemos, señorías, que Saddam Hussein tiene armas de destrucción masiva”, afirmó el 5 de febrero de 2003. Y añadió: “Existen vínculos con grupos terroristas como Abu Nidal, la organización de Muyahidin Khalg, el grupo Ansar-el-Islam o la facción de Abú Abbas, y es sabido con qué generosidad recompensa a los terroristas suicidas de Hamas. Como ha dicho un gobernante europeo, sólo es cuestión de tiempo que las armas de destrucción masiva lleguen a manos de grupos terroristas”. Hace muy pocas fechas, el hoy presidente de las FAES y tutor de Mariano Rajoy, ha dicho sin inmutarse, que “todos nos equivocamos en Iraq”, reconociendo que no había armas de destrucción masiva. Su grado de hipocresía sólo ha sido superado con creces, en mi opinión, por los dirigentes del PP canario, con José Manuel Soria a la cabeza, claros activistas a favor de la guerra, que insultaban, un día sí y otro también, a quienes nos oponíamos a la misma, convirtiéndonos en sospechosos de apoyo a los terroristas más viles, de enemigos de la civilización occidental, de amigos del sátrapa iraquí, a quien, por cierto, alimentaron Estados Unidos y sus aliados cuando les vino bien para enfrentarse a Irán. Pocas veces he sentido tantas nauseas ante una noticia como cuando Soria y los suyos recibieron en el Cabildo Insular de Gran Canaria, en mayo de 2004, a Alí Abbas y Ahmed Ansa, niños iraquíes gravemente mutilados por la guerra, para agasajarles y obsequiarles. Los que aplaudían las bombas y justificaban la invasión de Iraq y la masacre, acariciaban con las mismas aplaudidoras manos, y sin el menor rubor, a algunas de las víctimas de la guerra que ellos apoyaron. Hace falta tener un estómago y, sobre todo, una conciencia muy especial para realizar semejantes gestos. Sólo desde la más profunda ausencia de valores éticos puede llevarse a cabo ese acto de suma falsedad.Cuatro años después de la gloriosa gesta guerrera, sólo podemos hablar de un país destruido y brutalmente enfrentado, de miles de muertos, mutilados y secuestrados; en definitiva, de otra vergonzosa página más de la historia de la Humanidad. Y, también, de la impotencia de muchos ciudadanos y ciudadanas ante la impunidad en que se mueven los responsables directos de esta barbarie, de este crimen contra la humanidad. Porque si muy positivo es que Saddam Hussein se sentara en el banquillo de los acusados para dar cuenta de sus innumerables tropelías, no lo sería menos ver algún día a Bush, Blair y Aznar siendo juzgados por los crímenes de esta guerra inmoral, injusta e ilegal que ellos propiciaron. Esos 650.000 muertos, desde el inicio de la invasión, les aseguran la más dura de las condenas.

Enrique Bethencourt

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