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'And the winner is...'

José Miguel González Hernández

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El último premio del Banco de Suecia en Ciencias Económicas, en memoria de Alfred Nobel e instaurado en 1969, erróneamente conocido como premio Nobel de Economía, está dirigido hacia los hallazgos en la economía del comportamiento debido a que, en las propias palabras de la organización concedente, ha establecido una demostración en la que tanto las actitudes humanas como la racionalidad limitada, la percepción de la justicia, las preferencias sociales y la propia falta de autocontrol afectan a la toma de decisiones, tanto con carácter individual como al mercado en sí.

Ya ha pasado mucho tiempo desde aquel primer premio concedido por el desarrollo y la aplicación de los modelos dinámicos a los análisis de los procesos económicos, donde se primaba más la aplicación de modelos cuantitativos frente a los que actualmente suelen reconocerse, en los que las variables cualitativas relacionadas con la racionalidad económica y social forman parte principal de los esquemas de procedimiento, pasando, en alguno de los estadios, por las implicaciones de las teorías del juego a la hora de establecer estrategias de actuación.

El acreedor de dicho premio en 2017 es Richard Thaler, profesor de la Booth School of Bussines de Chicago. La idea matriz de su razonamiento se basa en que los diferentes actores actúan según sus procedimientos racionales referenciados a su propio interés. De esta forma, la amplitud o no de miras dependerá de la información con la que se cuente para conocer, si no la totalidad, sí la mayoría de las implicaciones y los resultados que se van a tener.

Y he aquí el problema, relacionado con el denominado saber colectivo. De forma individual es imposible alcanzar una plenitud en el conocimiento, de ahí la necesidad de superestructuras (absténganse lobbies de interés) consolidadas y generadas mediante amplios consensos, que son las que deben establecer las estrategias a desarrollar, con todo un catálogo de resultados y escenarios posibles. Dichas superestructuras deben ser elegidas y transformadas por la sociedad administrada y existen para ello los cauces democráticos, más allá de meras situaciones asamblearias.

La economía conductual condiciona el denominado coste de oportunidad. Es decir, contraponemos el dinero que invertimos en su día, el uso de bien o servicio adquirido, a la generación de cauces para recuperar ganancias respecto al momento cero. Y ahí entra a formar parte la (ir)racionalidad en el proceso de toma de decisiones. En este caso, se esgrime que las decisiones no siempre se toman con la lógica por bandera, sino que las limitaciones propias que tenemos las personas e instituciones nos hacen apostar por decisiones que se escapan de un comportamiento clásico perfectamente ecuánime, sin tener en consideración que nuestras preferencias y decisiones van a cambiar con toda seguridad a lo largo del tiempo, pudiendo pasar incluso en el segundo posterior a haberlas tomado.

Desde los inicios ha quedado claro que la economía es una ciencia social no exacta. No obstante, la modelización matemática (como ciencia exacta que es) ha intentado embridar el propio comportamiento, dejando siempre fuera una posible irracionalidad imposible de parametrizar.

Además, ni la información es completa ni simétrica, y dependemos de la correlación de fuerzas a la hora de alcanzar equilibrios en un proceso de negociación. Por ello, hagamos caso a nuestros ancestros y, antes de tomar una decisión de forma impulsiva, por mucha modelización matemática que tengamos y creamos que disponemos de toda la información habida y por haber, ofrezcamos distancia y consultemos con la almohada. Nunca falla.

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