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Fotosíntesis

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Román Delgado

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Dirijo la mirada al extracto de bosque siempre verde que se halla enfrente de mí, en el mismo corazón de donde algo se enseña y algo se aprende, y solo veo una secuencia de colores, paisajes sencillos y tranquilizadores y una luz que se convierte en múltiples llamaradas tras su paso por ramas, hojas, troncos y otros obstáculos nacidos de la fotosíntesis.

Esa temprana mañana la claridad era amarilla, fría, cariñosa, viva…; tan viva que daban ganas de atraparla, de comérsela…, pero, ¡lástima!, sonó el pito, o la sirena, o lo que sea, y se activó el ruido que todo lo borra, cual pizarra de las de antes.

Lo que entonces llegó a las manos fue la tiza, sucia y blanca, y luego el soporte de la escritura en que se rayaron cuatro palabras muy madrugadoras: poemario de Luis Aguilera. Y así, que fue el modo en que se me ocurrió construir algo, no muy sobre la marcha, trasladé a la jaula, perdón, quise decir al aula, aquel paisaje que el pito, la sirena o lo que fuera… alejaron de mi vista para reubicarme en otro plano que yo sí pude componer. Y lo mejor fue, lo he descubierto horas después, que lo hiciera con aquellas cuatro palabras: poemario de Luis Aguilera.

Ahora, mientras plasmo esta experiencia volcánica, siento que la luz que me espera ahí fuera ya no es la misma: es más oscura y está triste, y los pájaros han dejado de percibirla con el mismo ánimo. El ¡pío!, ¡pío!, ¡pío! ya no se escucha, y los árboles y arbustos siempre verdes descansan como si aterrizara el tiempo de la siesta. En la jaula, perdón, el aula, el aula…, la luz natural se hace de rogar, y la otra, la que pone la industria contaminante, la borré de mi vista, para así iluminarme de verdad y no convertir en un imposible la opción elegida de hilvanar estas líneas.

Con tanto lío y tanta letra junta, el tiempo se me ha echado encima, y ahora solo pienso, con temblores, en que el pito, la sirena o lo que sea… están a punto de dinamitar tan elogiosa tranquilidad, rota en el primer momento del día por la voz pausada de un político que vendía motos. Ese político del Gobierno, hombre suave, vino a decir que todo lo que se estaba haciendo era muy importante pero casi seguro que no iba a salir. Gran ventaja, sin duda.

Todos los días descubriendo cosas tan sutiles, y así caemos. Y también nos caemos. Si no fuera por el extracto de bosque, la luz amarilla que despierta junto al aroma a café y la jaula, perdón…, el aula, qué sería de mí, qué sería de la poesía, qué sería de la magia revisitada que Luis Aguilera puso ante mis ojos gracias a la luz que iluminó el extracto de bosque.

Y ya suena la última sirena del día, tal y como esperaba: siempre monótona.

*Artículo publicado en el libro de relatos y otros textos PolicromíaPolicromía

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