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Gallos y gallinas

Gabriel Rufián, joven diputado de ERC, en el Congreso

Camy Domínguez

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Me sonrío nuevamente viendo lo acontecido esta última semana en la comparecencia ante los diputados del exministro del Interior Fernández Díaz (PP) durante la intervención del pobre exjefe de la Oficina Antifraude de Cataluña Daniel de Alfonso, el cual venía aparentando ser una simple víctima de algún conspirador interno en todo este enrevesado caso de utilización partidista del Ministerio del Interior para abortar los objetivos de los independentistas catalanes, hasta que le llegó el momento de la intervención de Gabriel Rufián, ese jovencito diputado de ERC, discípulo aventajado de la ESO -sistema educativo en que el insulto tiene más nota que conocer los clásicos del Siglo de Oro o saberse los países y capitales de Europa-, ese que a muchos les tiene el culo rozado y a otros, los mayores que estudiamos la EGB, nos tiene en vilo porque, acostumbrados como veníamos a que en nuestra época la falta de respeto hacia los mayores era poco menos que un delito, permanecemos a la expectativa a ver si el muchacho será capaz de poner tan de los nervios al presidente de la Cámara como para que le ponga un parte de incidencias y lo mande para su casa unos días.

Pero no, yo creo que al moderador del Congreso le encanta no perderse detalle de cómo acaba el combate y hasta dónde le llega la creatividad al señor diputado. Seguro que esta dialéctica emponzoñada le gusta más que a mí, aunque en mi caso es porque soy lingüista, que yo de catalanes entiendo lo justo.

Es que hay que ver la serenidad de este diputado. Me espanta con qué entereza saluda solo a unos y a los que deja fuera los insulta llamándolos con nombres de míticos mafiosos y conspiradores. Al parecer, aunque empiece tan bruscamente, no debió ser tan atravesado de muchacho porque le recuerda al compareciente el sexto mandamiento una y otra y otra vez. Hay muchos que van a misa con bastante frecuencia y estas cosas las han olvidado.

La primera pregunta que le lanza Rufián al interpelado es si le da vergüenza de estar allí, a lo que el otro contesta que en absoluto. Así que le hace la primera zancadilla: “No tenemos vergüenza”, casi susurra. El otro empieza a mosquearse y, cuando Rufián vuelve a recordarle el sexto mandamiento al interpelado, este se queja al presidente para que lo corte porque se siente insultado por el señor Rufián. Pero qué manera tan elegante de llamar mentiroso al compareciente, recordarle el “no dirás falso testimonio ni mentirás”. Definitivamente la religión la tenía bien aprobada. Y eso que es de izquierdas, el señor Rufián como sus siglas indican.

Nuestro diputado se dio un gustazo enorme, lanzando pregunta tras pregunta, concretitas, contextualizadas, dando en la diana cual si fueran dardos sin casi darle respiro al pobre De Alfonso para contestar, el cual pasó a nuestros ojos peregrinos en cuestiones de soberanía catalana de ser una pobre víctima a ser un mafioso más de aquella trama. Un alarde lingüístico el del señor Rufián increíble, fresco, espontáneo y, además, acostumbrado como estará a que le hagan chistes de su apellido; los encaja con bastante calma, como si los hubiera esperado durante toda la vida. Algunas cosas me resultan algo rebuscadas, es cierto, y seguro que a muchos de ustedes también, pues el oficio de mamporrero, ¡ufff!, no pareció ser del agrado del señor De Alfonso (les recomiendo para no sonrojarme a mí, que soy una señora, mirar el significado de este término en el DRAE, como yo misma he hecho en la intimidad).

Y el caso del moderador que llama la atención una y otra vez al señor Rufián me recordó tanto a las veces en que amenazo a mis alumnos con ponerles un parte de incidencias y ellos erre que erre en lo mismo… Definitivamente es lo que veremos en los próximos años por doquier, en el Congreso y en todas partes: los frutos de la ESO. Nadie los va a callar en sus insolencias, sus burlas, sus salidas de tono, sus insultos, porque no conocen la mesura ni el decoro parlamentario.

Que conste que si lo he traído aquí nuevamente es por admiración ante su portentosa forma de expresarse, pues políticamente tal vez no compartimos nada, un ser humano respetable cuya expresión me llama la atención. Pero opino que se le está yendo de las manos al señor Rufián un aspecto en el que a lo mejor no ha reparado, puesto que, si no fuera por lo anecdótico del combate que montó en su intervención frente al compareciente, quizás a la mayor parte de los españoles se les hubiera escapado que estamos ante uno de tantos casos de corrupción que juzgan a miembros del PP, de los cuales ya parece que no nos importa la gravedad del asunto sino la parte circense de este. Total, que seguimos siendo espectadores ávidos de pan y circo, como en la antigua Roma.

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