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Los dos primeros ministros fueron a la casa del escritor

Periodista y traductora. En la actualidad preside la Fundación José Saramago —

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Digamos la verdad: no es frecuente que esto ocurra, las reuniones políticas no suelen empezar por la cultura. Cuando hay cumbres de jefes de estado o de gobierno los protagonistas se reúnen en el lugar habilitado para las sesiones de trabajo, los máximos representantes se estrechan la mano en un espacio representativo y la imagen es inmediatamente reproducido en los medios de comunicación, después trabajan sobre asuntos previamente estudiados, firman documentos y continúan su vida de hombres ocupados con mil solicitaciones y diez mil urgencias sobre los hombros. La cultura, como mucho, puede estar como fondo de la foto de familia, es decir, esa imagen en que los gobernantes, en amable compañía, se presentan sonrientes, mirando a los ciudadanos para los que gestionan, todos de pie, enérgicos, tratando de articular el presente y el pasado en una instantánea que tanto vale para quienes posan en el retrato como para quienes reciben la imagen y entienden de qué va el asunto. Sin embargo, esta Cimeira Luso Española de 2023 ha empezado de otra forma, la sorpresa ha tenido lugar, la cultura fue el principio y estuvo bien. 

Llegaron Pedro Sánchez y António Costa a la casa del escritor José Saramago en Lanzarote. Que no es un palacio, sea ya dicho, aunque es capaz de acumular dentro mucha vida. Llegaron porque ambos entendieron que el autor de La balsa de piedra que unió los destinos de dos países y los puso a navegar mar adentro, hacia otros pueblos con los que se tienen y se tuvieron relaciones, tal vez mereciera un guiño de reciprocidad. Se podría decir que es eso lo que pasó, una especie de “aquí estamos, somos dos y somos muchos, vamos en balsa de piedra, tenemos rumbo, no te aflijas”. Claro que no se dijeron esas palabras concretas, pero las presencias de los primeros ministros y de los ministros de cultura podría hacerlo suponer. Era Lanzarote, era la caída de la tarde, el mar enfrente se ofrecía como una invitación y una promesa de nuevas navegaciones que, quién sabe, bien podrían estar proyectándose en la casa hecha de libros que acogía a los gobernantes. Serán otros -y el tiempo- quienes confirmen si así fue, pero en “A Casa” quedó flotando la percepción de que los reunidos portaban carta de navegación y osadía suficiente para proponer nuevas rutas por mares antes nunca navegados. En cualquier caso, los primeros ministros hablaron de los autores y autoras que reclamaban atención desde los estantes de la biblioteca, comentaron pinturas que unen artistas de distintos tiempos y países en una misma pared, como si la pared fuera el mundo, pasaron las manos por discos, esos objetos capaces de poner música en el mundo, tan presentes en la casa de José Saramago. Fue, en definitiva, una visita a los lugares de un autor que ya no está, aunque todo rezume su presencia. No era un encuentro para desvelar los arcanos de la gran política, pero se habló de futuro y de la capacidad que tenemos los seres humanos de organizarlo pese a saber, como sabemos desde que lo dijo Paul Valéry, que nosotros, y las civilizaciones, somos mortales. Sin embargo eso no impide seguir navegando, proponiendo, contemplando, actuando. Con el mar enfrente y rodeados de libros. 

PD: Tres días después del paso de los jefes de gobierno por la casa de José Saramago en Lanzarote, ya sin focos ni urgencias, se completaron 12 años de vida de “A Casa” como lugar abierto a la visita publica. Ocurrió así: nueve meses después de la muerte de José Saramago, quienes con él convivían decidieron desmentir al autor que en El año de la muerte de Ricardo Reis había dejado escrito que si la gestación de un ser humano dura nueve meses, también el olvido se produce nueve meses después de la muerte. Se le quiso demostrar a José Saramago que no siempre se cumple esta sentencia, que transcurridos nueve meses de su muerte, y más tarde nueve años, y doce años ahora, su obra literaria y su legado permanecen vivos en la experiencia lectora de muchas personas. Tal vez por eso tantas lectoras y lectores de países y continentes distintos se acercan cada día a Lanzarote para sentir -y de qué manera- en el espacio donde José Saramago escribió Ensayo sobre a ceguera o El viaje del elefante. Son amigos que hacen un viaje laico para encontrarse con la emoción del proceso creativo. Encuentran esa emoción y muchos dejan registrada su experiencia en los libros de visita de “A Casa”, siempre abiertos. Es así, escribiendo cada uno con su letra, idioma y personalidad, como dejan cumplido el ritual del amor. También la ley que establece que nada se pierde si se transforma en abrazo de culturas y en encuentros personales. La cultura, la vida.

Digamos la verdad: no es frecuente que esto ocurra, las reuniones políticas no suelen empezar por la cultura. Cuando hay cumbres de jefes de estado o de gobierno los protagonistas se reúnen en el lugar habilitado para las sesiones de trabajo, los máximos representantes se estrechan la mano en un espacio representativo y la imagen es inmediatamente reproducido en los medios de comunicación, después trabajan sobre asuntos previamente estudiados, firman documentos y continúan su vida de hombres ocupados con mil solicitaciones y diez mil urgencias sobre los hombros. La cultura, como mucho, puede estar como fondo de la foto de familia, es decir, esa imagen en que los gobernantes, en amable compañía, se presentan sonrientes, mirando a los ciudadanos para los que gestionan, todos de pie, enérgicos, tratando de articular el presente y el pasado en una instantánea que tanto vale para quienes posan en el retrato como para quienes reciben la imagen y entienden de qué va el asunto. Sin embargo, esta Cimeira Luso Española de 2023 ha empezado de otra forma, la sorpresa ha tenido lugar, la cultura fue el principio y estuvo bien. 

Llegaron Pedro Sánchez y António Costa a la casa del escritor José Saramago en Lanzarote. Que no es un palacio, sea ya dicho, aunque es capaz de acumular dentro mucha vida. Llegaron porque ambos entendieron que el autor de La balsa de piedra que unió los destinos de dos países y los puso a navegar mar adentro, hacia otros pueblos con los que se tienen y se tuvieron relaciones, tal vez mereciera un guiño de reciprocidad. Se podría decir que es eso lo que pasó, una especie de “aquí estamos, somos dos y somos muchos, vamos en balsa de piedra, tenemos rumbo, no te aflijas”. Claro que no se dijeron esas palabras concretas, pero las presencias de los primeros ministros y de los ministros de cultura podría hacerlo suponer. Era Lanzarote, era la caída de la tarde, el mar enfrente se ofrecía como una invitación y una promesa de nuevas navegaciones que, quién sabe, bien podrían estar proyectándose en la casa hecha de libros que acogía a los gobernantes. Serán otros -y el tiempo- quienes confirmen si así fue, pero en “A Casa” quedó flotando la percepción de que los reunidos portaban carta de navegación y osadía suficiente para proponer nuevas rutas por mares antes nunca navegados. En cualquier caso, los primeros ministros hablaron de los autores y autoras que reclamaban atención desde los estantes de la biblioteca, comentaron pinturas que unen artistas de distintos tiempos y países en una misma pared, como si la pared fuera el mundo, pasaron las manos por discos, esos objetos capaces de poner música en el mundo, tan presentes en la casa de José Saramago. Fue, en definitiva, una visita a los lugares de un autor que ya no está, aunque todo rezume su presencia. No era un encuentro para desvelar los arcanos de la gran política, pero se habló de futuro y de la capacidad que tenemos los seres humanos de organizarlo pese a saber, como sabemos desde que lo dijo Paul Valéry, que nosotros, y las civilizaciones, somos mortales. Sin embargo eso no impide seguir navegando, proponiendo, contemplando, actuando. Con el mar enfrente y rodeados de libros.