Juan Domínguez vive deprisa, como si estos próximos tres años que le quedan al frente de la vicepresidencia del Cabildo fueran los últimos de su vida. Veremos si son los últimos de su vida política y veremos si llegan a ser tres, porque las tormentas que se pronostican no están pensadas para embarcaciones tan poco sólidas como las que patronea este auxiliar de Aduanas que ha llegado al poder por esas casualidades de surrealismo mágico que abundan en la política de Canarias. Vive deprisa, decimos, y lo hace a todo tren con el apoyo en dos direcciones de Bravo de Laguna: de un lado, concediéndole casi todos los caprichos en forma de una barbaridad de dinero para publicidad y relaciones públicas, doce asesores, entre ellos una periodista liberada para llevarle el gabinete de prensa a su señora esposa, la senadora Meluca Suárez; y del otro lado, mirando para El Hierro cuando en realidad tenía que estarse fijando en otras cosas. Bravo, que tiene de tonto lo que su hijo tiene de tonto, ha preferido ir trabajándose la segunda vía, el acercamiento al siempre dúctil y maleable Antonio Hernández Lobo, que las burbujas políticas estallan como las inmobiliarias y hay que tener plan B. Esperemos que no con tan exorbitada cuantía como esa en la que están ustedes pensando.