Desde la torre más alta de su palacio de cristal allá en tierras polares Papá Noel miró hacia el Sur y pensó que menudo curro les esperaba, los niños cada vez pedían más cosas y más caras y aún estando a tope sus fábricas no podían satisfacer la enorme demanda. Además este año peor que nunca pues la competencia, los Reyes Magos, no podrían cruzar los países asolados por la guerra sin compadecerse de todos esos niños víctimas de bombardeos, así que Papá Noel tendría que cubrir una demanda mayor que nunca. Para colmo Greta Thunberg se oponía a que los trenes y trineos que transportaban los regalos utilizaran cualquier tipo de energía fósil, y los renos, explotados y envejecidos ya no daban más de sí. Papá Noel tendría que contratar más personal para fábricas y transportes, y ya se sabe cómo están los salarios e impuestos. Los niños, además pedían cosas imposibles. Se comentaba mucho en palacio las peticiones de algunos niños, sobre todo de la isla de La Palma, pidiendo cosas para sus padres, como terminar carreteras, poner en funcionamiento  balnearios, viviendas asequibles, turismo sostenible, acabar con el rabo de los gatos (sic), reconstruir espacios devastados por un volcán, energía geotérmica para toda la isla, y Papá Noel decía que él no hacía milagros, que se los pidieran a los Reyes Magos, que tampoco venían ya en camello y tendrían que cruzar el Sahara en plan París-Dakar, en todoterrenos. Papá Noel pensó: Menudas Navidades nos esperan, ya no tengo ni ganas de ir por ahí haciendo ou, ou, ou, en plan capullo navideño. Yo me largo para Irlanda, que hay buenos pubs, buena música y cerveza y mis papásnoelitos que repartan, que para eso les pago y ya va siendo hora de coger  vacaciones e incluso jubilarme e irme a vivir a esa isla donde los niños se preocupan de sus padres. Ya tengo preparada la petición de subvención al Cabildo.