Habitualmente se califica la vuelta a la rutina como una situación negativa por la que todos estamos condenados a pasar cuando termina el verano. Tanto si trabajamos como si no lo hacemos, el mes de septiembre se relaciona con el principio de un nuevo curso.
Me gustaría comenzar septiembre con una sensación neutra, ni buena, ni mala. Como siempre, mi espíritu crítico me lleva a enfrentarme muchas veces a lo que parece una opinión que nos viene impuesta por…, no sé quién.
¿Qué argumentos apoyan la vuelta a la rutina como un hecho negativo? La rutina se relaciona con monotonía, pérdida de espontaneidad, creatividad e improvisación y la vuelta a asumir responsabilidades. Como suele coincidir con el fin de las vacaciones muchas personas lo viven como un choque emocional por pérdida de libertad y tener que volver a amoldarse a horarios rígidos, lo que genera algo de nostalgia, frustración y tristeza, que los medios han dado por llamar síndrome postvacacional.
El caso es que no tengo claro si es que yo soy muy madura o es que soy conformista, pero nunca sufrí ese conjunto de síntomas, ni lo vi como algo con entidad suficiente que mereciera darle un nombre. Entiendo que alguien pueda haber disfrutado de momentos agradables y divertidos durante sus vacaciones y que sienta por lo tanto unos instantes de nostalgia al recordarlos. Pero también considero que todos sabemos que las vacaciones tienen un fin previsible y previsto, por lo que en mi humilde opinión deberíamos estar preparados para ese día que ya está programado desde el principio.
En el caso de los niños acepto que presenten mayores dificultades a la readaptación a los horarios escolares, pero contrariamente a lo que opinan colegas míos de profesión, afirmo que el síndrome vacacional, referido a adultos es una etiqueta artificial que se ha querido poner a un proceso adaptativo leve, de toda la vida. Al ponerle la etiqueta de “síndrome” creo que le damos más importancia de lo que realmente tiene y hemos proporcionado a la sociedad un argumento para justificar su desgana de reemprender otro estilo de vida más reglado.
Como quiero ser equitativa, puedo defender la posición contraria: “¿acaso si no le ponemos un nombre nuevo a ese proceso que objetivamente se da en ciertas personas, éste desaparece?”.
¡NOOO! Lo que ocurre es que, si lo etiqueto como síndrome, un proceso leve de adaptación comienza a ser patológico o al menos así suena. Me podréis cuestionar por qué me molesta que le hayan puesto un nombre. La respuesta, para mí es muy clara: porque acabamos patologizando cualquier reacción, conducta o respuesta que damos a un hecho determinado y esto está llevando a que en general estemos teniendo una sociedad más débil y frágil. Y así, vamos…
La vuelta a una rutina también tiene sus cosas positivas. Nos da mayor tranquilidad, no tenemos que pasarnos el día improvisando o pensando algo bonito y divertido que realizar, ya que de lo contrario sentimos que estamos perdiendo el tiempo o que tenemos unas vacaciones aburridas por no haber hecho cosas interesantes. La rutina nos quita presión social y personal. También hay quien no soporta tener un mes entero de vacaciones ya que se le acaba haciendo rutinario.
Como sociedad, nos acabamos creyendo que somos seres frágiles y desamparados que necesitan constante protección de algún staff superior y terminamos tragando órdenes, normas y reglas “infumables” sin oponernos. Normalizamos guerras, abusos y genocidios sin rechistar, no nos rebelamos ante flagrantes abusos de poder, y sin embargo nos encogemos ante la vuelta a nuestra actividad laboral, porque tenemos ‘síndrome postvacacional’.
Quizá la solución pase por no demonizar la rutina, ni idealizar las vacaciones, sino en aprender a encontrar el equilibrio entre ambos escenarios. La rutina puede ser el marco que nos sostiene y nos organiza; las vacaciones, la pausa que nos renueva y nos recuerda que también sabemos disfrutar. Patologizar lo cotidiano nos debilita, pero darle sentido a lo que hacemos cada día. Incluso en septiembre, puede fortalecernos. Tal vez la verdadera madurez consista en dejar de definir etiquetas para lo obvio y empezar a vivir con serenidad lo que venga en cada etapa del año.