¿Una candidatura o un contenedor?

4 de septiembre de 2025 10:30 h

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En estos días vuelve a sonar con fuerza el debate sobre el futuro Centro Nacional de Vulcanología. Y con él regresan las palabras mágicas: “candidatura conjunta”, “cooperación insular”, “unidad”. Fórmulas amables que, en la práctica, se traducen demasiadas veces en la vieja costumbre canaria de contentar a todos con una foto.

La propuesta que ahora circula es clara: Tenerife y La Palma presentarían su candidatura de la mano, como dos escolares camino del colegio, uno cargando con los libros y el otro con el bocadillo. Y el riesgo, también claro: que mientras uno prepara terrenos, edificios y laboratorios, el otro se quede con la envoltura simbólica, un gesto para salir en la foto y poco más.

En mi opinión, La Palma no debería caminar de la mano de nadie. Tiene legitimidad, argumentos y, sobre todo, cicatrices recientes que la convierten en candidata natural a este centro. El Cabildo, como órgano insular, tendría que haber presentado ya una propuesta seria, sólida, bien armada. No un gesto improvisado, sino un proyecto que muestre lo obvio: que aquí la vulcanología no es teoría, sino memoria y supervivencia.

Tenerife, a través del ITER, ha trabajado su candidatura. Y es normal. Lo lógico es que cada isla presente la suya y que luego sea el Consejo de Ministros quien decida. No corresponde a presidentas de cabildos ni a presidentes autonómicos resolver la cuestión. Y si el Consejo quiere dos sedes, como ya sugirió la ministra Morán en su día, perfecto. Pero lo que no tiene sentido es empezar como hermanos siameses, para terminar con el guion de siempre: aquí la vitrina, allí la oficina; nosotros el escaparate, ellos la maquinaria.

El símbolo del contenedor

La metáfora inevitable es la del contenedor reciclado. Ese mismo que hace poco alojó a familias desalojadas, y que ahora podría reaparecer remozado: chapa pintada, placa brillante, pegatinas de volcanes y flores, y una cinta inaugural para la foto. Una “sub-sedita palmera” con dos sillas plegables y un póster del Tajogaite colgado con celo.

La imagen es poderosa porque desnuda la verdad incómoda: mientras Tenerife levantará edificios y laboratorios, lo que se vislumbra para La Palma es un cajón metálico con nombre rimbombante —Centro Vulcanológico de La Palma, Canarias, España, el Mundo—. Habrá foto, habrá titulares, habrá discurso político. Lo que quizá no habrá es ciencia real.

Migajas con cinta roja

No sería la primera vez. El Diputado del Común, con sede “oficial” en La Palma, acabó en la práctica en Tenerife. El Instituto de Astrofísica observa el cielo desde el Roque de Los Muchachos, pero gestiona desde La Laguna. Y la lista sigue. Se llama “cooperación interinsular”, pero significa jerarquía: unos mandan y otros agradecen lo que les dejan.

El contenedor como sede palmera sería, en ese sentido, una metáfora cruel. Un recordatorio de cómo se confunde descentralizar con repartir migajas. Porque descentralizar no es enviar un cajón pintado de blanco a La Palma. Descentralizar es traer aquí la inversión, el empleo y la ciencia.

Inversión que transforma

Y esa es la gran cuestión: la inversión que supondría este centro. Para La Palma sería gigantesca, transformadora. Aquí no se diluiría: sería empleo cualificado, futuro para jóvenes, investigación de primer nivel. Sería la oportunidad de escapar de la España vaciada que también se siente en las islas menores.

En Tenerife, en cambio, esa misma inversión pasará casi desapercibida, como un hotel más en la lista interminable de su potente industria turística. Allí será “algo más”; aquí sería un antes y un después. Esa, precisamente, es la lógica de la descentralización: equilibrar, repartir oportunidades, colocar instituciones donde realmente pueden cambiar realidades.

Ciencia o decorado

El problema no es solo de símbolos. El riesgo de fondo es que la ciencia se convierta en decorado. Que La Palma quede como postal y los investigadores, el presupuesto y la infraestructura se instalen en la isla vecina. Y que la sociedad que más ha sufrido el impacto volcánico se quede mirando desde fuera, consolándose con la placa inaugural.

El Tajogaite fue tragedia, pero también oportunidad. Una oportunidad de situar a La Palma en el corazón de la ciencia volcánica europea. De convertir el dolor en futuro. Perderla sería un error histórico. Y peor aún, disfrazarla con un contenedor reciclado sería una burla.

El marketing de la foto

El peligro de esta candidatura conjunta es caer en el marketing de la cinta roja. En Canarias, demasiadas veces lo importante no es lo que se construye, sino la foto que se toma al cortarse la cinta. Y esa liturgia, tan conocida, corre el riesgo de repetirse: “Tenemos sede en La Palma”, dirán. Y sí, tendremos un contenedor con flores de plástico, mientras la sede real funciona en otro sitio.

Epílogo amargo

Dentro de unos años, quizá ya nadie recuerde informes, proyectos ni promesas. Tal vez lo único que quede en la memoria sea la imagen de un cajón metálico inaugurado con solemnidad. Ese será el símbolo de cómo confundimos descentralizar con repartir sobras.

Porque la verdadera pregunta no es si habrá candidatura conjunta o no. La cuestión es si queremos un centro real, con ciencia y futuro, o un contenedor pintado de solemnidad que sirva de monumento a nuestra falta de ambición.