La imagen de Canarias como un paraiÌso turiÌstico es una construccioÌn deliberada, sostenida durante deÌcadas por poliÌticas puÌblicas orientadas al crecimiento econoÌmico a corto plazo y por intereses empresariales que han hecho del “sol y playa” su mina de oro, sobrecargando las estructuras puÌblicas y un territorio que es finito. Sin embargo, bajo esta fachada de prosperidad se esconde una realidad insostenible: la sobredimensioÌn turiÌstica en las islas estaÌ llevando al liÌmite no solo a su territorio, sino tambieÌn a su poblacioÌn.
Un crecimiento sin liÌmites, es una planificacioÌn sin conciencia. Los sucesivos gobiernos autonoÌmicos y locales han promovido un modelo de desarrollo econoÌmico centrado en el turismo de masas, sin establecer liÌmites, sin ponerle puertas al campo. Esta foÌrmula nos ha llevado a tener como adornos paisajiÌsticos, leÌase la ironiÌa, esqueletos hoteleros sin terminar, como pasa en casi todas las islas, porque cualquiera estaba legitimado para usurpar el territorio mientras el objetivo fuese el proÌspero turismo y su crecimiento.
Esto va de la mano de un crecimiento urbano descontrolado, una ocupacioÌn masiva y sangrante del litoral y una presioÌn constante sobre los recursos naturales como el agua, el suelo y la energiÌa. Lo maÌs grave es que quienes promueven esta industria son plenamente conscientes: eligieron los beneficios de unos pocos frente a la dignidad y conservacioÌn de un territorio compartido. Y ahiÌ seguimos inaugurando hoteles de lujo y aprobando macroproyectos turiÌsticos de dudosa legalidad y sostenibilidad, mientras los planes de ordenacioÌn del territorio son ignorados o modificados a gusto de las grandes promotoras.
La poliÌtica ha actuado como coÌmplice facilitadora y no reguladora, aunque en los uÌltimos tiempos quieran hacer parecer lo contrario, aunque como dice el dicho popular, “aunque la mona se vista de seda...” Pues vemos que los cambios legislativos de estos dos uÌltimos anÌos nos conducen a maÌs de lo mismo, y expoliar el territorio a sus intereses privados. En lugar de cuestionar un modelo agotado que ahoga un territorio, se ha preferido subvencionar vuelos, flexibilizar normativas y atraer inversioÌn extranjera a toda costa, incluso a costa del pueblo.
¿El resultado? Una economiÌa altamente dependiente, vulnerable y que genera enormes desigualdades sociales. Un gran poder econoÌmico que marca la agenda puÌblica, que revienta un territorio y a sus buenas gentes. Como ya pudimos ver a un Presidente a disposicioÌn de las grandes patronales, que haciÌa que mediaba en acuerdos laborales, con el uÌnico fin de complacer a sus amos. Acuerdos que ya aplicados no le han mejorado la vida a nadie ni ha repartido ninguna riqueza
Empresas que acumulan y pueblos que resisten, la historia de la clase obrera internacional. El sector turiÌstico estaÌ en manos de grandes grupos empresariales (un secreto: muchos de ellos no radicados en Canarias) que obtienen beneficios multimillonarios mientras la riqueza generada apenas se redistribuye, parece que ha tenido que venir un cantante puertorriquenÌo, Bad Bunny, a decir lo que todos vivimos y nadie se atreve a alzar la voz, “quieren el barrio miÌo y que tus hijos se vayan”, ¿les suena? Los alquileres vacacionales, muchas veces operados por plataformas internacionales sin apenas regulacioÌn, han distorsionado y prostituido el mercado inmobiliario y vaciando comunidades completas. En respuesta, movimientos sociales, sindicales y ecologistas claman “¡Canarias no se vende!”. El encarecimiento de la vivienda, en parte provocado por la turistificacioÌn, la falta de poliÌticas al respecto expulsa a los residentes de sus barrios y ciudades. Las recientes protestas masivas en las islas no son un capricho, son un grito de supervivencia.
La pregunta de fondo es incoÌmoda, pero inevitable: ¿quieÌn se beneficia realmente del modelo turiÌstico? ¿A quien representa la clase poliÌtica cuando prioriza la construccioÌn de nuevos complejos hoteleros frente a la proteccioÌn de ecosistemas o el derecho constitucional a la vivienda?
El relato empresarial y poliÌtico habla de “la vaca que da leche”, “motor econoÌmico”, de “progreso” y de “empleo”. Pero el progreso no puede medirse en cifras macroeconoÌmicas, sino en calidad de vida, en bienestar social y en una sostenibilidad real de un territorio que es finito. La actual sobredimensioÌn turiÌstica no soÌlo compromete los recursos del presente, sino que se convierte en una hipoteca de futuro de las nuevas generaciones, nuestros hijos e hijas, nietos y nietas.
DeberiÌamos caminar hacia un modelo turiÌstico con liÌmites y sentido, maÌs que nunca, Canarias necesita repensar su modelo productivo con urgencia. Eso implica establecer techos de carga turiÌstica, diversificar la economiÌa, recuperar el control del territorio y garantizar que el turismo beneficia a la mayoriÌa y no a unos pocos. La sostenibilidad no debe ser un eslogan de campanÌas turiÌsticas, sino una condicioÌn imprescindible para una sociedad y territorio que no pueden maÌs.
La alternativa, aunque la contraofensiva empresarial y poliÌtica quieran llamarnos “turismo foÌbicos”, no es eliminar el turismo, sino un turismo diferente: respetuoso con el entorno, limitado en volumen daÌndole valor a nuestro territorio y costumbres, y vinculado a una economiÌa maÌs equitativa y soberana. Solo asiÌ Canarias podraÌ dejar de ser lo que se ha convertido, “un decorado para turistas” y convertirse en lo que siempre fue y deberiÌa ser, “un lugar digno para vivir”.
La cuestioÌn no es si Canarias puede seguir creciendo turiÌsticamente, sino si puede sobrevivir a ese crecimiento.