Espacio de opinión de Canarias Ahora
Sobre el presunto caos lingüístico de Canarias
“El problema de los canarios es que no tienen una norma lingüística propia”, sostienen de forma categórica los estudiosos más acreditados del español insular. “El canario no está seguro de lo que dice ni de cómo lo dice, y se amilana ante hablantes más seguros y con más aplomo” escribe el profesor lagunero Ramón Trujillo, uno de sus máximos exponentes. Para determinar hasta qué punto se ajusta a la verdad diagnóstico tan sumarísimo, necesario es no perder de vista que en los estudios del lenguaje la palabra norma suele entenderse en dos sentidos radicalmente distintos. De un lado, suele entenderse en el sentido de ‘conjunto de principios que regulan inherentemente una lengua y su uso en la realidad concreta del hablar’; es decir, su forma normal de realizarse. De otro, suele entenderse en el sentido de ‘conjunto de principios que se dictan externamente (por academias, planificadores del lenguaje, sociólogos, políticos o simples puristas) para regular el uso del lenguaje’. Las primeras son objetivas. Las segundas, subjetivas. A su vez, las normas objetivas o propias de la lengua se dividen en dos grandes grupos: normas del sistema o de langue (en terminología saussureana) y normas del uso del sistema o de parole.
Pues bien, teniendo en cuenta las importantísimas distinciones que acabamos de señalar, desde el punto de vista del sistema de la lengua o langue, no puede sostenerse que en Canarias no exista una norma lingüística regional, porque es evidente que en su comunicación diaria todos los canarios, sin excepción alguna, emplean los mismos procedimientos fónicos, gramaticales y léxicos invariantes y con ellos se entienden perfectamente sin el más mínimo problema; los procedimientos fónicos, gramaticales y léxicos invariantes de la lengua española, que comparten, por lo demás, tanto con los hispanohablantes peninsulares como con los hispanohablantes americanos. Como sostiene el citado profesor Trujillo, con razón, “el español de Canarias no difiere de otras variedades peninsulares o americanas más que en rasgos inesenciales. Cualquier hispanohablante de cualquier lugar identifica el habla de castellanos, andaluces, canarios o americanos como una misma y única lengua”. En efecto, la preposición hasta, el llamado pretérito perfecto, el sufijo -ero o el verbo gozar, por poner un par de ejemplos de los muchos que se podrían poner, significan exactamente lo mismo para todos los canarios (además de para todos españoles peninsulares y todos los hispanoamericanos), sin excepción alguna: a saber, ‘término final absoluto de un movimiento de aproximación con extensión’, ‘tener una acción acabada en el presente’, ‘ámbito activamente emanante’ y ‘disfrutar con plenitud’, respectivamente.
Por una parte, desde el punto del uso del sistema o parole, ocurren en Canarias dos cosas distintas, como en el resto de los ámbitos del idioma. Por una parte, tenemos un conjunto de usos fónicos, gramaticales y léxicos, como el seseo, el relajamiento de las consonantes /x/ y /ch/, el uso del pretérito perfecto como ‘pasado que tiene repercusiones en el presente’, el leísmo de cortesía, el uso de voces como gofio, guagua, jeito, tabaiba, guirre, aguililla, andoriña, chola (en el sentido de ‘zapatilla’), cachimba, gozar (en el sentido de ‘presenciar’), tarajal, etcétera, que comparten todos los isleños, sin la más mínima excepción. Desde este punto de vista, tampoco puede decirse que las Islas carezcan de unidad lingüística, puesto que todos sus habitantes se identifican en el seseo, el relajamiento consonántico, el uso de determinados portuguesismos (mojo, millo, jeito, fechar, entullar…), determinados guanchismos (gofio, goro, tabaiba, tajinaste, tafeña…), etcétera. Otra cosa es que esta norma lingüística regional tenga más o menos prestigio, pero eso no es un problema objetivo o de hecho, sino un problema subjetivo o de valoración social, que hay que tratar aparte, que es lo que haremos más adelante. Y, si las cosas son como decimos, está claro que no existe la más mínima razón objetiva para afirmar que en Canarias cada una de las islas habla una lengua o una modalidad lingüística distinta, como se oye decir con tanta frecuencia. En realidad, todos los canarios, además de identificarse en la lengua que hablan, se identifican en los principales usos que hacen de su sistema fónico, gramatical y léxico. Es decir, que hay una norma de uso exactamente igual para todos los hispanocanarios, sean de la isla que sean; una norma insular que se opone a otras variedades del español, como el castellano, el andaluz, el cubano, el mejicano o el argentino.
Por otra parte, tenemos en las Islas un conjunto más o menos numeroso de rasgos fónicos, gramaticales y léxico, como el ceceo, la aspiración de /s/ implosiva, la neutralización de la oposición consonántica /ll/ / /y/ en favor de /y/, la aspiración de /r/ ante /n/ o /l/, la pérdida de la /d/ intervocálica, el rotacismo de /l/ (“/cardéro/”, “/sársa/”, “/arcárde/”…), la asimilación de la aspiración de /s/ a la consonante sonora siguiente (/lo bbarránkoh/, /la ggómah/, /la ddóh/…), la neutralización de la oposición pronominal vosotros / ustedes en favor de la forma ustedes, la anteposición del pronombre más a los existenciales negativos nada, nadie y nunca (más nada, más nadie, más nunca), el uso de determinados nombres sin marca morfológica de género, como sartén, legumbre, costumbre, etcétera, con determinante masculino (el sartén, los legumbres, el costumbre…), y no con determinante femenino, como se hace en el español más general, el uso de voces como tafor, empinarse ‘morirse’, folelé, barboleta, perinquén, bubango, tajorase, chinijo, callao, seba, rofe, pararse ‘ponerse de pie’, etcétera, que son exclusivos de determinadas Islas, de algunos de sus pueblos o comarcas, de ciertos grupos sociales o de determinados ámbitos profesionales.
Sólo en este caso puede decirse con razón que Canarias carece de una norma lingüística unitaria; una norma idéntica para todos los isleños. En efecto, no es necesario ser especialista en dialectología para percatarse de que, donde unos isleños dicen “/calláo/”, “/ustedes/”, /cabállo/“, ”/lo bbárrankoh/“, ”/máh nádie/“, ”/la sartén/“, ”/séba/“, ”/káhne“/”, “/templaéra/”, “/lécho/”, “/escotílla/”, “/deságüe/”, “/ponérse de pié/”, “/pulpeár/” o “/ír/”, por ejemplo, otros dicen “/calládo/”, “/vosotros/”, “/cabáyo/”, “/loh barránkoh/, ”/nádie máh/“, ”/el sartén/“, ”/músgo/“, ”/kárne/“, ”/templadéra/“, ”/léito/“, ”/chilléra/“, ”/tórno/“, ”/parárse/“, ”/pulpiár/“ y ”/dír/“.
Pero estas normas lingüísticas insulares, locales, sociales o profesionales no constituyen ninguna anomalía, como es habitual creer, sino que forman parte del funcionamiento normal del idioma, que tiene que dar solución a necesidades expresivas distintas, en función del entorno geográfico, social, profesional, histórico, etcétera, de los hablantes. Lo que son realmente estas expresiones particulares es la base de la regeneración o revitalización del idioma y de la común norma regional, proporcionándoles savia nueva al uno y a la otra. Es lo que ha sucedido con la aspiración de /s/ implosiva, el yeísmo, la asimilación de la aspiración de la /s/ implosiva a la consonante sonora que sigue, la neutralización de la oposición pronominal vosotros / ustedes, que son fenómenos que entraron por Gran Canaria y que se han generalizado ya en mayor o menor medida en el resto del Archipiélago. Y, si la política lingüística del idioma fuera más flexible, incluso podrían aportar soluciones originales y enriquecedoras a la norma general, como, por ejemplo, la interesantísima oposición adverbial antes / entedenantes y la oposición formal llegamos (presente de indicativo), lleguemos (pretérito indefinido) y lléguemos (presente de subjuntivo), etcétera, que enriquecerían el sistema temporal con nuevos matices y eliminarían la ambigüedad que implica el sincretismo que existe en el español general entre la forma del presente de indicativo y la del pretérito indefinido. Las lenguas naturales no pueden usarse de forma homogénea porque, como son el instrumento de expresión de la vida, que es dinámica, están haciéndose y deshaciéndose sin parar un solo momento. Son esclavas del tiempo, como la vida misma.
En efecto, las lenguas naturales tienden a hacerse continuamente mediante soluciones nuevas o neológicas, que pueden generalizarse luego en mayor o menor medida. Es lo que ocurrió con el canarismo barraquito, que surgió a mitad del siglo pasado en un quiosco de Santa Cruz de Tenerife y que a estas alturas de los tiempos se encuentra extendido ya por casi todo el territorio insular. Y tienden a deshacerse, abandonando formas que se desgastan comunicativamente de tanto repetirse y se quedan obsoletas con el paso de los años. Es lo que ocurrió con la oposición vosotros / ustedes, que fue general en todo el Archipiélago probablemente hasta finales del siglo XIX y que en la actualidad sólo se conserva, de forma cada vez más precaria, en la isla de La Gomera y en algunas áreas arcaizantes de las islas de Tenerife y La Palma; o con la /s/ implosiva, que también fue general en todas las Islas hasta probablemente las mismas fechas y que hoy sólo la conservan, también de forma cada vez más precaria, los hablantes más veteranos de la isla de El Hierro. En las lenguas naturales, lo no normativo es tan importante como lo normativo, porque es lo que renueva las expresiones que van muriendo por falta de vitalidad comunicativa, al tiempo que crean otras para designar realidades que antes no existían.
¿Y qué ocurre en las Islas desde el punto de vista de la norma o reglamentación externa del uso del sistema o langue? En este terreno, ocurren también dos cosas distintas. De un lado, tenemos fenómenos parciales como el rotacismo de /l/ o las variantes haiga y vaiga del presente de subjuntivo de los verbos haber e ir, respectivamente, por ejemplo, que tienen muy poco prestigio entre los hablantes canarios más cepillados, que prefieren la distinción /r/ / /l/ y las formas haya y vaya. En estos casos, tampoco puede decirse que el canario carezca de norma para el uso social del idioma. De otro, tenemos fenómenos parciales como la aspiración de /s/ implosiva y de /r/ ante /n/ o /l/, la neutralización de la oposición pronominal vosotros / ustedes en favor de la forma ustedes, el yeísmo, el relajamiento articulatorio de las consonantes /j/ y /ch/, por ejemplo, que carecen de estigma social. Los tinerfeños no consideran incorrectas, por ejemplo, las tensiones consonánticas de los grancanarios, ni los grancanarios consideran aberraciones léxicas el “barraquito”, el “folelé” o el “tafor” de los tinerfeños, sino formas de expresarse distintas de las suyas. Lo que no tiene sentido es intentar fijar desde arriba o artificialmente una norma lingüística única (“culta”, suele decirse interesadamente) para todos los isleños y para siempre, como quieren algunos, con /s/ implosivas, tensiones de vocales átonas y consonantes, mantenimiento de la oposición /l/ / /r/, “callao”, “perenquenes” “chorumes” y “tabobos”, con eliminación, por tanto, de /s/ implosiva, debilitamientos de vocales átonas, sonorizaciones de sordas, rotacismo de /l/, geminaciones de sonoras por efecto de la aspiración de /s/ implosiva, “callados”, “perinquenes”, “churumes” (“churrumes”, “churum”, “churumbe”, “churungo”) y “abobos” (“apupú”, “alpupú”, “papapú”), etcétera.
Las consecuencias de estos planteamientos puristas son enormemente perjudiciales tanto para los hablantes como para el idioma mismo. Para los hablantes, porque desautorizan injustamente las soluciones propias y naturales de las gentes cuyas hablas se consideran marginales. ¿Con qué legitimidad se va a desahuciar a los gomeros de su oposición vosotros / ustedes, a los grancanarios de sus tensiones consonánticas, a los herreños de sus /s/ implosivas, a los conejeros, majoreros, grancanarios y gomeros de sus aspiraciones de /r/ ante /n/ o /l/ o a los tinerfeños de su tafor o folelé?
Sólo los hablantes tienen derecho a decidir qué formas asumir o promocionar y cuáles desechar, en función de sus necesidades y gustos expresivos. Y, en segundo lugar, son estas intromisiones lingüísticas artificiales enormemente perjudiciales para el idioma porque frenan su desarrollo natural. Es decir, lo dejan sin mecanismos de renovación, condenándolo así a la muerte. En el terreno del lenguaje, la mejor normativa o reglamentación externa es la que no existe. Socialmente, lo que hay que hacer es reconocer la legitimidad de todas las variedades del idioma sin la más mínima excepción, para que la gente no se sienta insegura de qué dice ni de cómo lo dice. Esto de la necesidad de la creación de una norma de uso lingüístico única es bien una superchería de los poderosos para mantener sus privilegios de clase, bien una majadería de lingüistas colaboracionistas o más o menos despistados.