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A vueltas con las manifestaciones sobre el desarrollo (turístico)

20 de mayo de 2025 14:03 h

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Muchos partidos políticos de derecha, patronales y lobbies turísticos esperan que las investigaciones “científicas” en economía del turismo permitan tomar las decisiones que hagan mejorar nuestro modelo turístico: facilitar las inversiones, locales y extranjeras, para que se genere más actividad, más empleo, más riqueza y, en último término, para que nos beneficie a “todos”, aunque no acabe de estar muy claro quiénes somos “todos”. Muchos partidos políticos de izquierda, sindicatos y grupos ecologistas esperan que las investigaciones “científicas” en sociología, antropología y ciencias ambientales del turismo permitan tomar las decisiones que hagan mejorar nuestro modelo turístico: limitar las inversiones, especialmente las extranjeras, para que no se produzca una mayor ocupación y deterioro de nuestro territorio, de nuestra sociedad y de nuestra cultura, aunque no está muy claro quiénes somos “nosotros”. Y, ambas partes confían en que cuando se tengan suficientes datos se podrán tomar las decisiones correctas, no basadas en la ideología, sino en la Ciencia. “Para poder adoptar soluciones políticas hay que contar con los datos, no solo con ”la realidad que observamos“, pues no siempre es objetivable y entran en juego múltiples indicadores y parámetros”, dijo recientemente Carmelo León, director de la Cátedra Unesco de Turismo y Desarrollo Sostenible de la ULPGG. En la presentación de la Cátedra Turismo de las Islas Canarias de Sostenibilidad e Inteligencia de Datos, la consejera de Turismo y Empleo afirmó que la creación de ese instrumento permitirá tomar “decisiones eficaces, basadas en el conocimiento científico, ante los retos del turismo internacional”. ¿Puede la investigación científica que realizan las universidades darnos la receta del modelo de desarrollo turístico que contente a todos? Hace ya más de un siglo que Weber, en El político y el científico, dijera que la Ciencia no da las respuestas a las preguntas acerca de cómo debemos vivir nuestra vida, de manera individual o colectiva. Que a esas preguntas debemos encontrar respuestas desde la política. Y que la labor de la ciencia, en ese campo, es ayudarnos a desarrollar un razonamiento riguroso, a hacernos conscientes de las implicaciones de nuestras decisiones, de los hechos incómodos. 

¿Cómo puede lo que se hace desde la academia ayudarnos a pensar, colectivamente, de manera más rigurosa acerca del turismo y de su engarce con nuestro modelo de desarrollo (o subdesarrollo)? Veamos lo que dicen unos y otros: Tenerife, con 7 millones, tiene tantos turistas como Brasil; en Gran Canaria, la reactivación (por fin, dicen) de la urbanización de Meloneras permitirá, tras la construcción de 7 nuevos hoteles, la generación de 900 empleos directos y 1.500 indirectos. Aunque durante un tiempo yo me dediqué a la Sociología del turismo hace ya cierto tiempo que, en la línea de autores como Urry, comprendí que ya no tiene sentido hacer investigaciones en Economía o Sociología del turismo, sino que lo que hay que desarrollar son unas ciencias sociales de las movilidades. Desde que los sapiens aparecimos, nos movemos por el planeta, pero el turismo es una forma especial de movilidad (el término no tiene sino un par de siglos) que implica toda una serie de cuestiones, como una separación clara entre ocio/negocio, entre local/extraño que son un producto histórico y social: no han existido siempre y nada parece indicar que vayan a existir siempre. El paradigma de las movilidades, ampliamente difundido desde hace más de un cuarto de siglo en algunas de las universidades más influyentes, plantea que las temáticas clásicas de la economía y la sociología del turismo, como, por ejemplo, el impacto económico (si se crean o no 2.400 empleos, entre directos e indirectos), o el impacto socio- cultural (la pérdida de la identidad, la turistificación) ya no tienen sentido en el siglo XXI, cuando ni siquiera la sociedad es lo que era: antes tendíamos a pensar en términos de “Estado Nación” y éste se ha visto superado por arriba y por abajo. 

¿Y si cambiáramos la perspectiva del turismo por la de las movilidades? Canarias tiene tantos turistas como algunos países, como Brasil, que son casi un continente, porque medimos a los turistas como “turistas internacionales”. Si cambiamos el término “turista” por veraneante, es obvio que son muchos más los habitantes de Sao Paolo, Río o Brasilia que pasan sus vacaciones en las playas brasileñas, y también generan ingresos, y las ensucian, que los habitantes de Santa Cruz o Las Palmas que pasan sus vacaciones en las playas canarias que, por cierto, también generan ingresos, y también contaminan. Aunque España es una potencia en fabricación de armamentos, el sector es prácticamente inexistente en Canarias. ¿Cuántos empleos directos e indirectos se generarían si en vez de facilitar la construcción de hoteles facilitáramos la de fábricas de armamentos? Volvamos a Weber: estamos tan entrenados en aplicar la racionalidad instrumental, medios fines o económica, en pensar aquello de “si invierto x obtengo y” que ya no sabemos aplicar la racionalidad sustantiva o respecto a valores: ¿cuántos empleos (directos e indirectos) habría que crear para que valiera la pena convertirse en el lugar desde donde se fabrican aparatos que acabarán causando muerte y destrucción? 

¿Economía del turismo o Ciencias Sociales de las movilidades? El movimiento de personas y mercancías ha sido clave en Canarias desde siempre: en 1883, la primera piedra del Puerto de la Luz se puso bajo un cartel que decía “God Bless our Work”. La necesidad de encontrar una base de aprovisionamiento llevó a que los barcos que venían cargados de carbón volvieran llenos de plátanos y tomates, y poco después empezó eso del “tour” (por lo de ir y venir) ismo. Menos tecnocracia y más democracia. Quizá lo que los gobernantes buscan es tan sólo legitimar sus decisiones. Pero deberían saber que, por más cátedras que financien, la democracia tiene que ver con decidir, de manera colectiva, lo que queremos hacer con nuestra vida. Y ésa es una pregunta, ya hace más de un siglo que lo dijo Weber, que no la responde la Ciencia, sino la política.