BUENAVISTA DEL NORTE, DONDE TENERIFE COMIENZA / 2

El Camino de la Costa, de los guanches a los herederos de sal

La figura alargada de un faro blanco se divisa a lo lejos desde muchos lugares de la Isla Baja. Esta muy cerca del linde con el municipio de Los Silos. Es el punto de encuentro y de partida de un sendero que recorre una parte del litoral de Buenavista y de su propia historia, salpicado de cuevas guanches, de concheros que hablan de la dieta de aquellas personas que llegaron a Canarias cuando los romanos dominaban el norte de África, de cocederos naturales de sal que se heredan desde hace siglos, de un polémico campo de golf, de un capricho geológico en forma de flor, de una playa que tiene arena solo en verano y que concluye, siete kilómetros después, en un lugar denominado El Camellero. Es el Camino de la Costa, una ruta que el Ayuntamiento de Buenavista del Norte ha recuperado para protegerla y para que no se pierda la memoria.

“Es la primera vez que realizamos una ruta guiada por este sendero”. Es Nicolás Martín Jorge quien nos da la bienvenida. Es el gestor medioambiental de La Orotava, cuyo ayuntamiento organiza Pinceladas en la lava, una actividad de rutas temáticas para conocer espacios naturales de Tenerife. La historiadora y arqueóloga Ithaisa Abreu es la guía que nos ilustrará sobre “Un litoral para vivir desde la época de los guanches”, denominación de esta pincelada que recorre pasajes de la historia de su pueblo natal. Abreu es socia de Prored, la empresa de gestión de Arqueología que ha asesorado al consistorio buenavistero para documentar, con unos robustos y didácticos paneles, este camino.

El faro parece moverse cuando oteo desde la base sus 76 metros de altura. De estilo ecléctico, una escalera de caracol externa conduce a la óptica giratoria que ilumina el litoral desde 1997. Tras una charla introductoria, en la que Ithaisa nos cuenta que el litoral siempre ha sido una fuente de recursos y nos describe qué nos vamos a encontrar, emprendemos una caminata de dificultad baja, serpenteando un sendero acotado durante sus primeros cinco kilómetros por fincas de plataneras cultivadas sobre las coladas volcánicas que formaron la Isla Baja, comarca que se extiende por los municipios de Garachico, El Tanque, Los Silos y Buenavista.

Charcos de herencia

La primera parada es en La Laja, un llano de basalto plagado de charcos en los que se cultiva la sal de forma natural, entre los meses de mayo y septiembre, los más cálidos del año. La guía de la ruta matiza que este conjunto de charcas “no son salinas propiamente dichas”. Aunque los lugareños tratan la sal que se forma en los pequeños depósitos, a diferencia de las salinas, no se trasvasa el agua de un recipiente a otro; es el mar el que se encarga de nutrir los caletones.

Los guanches, como otros pueblos del planeta, usaban la sal para conservar alimentos perecederos, como el pescado y la carne. Ithaisa Abreu nos sorprende al contarnos que, aunque la costa es un espacio de titularidad pública, “los charcos se heredan desde hace siglos”. Es una “propiedad inmaterial”, explica. Aunque hubo episodios de robos de sal, se cree que protagonizados por lugareños del municipio vecino, los buenavisteros siempre respetaron la propiedad de los charcos. 

La sal fue un recurso complementario de la economía familiar. Principalmente era moneda de cambio para intercambiar productos con los moradores de la zona alta de Buenavista. Las mujeres se encargaban del tratamiento del producto, mientras que los hombres eran los responsables de cargar los fardos de cloruro de sodio. Todavía hoy, “hay dos familias que explotan la sal”.

La siguiente parada es junto a una cueva que fue morada de los aborígenes. A lo largo del Camino de la Costa hay varios yacimientos en los que se repite, explica la historiadora, “el modelo de ocupación, núcleos familiares en cuevas de habitación, cuevas funerarias próximas y concheros en los que limpiaban los moluscos, principalmente lapas, aunque se han encontrados restos de cangrejos y de erizos”.

La doctora Bertila Galván lideró una investigación, leemos en uno de los paneles del camino, “a finales de los años 90, descubriendo tres conjuntos arqueológicos: Chasna María, Callao del Alcabú y Blancagil”. Los yacimientos registran “una alta densidad de material arqueológico, indicando que se trata de una zona en la que la población guanche encontró un lugar idóneo para vivir”. Los guanches del litoral, a tenor de los restos encontrados, tenían una economía basada en el marisqueo y la ganadería, pero las crónicas dan fe de que también eran agricultores. Sin embargo, afirma Ithaisa Abreu, “la transformación del territorio tras la Conquista, con abancalamientos o desforestaciones” y los posteriores cultivos de vid y plátanos, “ha impedido la conservación de elementos relacionados con las prácticas agrícolas”.

El Charco de Los Ruices, una piscina natural ideal para el baño, recibe su nombre de la familia Ruiz Benítez de Lugo, propietaria de haciendas y terrenos agrícolas que llegan hasta esta franja del mar. La “piscina de los Ruices” la dejamos atrás antes de encontrarnos con una cantera furtiva, ya en desuso, de la que se extraía sin control piedras y bloques para construir bancales. 

El green de Punta Negra

A poco más de una hora del inicio de la ruta, nos encontramos con uno de los varios concheros que veremos en la plataforma litoral. Todos responden a un mismo perfil al estar localizados en afloramientos rocosos y “suelen tener una zona de pulimento de piedras”, explica Abreu. En algunos concheros se ha encontrado material lítico para descarnar las lapas. Estos vestigios arqueológicos revelan que “la práctica del marisqueo se realizaba en todo el litoral desde el inicio del poblamiento”. Este recurso se ha aprovechado hasta nuestros días. La zona también era elegida para pulpiar –vocablo que recoge el diccionario histórico del español de Canarias-. “Al caer la noche”, leemos en otro de los paneles, “se alumbraban con una lámpara encendida con petróleo (…) y nos metíamos en los charcos” para localizar a los pulpos.

Casi al final de la ruta, después de bordear buena parte del campo de golf que el Cabildo promovió a principios de siglo y que explota una importante compañía hotelera española, nos encontramos con el conchero de Punta Negra, “el paradigma de la conservación”, en palabras de Ithaisa Abreu, y luego nos explica el por qué. Pegado al campo de golf, una de las bocas de riego lanzaba agua más allá de uno de los green, empapando una parte del conchero. La tierra mojada descompactaba las conchas y estas se han ido perdiendo. Durante varios años, los arqueólogos denunciaron esta situación pero la dirección del campo se negaba a cambiar la trayectoria del agua. Todo cambió con cuando la directora general de Patrimonio Cultural del Gobierno de Canarias, Nona Perera, intervino y alcanzó un acuerdo. Ahora, las relaciones se han normalizado y hay planes para investigar varios yacimientos que están en el interior del campo de golf.

Antes de llegar a Punta Negra, el sendero nos condujo a una zona arqueológica interesante –en la foto de portada de este reportaje-. Se trata de Blancagil, un conjunto de una decena aproximadamente de cuevas de habitación y sepulcrales. En 2014, Prored realizó una prospección para actualizar los datos de los yacimientos del litoral y realizó una intervención para mejorar la conservación de una cueva de habitación en Blancagil.

La playa de Las Arenas, inmediatamente después del campo de golf, fue el punto final de la ruta guiada, aunque el Camino de la Costa concluye en El Camellero, último tramo que realizamos por nuestra cuenta. Las Arenas debe su nombre a que es una playa con arena estacional durante los meses estivales. Hay un restaurante y mirador de clientela mayormente extranjera, El Burgao, y un chiringuito en el otro extremo. Esta área está urbanizada y es el final de una carretera que conduce al hotel del campo de golf y a Las Arenas.

El Camino de la Costa, como hemos relatado, nos obsequia con pasajes de patrimonio prehistórico, etnográfico, otro propios de estos tiempos como fincas de plataneras o una instalación deportiva, también un basurero plagado de vidrios –afortunadamente, solo es un paréntesis en la ruta que está en vías de solución- y caprichos geológicos de la naturaleza, como un capullo con los pétalos abiertos, una auténtica flor pétrea

El último tramo del Camino de la Costa es un sendero empedrado en muy buen estado, aunque un mirador está precintado por seguridad y tiene un cartel informativo con un error sobre la edad de los vestigios arqueológicos más antiguos del municipio. Son los 500 metros finales. A muy poca distancia del chiringuito, está el yacimiento de Las Estacas, el más importante del litoral del municipio –ver Buenavista, la cuna guanche de Tenerife, capítulo 1 de esta trilogía- porque se excavó el registro arqueológico más antiguo de la Isla, un hueso de cabra con una edad entre el siglo II y el III de la era común, y atesora una estratigrafía que prueba que estuvo habitado durante varios siglos, según informó a Canarias Ahora el doctor Cristo Hernández, codirector junto a la doctora Carolina Mallol de las últimas campañas realizadas. Las Estacas son dos cuevas, una relativamente grande de uso doméstico y otra pequeña de carácter funerario.

La cueva sepulcral fue excavada en los años 90 por Verónica Alberto y Javier Velasco. Los restos humanos, custodiados en el MUNA, no han sido datados todavía, pero Cristo Hernández ha confirmado a esta Redacción que “queremos datarlos en el marco del nuevo proyecto”. El equipo dirigido por Hernández y Carolina Mallol volverá a Las Estacas este año, aunque todavía no hay fechas para la próxima intervención.

El Camellero es el final de los siete kilómetros. Un letrero explica el origen del topónimo, pero unas fotos en blanco negro lo delatan. Las referencia documentales indican que los camellos llegaron a Canarias entre finales del XV, el siglo del proceso de conquista de las Islas, y principios de la centuria siguiente a Lanzarote y Fuerteventura. De las islas orientales se trasladaron al resto del Archipiélago. En Buenavista, hay testimonios que “recuerdan que los camellos se dedicaban a trasladar cayados y arena de la playa de Las Mujeres” para zonas de cultivo. En este lugar estaba el establo. Los dromedarios son un recuerdo para los buenavisteros, como Las Crucitas que rescatan la memoria de un trágico suceso en el Camino de la Costa, un episodio que no hemos abordado en esta entrega porque los relataremos en el próximo y último capítulo de esta trilogía: La cultura de la muerte.