Gracias por todo, mamá, mi cocinera favorita

Gracias por todo, mamá, mi cocinera favorita

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Para mí, la mejor chef del mundo tiene nombre propio, “mamá”. Con ella aprendí a amar la cocina. Aún recuerdo cuando venía del Mercado Central con esas centollas vivas y las ponía en el suelo de casa para que yo las viera caminar. Cuando como caracoles por cualquier restaurante de nuestro país siempre me viene a la mente ese caldero gigante lleno de caracoles vivos a los que mi madre les ponía gofio “para que se purguen, cojan cuerpo y sepan mejor, hijo mío”, me solía decir siempre que le preguntaba. Y así un largo etcétera lleno de platos, sabores y recuerdos que a día de hoy me son tremendamente útiles en el trabajo que desarrollo cuando visito restaurantes o cuando cocino en casa para mi familia o amigos. Sin duda alguna, fue mi mejor profesora. 

Pero ella me enseñó algo más que eso. Con ella aprendí a conocer el maravilloso mundo de la hostelería, ir al bar del barrio a comer unos huevos escondidos, pulpo frito o ese sancocho que a ella nunca le gustó cocinar pero que siempre devoraba cuando se lo servían bien preparado. Su sitio preferido para ello era El Padrino, en Las Coloradas, que a día de hoy sigue abierto y sirviéndolo. Para mí ir a esa casa siempre tiene sensaciones encontradas, felicidad por sentirme en casa y añoranza porque ella no pueda estar a mi lado, quizás por eso voy menos de lo que debiera, ya que el aporte de Humberto, su socio y familias a la gastronomía canaria tradicional creo que aún no está del todo valorado. 

Podría seguir viajando en el recuerdo con las papas locas de Las Canteras o los bocadillos de calamares y croquetas del Ñoño de toda la vida, cuando la Cícer era un sitio abandonado y la avenida aún no cruzaba por sus costas. Ahí acudíamos los “de toda la vida de Guanarteme” y poca gente más, a no ser que vinieran a hacer surf. Lo mismo que me pasa con El Padrino me pasa con los bares de mi barrio de la infancia, Guanarteme, donde la nostalgia y la felicidad me abrazan por igual.

Pero ustedes se preguntarán por qué yo les hablo de mi vida o recuerdos si hoy es el “Día Internacional del Chef”, y aunque les parezca mentira, lo que mi madre hizo conmigo y lo que cada uno tenga en su mente acerca de las vivencias personales o caseras, sean quienes sean los que les cocinaran, es lo que cada uno de nosotros es hoy en día como persona. La cocina nos marca el carácter e incluso la personalidad, define nuestros gustos y hasta parte de nuestra conciencia, por lo que en unos momentos donde la hostelería está más herida y maltratada que nunca, casi señalada de muerte por parte de una parte de nuestra sociedad y algunos que la gobiernan, que la culpan de todos los males de esta pandemia que nos azota, yo sólo quiero mostrarles mi apoyo, cariño, agradecimiento y respeto eterno. Seguro que los miles de profesionales que trabajan en cualquier tipo de cocina de nuestro país se han enamorado en ella porque alguien se la enseñó, eso es lo que nos une a todos, cociner@s y comensales, el respeto a nuestros recuerdos por muy diferente que sean las cocinas que se elaboren en sus casas, bares, cafeterías o restaurantes.

Queridos cocineros y cocineras, gracias por estar ahí para cocinar cuando los demás queremos comer, por trabajar cuando otros queremos divertirnos, por alimentarnos cuando estamos cansados, por alegrarnos cuando estamos tristes, por reír cuando a lo mejor tú sólo quieres llorar, por escuchar cuando lo que pides es hablar pero sobre todo, Gracias por hacer que cada uno que se siente frente al plato que con tu esfuerzo y cariño has preparado y al terminarlo sea un poquito más feliz. 

Pero no sólo de agradecimientos hacia el chef quiero tratar en estas palabras, también quiero contarte algo a ti, mamá, mi chef favorita. Quiero pedirte perdón por tantas muestras de desagradecimiento, malas respuestas dadas, poca consideración por tu esfuerzo, platos dejados sobre la mesa y, sobre todo, por no saber poner en valor en su momento todo aquello que me enseñabas de niño y que tristemente pongo en valor hoy, de adulto, cuando ya no te tengo físicamente para darte las gracias. Ese perdón que le pido a mi madre, lo hago extensivo a todas esas personas a las que en alguna ocasión mi gesto dejando su plato a medias o palabras dadas con dureza les haya hecho daño, el ser hoy en día comunicador gastronómico sólo me hace valorar cada día más el esfuerzo que cada uno de ustedes hacen para que el comensal que cruza las puertas de su casa se vaya de ella con una sonrisa en la cara, porque como reza el dicho, “el buen alimento cría entendimiento”.

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