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#AnneFrank. Parallel Stories

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Al final, en agosto del año 1944, la Gestapo descubrió el escondite secreto donde Anne había escrito un diario que, luego, se convirtió en un símbolo contra todos los desmanes de cualquier forma de totalitarismo, independientemente de la ideología que lo promulgue. Los allí escondidos, por su parte, fueron deportados hasta cualquier de los mataderos humanos construidos por las legiones de la esvástica y de la calavera de las unidades SS-Totenkopfverbände.

Margot y Anne fueron trasladadas, después de permanecer varios meses en el campo de confinamiento transitorio de Westerbork -lugar donde se les consideraba criminales contrarios a las leyes del Reich y, por ello, se les obligaba a realizar trabajos forzados sin ningún tipo de consideración para con la edad, sexo o condición física- hasta el campo de concentración de Auschwitz I. Tras dos meses de penurias, ambas fueron seleccionadas para ser trasladadas hasta el campo de concentración de Bergen-Belsen. En aquel escenario, sin ninguna higiene, mal alimentadas y abandonadas a su suerte, las hermanas lograron sobrevivir unos meses más. Sin embargo, una epidemia de tifus -según un recuento que aparece en las páginas del libro de la escritora Melissa Müller Anne Frank: The Biography, con más de 17.000 prisioneros- segó la vida de ambas hermanas, entre febrero-marzo del año 1945.

Una vez terminada la guerra, Otto Frank, el único superviviente de la familia, regresó hasta la ciudad holandesa en la que habían sido detenidos y, gracias a los desvelos de quien había sido su secretaria, Hermine “Miep” Gies, y Elisabeth “Bep” Voskuijl, una amiga de la familia, Otto Frank pudo recuperar el diario escrito por su hija pequeña. Dos años después, en 1947, éste llegó hasta las librerías con el nombre de Het Achterhuis, Dagboekbrieven 14 Juni 1942 – 1 Augustus 1944. Luego fue traducido al inglés, bajo el título de The Diary of a Young Girl (1952), con una introducción de la que fuera primera dama de los Estados Unidos de América, Anna Eleanor Roosevelt.

Desde entonces, las páginas y el legado de su joven autora se han convertido en el recordatorio de la intolerancia y el fanatismo ideológico que llevó al exterminio a más de seis millones de personas de forma sistemática, fría y calculada. Anne Frank es no sólo un símbolo contra la amnesia de todos aquellos que prefieren mirar hacia otro lado cuando se desata cualquiera de “enajenaciones mentales transitorias” que, de tanto en tanto, sacude los mismos cimientos de nuestra civilización desde que esta se fundó como tal. Anne Frank es esa imagen que se debe mirar a los ojos cuando alguien se empeña en negar el terror que acabó con las esperanzas y el futuro de varias generaciones de personas, sin que nadie quisiera darse cuenta de lo que sucedía a su alrededor. Y Anne Frank es aquella niña que representa a los cientos de miles de niños y jóvenes que murieron en los guetos, en los trenes de mercancía donde se transportaba a los prisioneros de los campos o, directamente, en las cámaras de gas, más las condiciones infrahumanas en las que vivían y morían todos los que daban con sus huesos en aquellos infiernos en miniatura construidos por la maquinaria de guerra nacionalsocialista alemana.

Anne y su hermana Margot eran como Arianna Szörenyi, Sarah Lichtsztejn-Montard, Tatiana Bucci y las también hermanas Helga y Andra Weiss. Eran solamente unas niñas que nacieron en el momento equivocado de la historia y que, por ende, debieron pagar los pecados supuestamente cometidos por antepasados suyos con los que ni siquiera tenían ningún parentesco. La diferencia entre las dos primeras y el resto es que Anne y Margot murieron, mientras que el resto logró sobrevivir para convertirse, con el tiempo, en la memoria viva de un holocausto que, por incómodo, muchos siquiera se plantean en considerar.

Todas ellas vivieron vidas paralelas, sin tan siquiera conocerse, pero debiendo superar el mismo trance, el cual se cobró mucho más que las lágrimas, las penurias y las víctimas que, día tras día, se amontonaban allá donde miraran. Cuando todo terminó, ninguna de ellas abandonó ni el campo en el que se encontraban, ni aquellos recuerdos que, con el tiempo, pasaron a conformar un pasado que las nuevas generaciones no deberían perder de vista.

En realidad, todas ellas son Anne Frank. En este caso, dotadas, todas ellas, con un verbo capaz de conmover a quien quiera oírlas, tal y como hacen durante los minutos que dura la proyección de la película documental #AnneFrank, Parallel Stories, dirigida por Sabina Fedeli y Anna Migotto. Merced a una cuidada puesta en escena, obra del teatro Piccolo de Milán, la cual que reproduce de manera fiel el refugio donde la familia de Anne y Margot convivieron con el resto de sus compañeros de cautiverio, y siguiendo la lectura del diario sobre el que se articula toda la narración, el cual corre a cargo de la reconocida actriz británica Helen Mirren, el espectador se sumergirá en la tragedia que desgarró la vida de todas esas niñas, privadas de su libertad y de su derecho a ser quien les hubiera gustado ser.

La narración no huye de la realidad que se vivía en los campos, intercalando imágenes de quienes torturaron y mataron a centenares de miles de personas. No obstante, el empeño de #AnneFrank, Parallel Stories es mostrar, de la mano de la joven actriz Martina Gatti, aquello que la vida de todas las niñas de antaño, ancianas en la actualidad, le pueden ofrecer a quienes piensan que el pasado no puede otorgarles ninguna enseñanza. La joven, fiel reflejo del siglo XXI en el que vive, confecciona una suerte de diario de viaje digital donde apunta todo aquello que va viendo mientras trata de descubrir más cosas sobre Anne Frank y el momento histórico en el que tocó vivir y morir. La actitud de esta joven es diametralmente opuesta a quienes prefieren acudir hasta Auschwitz II-Birkenau para sacarse una foto en cualquier emplazamiento, como si todo lo que había pasado allí no les importada los más mínimo.

#AnneFrank, Parallel Stories busca o, por lo menos, pretende desterrar la frivolidad de un tema, el holocausto, el cual debe hacer frente no solamente al negacionismo de un sinfín de organizaciones que combinan la ignorancia más insultante con una combatividad que pone en solfa buena parte del legado de quienes dieron sus vidas para erradicar la barbarie desatada por todos los seguidores del Reich de los mil años, dentro y fuera de las fronteras de Alemania. Ahora mismo, el holocausto también debe hacer frente a la trivialización más desenfrenada, la cual gusta de convertir el sufriendo humano y el escenario en el que éste se desarrolló en una excusa para sacarse un “selfie” y subirlo a las redes sociales… Y la película de Sabina Fedeli y Anna Migotto quiere lograr todo lo contrario, por difícil que esto pueda llegar a ser en el mundo actual.

Quizás, esas las palabras, esas miradas de las supervivientes y las de sus descendientes y el texto legado por Anne Frank puedan ayudar a que quienes acudan a la proyección de #AnneFrank, Parallel Stories despierten de esta suerte de ensoñación que pone en peligro la memoria de quienes no deben ser olvidados, si el mundo no quiere volver a caer en los mismos excesos que se llevaron por delante a las hermanas Frank y a todos los que murieron bajo el expansionismo desenfrenado y la llamada “Solución final”, ideada por quienes entendieron que la solución a sus problemas pasaba por el exterminio de una raza que consideraba inferior.

Sé que recomendarles la lectura del diario en su totalidad, dicho todo lo anteriormente dicho, no es una cuestión baladí, pero tras ver #AnneFrank, Parallel Stories entiendo que aquello que no se dice en las imágenes de la película documental se encuentra dentro de las páginas del diario que, además de un regalo de cumpleaños, se terminó por convertir en uno de los mejores ejemplos de lo que, hoy en día, se debe considerar como “memoria histórica” en el sentido más literal de la palabra. No en vano, los manuscritos de Anne Frank figuran en el registro del Programa Memoria del Mundo, de la UNESCO, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura.

© 2020 3D Produzioni and Nexo Digital.

Si después de finalizarlo quieren seguir descubriendo más cosas sobre este particular, les recomiendo, además del libro de Melissa Muller, otros tres libros que, igualmente, sirven para entender qué fue lo que pasó en aquellos momentos de la historia contemporánea de nuestra civilización. El primero es Las juventudes hitlerianas, del historiador Michael H. Kater (Kailas Editorial, 2016). El segundo es El tercer Reich. En la historia y la memoria, del también historiador Richard J. Evans (Editorial Pasado & Presente, 2015). Y el tercero, y quizás el más difícil de asimilar, Auschwitz. Los nazis y la “solución final” según el trabajo del productor y documentalista británico Laurence Rees, uno de los más reputados realizadores de la cadena de televisión BBC, que también cuenta con una versión en formato documental para hacer realidad en una pantalla aquello que se puede leer en las páginas de libro. La dedicatoria del libro, al millón cien mil hombres, mujeres y niños que murieron en aquel pozo infernal y sanguinario en el que se convirtió aquel páramo olvidado de la mano de cualquier deidad, bien pudiera estar dedicado, además de a la figura de Edith Frank quien falleció en ese mismo escenario en enero de 1945, a sus dos hijas. Sus vidas todavía permanecen vivas en la memoria de quienes no pensamos dejar que su legado se marchite, ni siquiera cuando el último de los supervivientes del holocausto fallezca.

Para más información sobre la figura de Anne Frank, por favor, consulte el siguiente enlace: https://www.annefrank.org/en/

© Eduardo Serradilla Sanchis, Helsinki, 2020.

#AnneFrank, Parallel Stories © 2020 3D Produzioni and Nexo Digital.

© 2020 Anne Frank Stichting, Amsterdam.

Al final, en agosto del año 1944, la Gestapo descubrió el escondite secreto donde Anne había escrito un diario que, luego, se convirtió en un símbolo contra todos los desmanes de cualquier forma de totalitarismo, independientemente de la ideología que lo promulgue. Los allí escondidos, por su parte, fueron deportados hasta cualquier de los mataderos humanos construidos por las legiones de la esvástica y de la calavera de las unidades SS-Totenkopfverbände.

Margot y Anne fueron trasladadas, después de permanecer varios meses en el campo de confinamiento transitorio de Westerbork -lugar donde se les consideraba criminales contrarios a las leyes del Reich y, por ello, se les obligaba a realizar trabajos forzados sin ningún tipo de consideración para con la edad, sexo o condición física- hasta el campo de concentración de Auschwitz I. Tras dos meses de penurias, ambas fueron seleccionadas para ser trasladadas hasta el campo de concentración de Bergen-Belsen. En aquel escenario, sin ninguna higiene, mal alimentadas y abandonadas a su suerte, las hermanas lograron sobrevivir unos meses más. Sin embargo, una epidemia de tifus -según un recuento que aparece en las páginas del libro de la escritora Melissa Müller Anne Frank: The Biography, con más de 17.000 prisioneros- segó la vida de ambas hermanas, entre febrero-marzo del año 1945.