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La pobreza coloniza centros comerciales abandonados del sur de Gran Canaria

Toni Ferrera

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El sur de Gran Canaria es un lugar distinto al resto de la isla. Los carteles brillan y refulgen y se alinean como una cadena durante toda la avenida, sobre todo la más concurrida. Hay muchos bares y hoteles. Y deben hacerse notar. Los turistas, con sus bolsillos llenos de dinero, quieren gastar para respirar “la buena vida”. Se podría decir que San Bartolomé de Tirajana, un municipio de poco más de 50.000 habitantes, es el motor económico del territorio. Pero en las entrañas de las calles y los edificios también se vive. Mejor dicho, se sobrevive. Incluso dentro de los centros comerciales de Playa del Inglés y Maspalomas, los puntos de culto en la era del consumismo.

La realidad de San Bartolomé de Tirajana también es esta, no solo el despilfarro. La localidad, casi dependiente hasta en su último euro del turismo, pide a gritos un Plan Marshall que relance su actividad económica y rescate de la pobreza severa a miles de ciudadanos, ahora muchos más a causa de la pandemia, quienes en el peor de los casos se han visto obligados a levantar infraviviendas en los espacios más recónditos y sombríos posibles. No quieren que los vean. Están excluidos del sistema y se refugian en las catacumbas del vecindario.

Trine apenas ve la luz cuando se despierta. En su casa de cinco metros cuadrados, en la primera planta del centro comercial Nilo de Playa del Inglés, no hay ventanas ni agua, tampoco internet (aunque eso ni le afecta, lo ve como un lujo). Hace poco menos de una década se rompió la cadera y ha sufrido varias operaciones. También tiene artrosis y un dolor de espalda que no la deja caminar o estar de pie más de cinco minutos. Come gracias a la solidaridad de un amigo, que va cada 15 días a por frutas y verduras a un banco de alimentos.

Trine no sabe casi nada del Ingreso Mínimo Vital (IMV). Dice que entregó sus papeles a una de las trabajadoras sociales del Ayuntamiento, pero como no puede seguir la actualización de una posible tramitación de la ayuda, y tampoco le han comunicado nada, ha desistido. Su lucha se centra ahora en tratar de conseguir la pensión por minusvalía, para la que se requiere un mínimo de 65% de discapacidad: ella tiene un 61%. Nacida en Noruega, sin familiares en Canarias, no percibe ningún ingreso. “Lo que me toca es aguantar”, lamenta.

Su caso es uno más en una de las comarcas más pobres de Gran Canaria. Según los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), publicados en 2018, el porcentaje de personas que gana menos de 5.000 euros al año en San Bartolomé de Tirajana asciende al 10,2% de la población. Solo otro municipio se le acerca: Mogán (10,4), el pueblo colindante, también turístico. Las cifras se amplifican si ajustamos el tiempo a después del estallido de la pandemia y centramos la lupa en la comunidad foránea asentada en la zona. Según Cáritas, el 61% de las personas atendidas en 2020 en el sur de la isla era de nacionalidad extranjera.

Canarias ha sufrido como ninguna otra comunidad española, aparte de Baleares, la crisis económica derivada de la pandemia. Según el informe El Mapa de la Pobreza Severa en España. El Paisaje del Abandono, la pobreza severa creció en el Archipiélago un 49% en el último año y afecta ya al 16,5% de la población total de las Islas, un total de 373.665 personas. La tasa de paro, en un 24,7%, es una de las más altas de la Unión Europea. Y la dependencia del turismo, la industria más golpeada por la epidemia, se palpa con la enorme cantidad de empleos vinculados a la hostelería. Solo en San Bartolomé de Tirajana uno de cada dos lo hacen. Con el impasse que ha sufrido el sector era previsible que más y más vecinos cayeran a escenarios de marginalidad.

Es el caso de Ángela. Vive con su hija de 12 años en un antiguo local en el centro comercial Eurocenter, a pocos metros de la comisaría de Maspalomas del Cuerpo Nacional de Policía. Paga 400 euros por un piso en precario que mantiene gracias al apoyo de amigos y familiares. Apenas puede hablar, pero lo intenta. Acaba de salir de la UCI después de haber sido ingresada por dar positivo en coronavirus. “Estoy aprendiendo a caminar otra vez. Me siento como una niña pequeña. El virus me ha dejado secuelas en los pulmones y los riñones”. Por los pasillos aparece Faouzia Belghari junto a sus dos niñas, de 5 y 4 años. También vive en un habitáculo dentro de los muros de este complejo. ¿Por qué lo hace? “Los dueños no nos quieren a nosotros, a los moros”.

La imagen de estos centros comerciales, hace unas décadas máxima expresión del crecimiento económico y urbanístico desorbitado que estaba viviendo el núcleo turístico de Maspalomas Costa Canaria, es fantasmagórica. El inmueble está abandonado. No hay condiciones de salubridad que recomienden una estancia mayor a un par de horas. La mayoría de los comercios abiertos dan a la calle, donde a pocos metros se erigen los primeros apartamentos turísticos de la zona.

Unos trabajadores, que prefieren mantener su anonimato, aseguran que han alquilado un almacén dentro del complejo Eurocenter para acopiar su material de trabajo. Es en la segunda planta, donde sí se pueden observar ciertas oficinas y establecimientos, pero todos cerrados y utilizados como depósitos. En la zona de arriba hay más movimiento, con hasta una agencia de modelaje recibiendo clientes cada poco tiempo. En la de abajo, eso sí, es como caer a un mundo frágil y efímero. Los desahuciados de la pandemia, y de antes, han encontrado aquí un lugar para cobijarse de todo. En el centro comercial Nilo pasa más de lo mismo.

El Ayuntamiento de San Bartolomé de Tirajana es consciente de esto. Según ha indicado el concejal de Urbanismo, Turismo y Políticas Ambientales, Alejandro Marichal, el Consistorio se ha reunido con los propietarios de los centros comerciales para proponerles que inicien una modificación de planeamiento y, así, modificar el uso para hacerlo residencial. “De esa manera pueden hacer vivienda como es debido. Y no estar en precario como ahora”.

Sin embargo, continúa Marichal, el plazo ha caducado. “Está fuera de ordenación. No puedo instar a que hagan algo cuando ya está caducada la acción”. Y al tratarse de cuestiones privadas, “la administración está atada de manos”. La cuestión ahora está en atraer inversores que estén dispuestos a comprar estos recintos y mejorar sus condiciones. De otra forma, apunta el concejal, no hay mucho más que hacer.

Un punto de encuentro

Las colas del hambre reúnen a personas como Trine, Ángela y Faouzia. También a Leticia, que se acerca junto con sus tres hermanos. Los cuatro sufren el síndrome de Cowden, un trastorno hereditario raro que se caracteriza por la formación de muchos tumores benignos y un riesgo alto de cáncer. Viven solos gracias a la pensión que recibe uno de ellos, pero no les da para llegar a fin de mes. Deben acudir al banco de alimentos, como están haciendo Hilda y Toni El cubano, mayores de edad que se sostienen gracias al IMV. “Me quedé sin trabajo cuando empezó la crisis. Antes no venía mucho por aquí, solo lo había hecho unas cuantas veces. Ahora lo hago cada 15 días. Es como ir al supermercado”. Poco después, un estruendo altera a todos los presentes. Un descapotable, que parece ser conducido por un extranjero, sale de uno de los apartamentos turísticos más cercano. La doble realidad que se expande por todo San Bartolomé de Tirajana.