El guirre canario ya no tiene las alas llenas de plomo

Fotografía de archivo de un guirre sobrevolando terrenos del municipio de Tuineje, en Fuerteventura. EFE/Carlos de Saá

Gara Santana

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El guirre canario (Neophron percnopterus majorensis), estuvo al borde de la extinción a finales del siglo XX y aunque continúa la amenaza de su desaparición la población se ha ido recuperando considerablemente en los últimos treinta años. Así se desprende de un estudio publicado recientemente en la revista Environmental Research en el que se vincula el descenso en la moralidad del alimoche con el cambio en las técnicas de caza. Estas conclusiones, como siempre sucede con la ciencia, no han llegado de la noche a la mañana, sino que han sido posibles gracias al trabajo continuado y coordinado de un equipo científico de la Universidad Complutense de Madrid; la Universidad de Granada; la Estación Biológica de Doñana y el Instituto de Investigación en Recursos Cinegéticos, ambos centros del CSIC; y la gestión en el territorio del Gobierno de Canarias a través de los cabildos de Fuerteventura y Lanzarote, que es donde perviven las últimas aves de esta subespecie amenazada.

Gracias al análisis de 344 muestras tomadas entre 1999 y 2022 se ha sabido que los niveles de plomo en sangre, indicativos de una exposición reciente al metal, descendieron en paralelo a la prohibición en 2010 del uso de munición de plomo en cacerías en Fuerteventura, sustituyéndose por captura con perros.

Los guirres no matan para alimentarse, con su pico curvo despedazan restos de animales muertos como ejemplares de ganado, conejos o palomas y cuando éstos en su interior contienen plomo para los alimoches es letal. “El plomo era un problema para los guirres”, nos cuenta José Antonio Donázar, responsable científico del seguimiento del guirre en el equipo de la EBD-CSIC. “El cambio en los procedimientos de caza ha supuesto un cambio estadísticamente significativo en los niveles de plomo que hemos encontrado en su sangre”.

El proceso llevado a cabo durante décadas, minucioso y constante, consiste el trabajo de campo, que supone capturar a los pájaros en cebaderos con redes, donde además del procedimiento básico de anillamiento, se le saca al guirre una pequeña porción de sangre por una vena del ala y es posteriormente en el laboratorio donde se determina la concentración de plomo. “Esto nos ha proporcionado información, desde los primeros guirres que capturamos en 1999 hasta los últimos, que son datos de 2022 y 2023”, explica Donázar.

Hoy en día, 25 años después, la población se ha quintuplicado gracias a la eficacia de medidas de conservación tomadas por las autoridades canarias y dirigidas fundamentalmente a reducir la mortalidad no natural.

Los guirres no migran como otros miembros de su especie, su tamaño es un 25% mayor, probablemente por su adaptación insular y no ataca para comer. Esta forma tranquila de estar en el mundo no ha sido compatible con la idea de progreso de los seres humanos. Sus principales amenazas no naturales son los tendidos eléctricos y postes de luz que estas aves utilizan para dormir y otear el horizonte, ya que no hay muchos árboles en Fuerteventura desde donde puedan hacerlo, corriendo el riesgo de morir electrocutados. Su segundo enemigo era el veneno, que se utilizaba contra perros asilvestrados y que luego de forma indirecta ingerían los guirres.

Donázar valora como positiva la experiencia de este estudio, y lo ha calificado como “el ejemplo paradigmático de cómo cuando ciencia y gestión van de la mano y cuando se cuenta con un importante apoyo social, de ganaderos y personas de oficios rurales, como ocurre en Fuerteventura y en Canarias en general, se pueden lograr éxitos muy notables en la conservación de especies muy amenazadas”.

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