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Aznar

Rafael Morales / Rafael Morales

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Un dirigente responsable realiza balance de sus decisiones y extrae conclusiones. Dejo a un lado las coartadas criminales para atacar a Irak (armas de destrucción masiva, terrorismo...) o el consuelo posterior según el cual el mundo, y los iraquíes, estaban más seguros tras el derrocamiento del dictador Sadam Husein. El objetivo confesado fue exportar la democracia y transformar aquel país en un foco liberal y de bienestar económico que irradiaría luz hacia el conjunto de la región. A la base de esta ilusión, alimentada por un desconocimiento profundo del país ocupado, se encontraba otra. Los ciudadanos recibirían a los invasores con muestras de agradecimiento, inmediatamente aceptarían su gestión y colaborarían con los planes de Washington. A saber, el objetivo no confesado, el de robar el petróleo iraquí y establecer bases militares para el control de Oriente Medio y sus recursos.Los resultados están a la vista. Aznar los conoce. No insistiré más que en un aspecto quizá menos difundido. La bancarrota de la estrategia diseñada de lucha mundial contra el terrorismo es inobjetable. Los expertos Meter Bregen y Paul Cruikhank realizaron un estudio titulado “el efecto iraquí”. Según Noam Chomsky, este trabajo destaca que la guerra de Irak “ha multiplicado por siete la actividad terrorista a escala planetaria”. También lo sabe Aznar. Quedarse en Irak sólo estaría justificado estratégicamente como un intento de aguantar el tipo, emprendiendo enseguida una huida hacia adelante contra Irán y/o Siria. A ver si cambia el panorama.Semejante irresponsabilidad debe descartarse porque sólo lograría nuevas destrucciones, miserias, víctimas mortales e impulsos perversos en beneficio del terrorismo, además de una reacción impredecible de Teherán. ¿Otra locura? Chomsky opina lo siguiente: “un depredador se vuelve más peligroso, y menos predecible, cuando está herido”. Quizás. Creo que cualquier salida no estará determinada por una reacción desesperada sino, sobre todo, por el proyecto inamovible de dominar la región, aunque Washington ordene un repliegue parcial de su ejército ante la doble presión de los ciudadanos estadounidenses y de la resistencia iraquí. Bajo esa perspectiva cabe explicarse los razonamientos fantásticos de Bush. Defiende su maltrecho proyecto del Gran Oriente Medio. Trata de sostener a sangre y fuego los intereses bastardos de sus petroleras y del complejo militar industrial. Pero ¿a qué atribuir el empecinamiento de Aznar? Ya no salvará el prestigio por su apoyo incondicional a la barbarie cuando empezó. Eso carece de remedio. Pero podría reconocer la evidencia según la cual la aventura condujo después a una catástrofe. Al fin y al cabo, carece de responsabilidades concretas por el curso de los acontecimientos durante los últimos tres años. Mientras las tropas de ocupación permanezcan en Irak, la estabilidad será una utopía inalcanzable. Aznar lo sabe. Lo reconocen a su manera los militares estadounidenses y millones de personas razonables. La obcecación de este ex presidente cabe explicarla, quizás, como la decisión personal e irreversible de ligar sus intereses y su destino político a Bush, a los neoconservadores estadounidenses y a la derecha española más extrema. Por si alguien no lo había notado.

Rafael Morales

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