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Los antisistema como pretexto

José A. Alemán / José A. Alemán

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Lo digo porque el ministro del Interior, Jorge Fernández, acaba de anunciar duros castigos a la convocatoria de jornadas violentas a través de cualquier medio. Sin disimular que los tiros van contra el uso de Internet, que es lo que le preocupa por su capacidad de difundir mensajes ampliamente y a toda pastilla. Así, se invistió el ministro de energía en la defensa de la autoridad del Estado, negociado de palo y tente tieso.

Pero una cosa es perseguir y castigar el vandalismo y la violencia callejera, como es su obligación, y dos cosas aprovechar unas acciones rechazables para meter a la gente el miedo en el cuerpo y se agache para que Rajoy pueda presumir ante sus mandarines europeos de respaldo ciudadano. A lo mejor echa de menos la Plaza de Oriente.

En referencia a Internet, me pregunto quién determina que hay llamada a la violencia en una convocatoria. Estaría muy claro si se recomendara llevar unas latas de gasolina, cierto número de piedras de lanzar, herramientas para romper escaparates y darle candela al salir de casa al contenedor de la esquina. Pero si el mensaje es esta tarde, a las siete, frente al Ayuntamiento a pegar cuatro gritos, de producirse violencia su atribución a posteriori sería amenaza al convocante potencial para que se calle la boca, que es, me temo, el efecto deseado en adelante.

Vale que se castigue el vandalismo, pero, dada la experiencia histórica, en este país hay que recelar. Debería, por ejemplo, abandonarse el recurso sistemático a los “antisistema”, calificación que se ha convertido en abstracción al no especificarse si los violentos son gamberros juveniles, pirómanos urbanos, lumpen duro, simples delincuentes que se apuntan a un bombardeo, bandas organizadas de provocadores de la ultraderecha fascista o de la izquierda pasada de radicalismo; o agentes infiltrados desde las zonas negras del poder interesados en la promoción de la mano dura gubernamental y quieto todo el mundo.

En los recientes sucesos de Barcelona llamó la atención que los enfrentamientos con la Policía se prolongaran durante horas. Como si se tratara de individuos adiestrados. Y si a eso añado que las imágenes de sus acciones ilustraron, de forma preferente y con insistencia, las informaciones de la huelga, comienzo a sospechar si no será el objetivo del alarde descalificar protestas, desprestigiar a las organizaciones convocantes, asimilar el ejercicio del derecho de huelga al caos y en definitiva indignar y atemorizar a los ciudadanos para que el Gobierno tenga un pretexto para calzar por quienes osen en moverse.

Hubo, en Barcelona, un número de detenciones que, como dirían los estadísticos, es muestra suficiente para discernir y sin embargo, a pesar del muestrario, los incidentes fueron atribuidos, genéricamente como digo, a los “antisistema”. Salvando las distancias, recuerden al noruego autor de la terrible matanza del verano pasado. Conocemos sus vinculaciones ideológicas y sus relaciones con la ultraderecha extrema y sabemos que no es un loco extranjero ni un individuo marginal. Es decir: se le dio a los noruegos los elementos de reflexión necesarios para que una sociedad democrática moderna reflexione sobre lo que se esconde tras una barbaridad semejante. La diferencia de trato a la ciudadanía es notoria respecto a España donde nos lo hubieran clasificado como “antisistema”. Tratan de convencernos de que la mejor manera de evitar la violencia no es saber de dónde y por qué surge para erradicar sus causas sino de que la gente no proteste y aguante carros y carretones sin rechistar.

Si salvo nuevas distancias, ahí tienen el delito de rebelión introducido por el rebelde Franco para masacrar a quienes se mantuvieron fieles al orden legal republicano. Dirán que me paso con la referencia y quizá sea cierto, pero los reflejos mentales son lo que son y funcionan a su aire, estimulados esta vez por los pensamientos e intenciones que truenan en la cabeza del ministro del Interior en contra de las víctimas de la crisis y no de sus responsables, que pueden ser elevados a cargos y hasta amnistiados.

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