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La ciudad de los encuentros casuales

Francisco J. Chavanel / Francisco J. Chavanel

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En realidad todo lo que se conoce de la relación entre los Esquível y los Soria es fruto del azar. Los hermanos Esquível montaron la sociedad Promotora de Recursos Eólicos SL, con tan sólo 500.000 pesetas de capital social, tres meses antes de ponerse en marcha el disparatado concurso eólico. Ellos, desde luego, no sabían nada de nada. Sabían mucho de puertos, de cargas y descargas, pero legos total en asuntos de turbinas y energías alternativas. Ha de ser que alguien con la información precisa les indicó el camino adecuado, pero aquí tampoco nosotros sabemos nada de nada. Es evidente que los Esquível ignoraban la presencia cercana del concurso, por lo que cabe inferir que montaron la citada sociedad por su amor al pasaje de El Quijote donde el adorado loco luchaba contra los molinos de viento.Tampoco los Esquível sabían nada de Alfredo Briganty, que era un reputado abogado en la Corte, al que los Soria le habían ofrecido el cargo de delegado del Gobierno para hacerle la pirula a Antonio López, y que de repente aterriza en la secretaría del consejo de administración de Promotora de Recursos Eólicos SL, por consejo de su buen amigo Larry Álvarez, aunque tal vez queda añadir que a lo mejor ni siquiera a esas alturas los Esquível conocieran las testaferrías del citado Álvarez, con lo que Briganty surgió fruto de la casualidad.También es casualidad que por las mismas fechas José Manuel Soria estuviera buscando una casita para cobijarse mientras le construían una mansión en Santa Brígida, y que por razones puras del sortilegio Javier Esquível le ofreciera un chalé en la misma zona a precio de semiganga. Y aunque algún mal pensado pueda argumentar que los supuestos dineros pagados por el mayor de los Soria en concepto de alquiler no aparecen registrados en las cuentas de Atlantic Building SL –empresa de Esquível destinada a arrendar inmuebles- por la sencilla razón de que no puede contabilizarse aquello que se satisface de manera irregular, también es muy cierto que Javier y José Manuel poseen fama de comportarse tal como almas puras, por lo que el primero nunca pretendió aprovecharse de la situación de su relevante inquilino para extraer beneficio ni el segundo vivir de gorra a cuenta de su privilegiada posición política.Y una vez más tuvo que ser la casualidad el escandalazo público que se montó al saberse que la empresa pública Megaturbinas de Arinaga (gobernada por los dos hermanos Soria y por su chico de confianza de entonces en materia porturia, José Manuel Arnáiz) decidió apartarse de un concurso que le aportaría ganancias millonarias en el sector de viento de mayor calidad de Europa para darle paso, galante y caballerosamente, a la empresa recién creada por los Esquível, con Briganty de secretario de la pomada. Y si fue casual la tormenta que sobrecogió al mundo político y empresarial no menos casual resultó la retirada del concurso de Promotora de Recursos Eólicos SL, tal vez asustada por la dimensión de los hechos, aunque tal temor fuese reparado en días siguientes por una decisión adoptada en el seno del consejo de Administración de la Autoridad Portuaria, en virtud de la cual el Puerto le regalaba el 3,5% de todas las ganancias futuras que extrajera del concurso eólico cuando éste se fallase. El que el contrato fuese declarado lesivo para los intereses de la institución por el Ministerio de Fomento, y el que en ese consejo del dispendio se sentase José Manuel Soria para votar a favor de Esquível, sirven de inspiración poética para todos aquellos que creen en la fuerza del destino, el horóscopo, la empatía entre la luna y las mareas, el espléndido sabor de los pimientos de Padrón que en ocasiones pican y en otras no.El que en este contexto los hermanos Esquível viajasen en el otoño de 2004 a la lejana ciudad de Magdeburgo, y que Luis Soria, a la sazón consejero de Industria del Gobierno canario, estuviese preparando las maletas del regreso al Archipiélago en un hotel de Suecia, y que de pronto padeciese un ataque de mitomanía y se dijese ''cómo me gustaría pasear por la ciudad donde empezó a revelarse el genio del canciller Bismark'' -porque, entre nosotros, debe saberse la fuerte atracción que para la familia Soria supone la trayectoria política del enérgico Otto Von-, y dicho y hecho, en un auténtico plisplas Luis y su comitiva se plantan a las orillas del Elba, en la mismísima Magdeburgo, lugar en el que una mano misteriosa, como si se tratase de un titiritero sobrenatural, lo fue dirigiendo hacia la fábrica de Enercon, mientras, en paralelo, en idéntica unidad de tiempo, los hermanos Esquível, también esclavizados por una voluntad superior, penetran por la puerta de la fábrica alemana, y sin detenerse en nada, como si hubieran estado en ese sitio extraño un millón de veces, caminan y caminan entre operarios, tornillos, olor a sudor, hasta frenarse frente a una turbina en concreto, como quien va a Triana en busca de Giselle Bundchen y se la topa. Y qué casualidad, allí, justo al lado de ellos, un hombre con gesto entre dubitativo y pensativo miraba la misma turbina con emoción extrema, diciéndose ''Luis, pellízcate, estás en la fábrica de Enercon, el símbolo de la reconstrucción de la Alemania del Este, el símbolo del caudillo que forjó una Alemania unida''; y al fin surgió ese instante mágico en el que los ojos de los Esquível y del taciturno Luis se encuentran inesperadamente, fuera del tiempo y de la razón, como Julio César y Napoleón, como Jesucristo y Mahoma, como Pixie/Dixie y el gato con botas, y se espetan mutuamente: ''Anda, tú por aquí, qué sorpresa''. Y es que verdaderamente el mundo puede llegar a ser un pañuelo agitado por los vientos de la fortuna.

Francisco J. Chavanel

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