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El blog de Carlos Sosa, director de Canarias Ahora

Estafar a un sobrino del conde

También empieza a pasar por los tribunales para rendir cuentas ante la justicia y ante sus víctimas un personaje muy extravagante que podría convertirse en el referente importado del estereotipado estafador de cuello blanco. Blanquísimo. Siempre en el terreno de la presunción de inocencia, esa plaza de noble caradura la ocupa por méritos propios nuestro tantas veces mentado Gionvanni Carenzio, un napolitano adoptado con mucho jolgorio por la aristocracia grancanaria en la creencia de que aquellos exquisitos modales, aquel amor por las bellas artes, aquella exaltación de la familia hasta límites pasionales, aquella inclinación por el mecenazgo y por las más especializadas y elevadas relaciones públicas pertenecían a uno de los suyos. Casóse el tal Carenzio con una mujer perteneciente a una familia respetable, y tan embaucadora ha sido su actitud, que hasta ha conseguido que ella se haya llevado la primera condena judicial por sus correrías. La sociedad grancanaria, cruel con los que rompen determinadas reglas del juego, sabrá sin embargo perdonar el desliz a Lolina Molina, pero parece bastante improbable que el perdón se extienda al señor Carenzio. Y no es porque la alta sociedad sea implacable con los delitos y las faltas relacionadas con la apropiación indebida, la avaricia, la codicia o el saqueo, no. Lo que no perdona es que esas debilidades se dirijan hacia miembros de la misma nobleza, y ese es el pecado más grave que ha cometido este napolitano con amagos de conexiones mafiosas. Efectivamente, Carenzio se equivocó engañando a un miembro de una de las familias más nobles de la vecindad de Vegueta, Iván del Castillo, sobrino del conde de la Vega Grande.

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