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Argentina de vuelta
En una librería de Buenos Aires, encantadora, te puedes encontrar cualquier cosa. Hasta que su dueño te vuelva loco con ofertas y posibilidades dispares: siempre saldrás de allí con un libro. Se llama Los siete pilares, está cerca del hotel Plaza y solo vende libros de lance. También es probable que alguien te lleve a La Brigada, un restaurante en el que el solomillo se come con cuchara y Maradona está por todas partes: en el barrio de San Telmo. Pero siempre te digo lo mismo, piérdete en Puerto Madero y siéntate en la terraza de La Cabaña de las lilas, y el café Tortoni, y los teatros en permanente estado de gracia. Y la crisis, las crisis. “¿Qué crisis?”, dijo una vez un publicitario argentino al ser entrevistado por una revista española, “siempre estamos en crisis” remató.
El domingo pasado, después de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, cundió la alarma sobre Argentina. Había ganado el maligno.
El maligno, claro, según se mire porque ese chico de Pontevedra al que le rompieron las gafas y que llegó a presidir el gobierno de España, le prestó su apoyo. Qué cosas. La ultraderecha local, ya se sabe. A otros les gustaría decir que les gusta pero prefieren no hacerlo, y eso que no han leído a Melville. Cuesta reconocerlo, pero no se aguantan los análisis porque el viejo peronismo no podía funcionar como alternativa en un país que se sostiene con la esperanza de las metáforas.
Quizás me enamoré de Argentina y de sus gentes con el primer cuento de Cortázar, mas bien con el libro Octaedro leído de madrugada en un tren Coruña-Madrid que todavía se llamaba Rías Altas. Lo demás no importa, siguió a continuación como una bola de nieve en Bariloche. Es probable que no exista persona gallega sin parientes en Argentina. Es imposible no impresionarse en el centro gallego y en su hospital: en Buenos Aires casi todo es enorme. Te resultará más fácil dejar las lágrimas antes de llegar al aeropuerto de Ezeiza en una ciudad preñada de nostalgia, bañada de melancolía.
La última vez en el Plaza pretendían venderme un programa cultural presuntamente bendecido por Fernando Savater. “¿Han hablado con él?”. No hubo respuesta pero mi interlocutora pidió nuevos martinis que se sumaron a la cuenta de mi habitación. Llamé desesperado a un bonaerense de adopción, en realidad, grancanario de pro, para que cenara conmigo y me sirviera de pañuelo. El viaje había sido un fracaso desde un punto de vista europeo, pero como yo no estaba para melindres, me llevé una primera edición de un autor del 27. Hugo, el dueño de Los siete pilares insistió: por aquel entonces, su pareja era malagueña. Claro que yo no sabía que Almudena Grandes frecuentaba aquel semisótano de la Florida, seguro que nos hubiéramos saludado.
Nadie se atreve a esbozar las consecuencias, las inmanencias y las categorías que están detrás de los resultados de las elecciones argentinas, ni todo lo que está por venir. A comentaristas, analistas, pseudoperiodistas y augures variados de los medios de comunicación españoles, les preocupaba en exclusiva la importancia de una llamada de Pedro Sánchez al chico de las patillas. Liliana apagó entonces el televisor y me regaló un ejemplar de Santa Evita de Tomás Eloy Martínez: “Solo tienes esta noche para leerla, me voy por la mañana”. Y ella se fue con la lluvia, todos los finales son iguales.
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