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La hez y las sotanas

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Cuando ya habíamos leído a todo Julio Verne, y Stevenson, y, cómo no, habíamos pasado horas en el cobertizo de Guillermo Brown y los Proscritos, cuando empezábamos a pasarnos, con las cubiertas forradas con papel de periódico, (gracias a Luis Pumares Lagoa), aquellas novelas bárbaras de Sven Hassel que relataban las andanzas y atrocidades de los integrantes de un batallón de castigo en la II guerra mundial. Cuando todo eso, y más, el hermano marista tutor de mi curso llamó por teléfono a casa y habló con mi padre. Le comunicó que yo ya estaba preparado para leer un importante libro, una novela formativa, “muy cristiana pero realista” o algo así dijo el cura. Y que si mi padre no ponía inconveniente, me iban a facilitar un ejemplar. Mi padre no puso inconveniente alguno a aquella mentecatez, dejó hacer y así fue que leí La vida sale al encuentro del sacerdote José Luis Martín Vigil. Una enorme cursilada que para mayor escarnio, estaba ambientada en Pontevedra, Vigo, la playa de Samil y el colegio femenino de Placeres. Volví y continué con las lecturas verdaderamente formativas hasta que me topé con Ernest Hemingway y su Por quién doblan las campanas. Desde aquellos quince años, no volví a ser el mismo, quise ser Hemingway y todavía estoy en ello. Quise ser perfecto en la concepción y con precisión lapidaria en la estructura, como decía Tenensse Willams de la gran escritora Carson McCullers.

Pero todo esto viene al pairo de una noticia: ahora se desvela que “El cura superventas de los 60”, Martín Vigil, autor de aquel libro insípido, “ fue acusado de pederastia y encubierto”, titulaba El País el pasado lunes. Muy bien por ese periódico, que ha desvelado centenares de abusos de las sotanas durante años, y sigue haciéndolo.

Yo no vi nada de eso en mi colegio, los Hermanos Maristas de Cristo Rey en Coruña, aunque todos intuímos cosas desagradables. Mas prefiero recordar al hermano “Fosforito”, el cual, como me recuerda otro compañero, Juan Pablo Nieto Mengotti, se llamaba Pablo Agustín Cueto, “respetuoso y tolerante.” Nos daba Historia del Arte, Literatura Universal y Latín a la manera de la Institución Libre de Enseñanza, en sexto de bachillerato. Con todas las heces curiles, sabidas y por saber, me quedo con el hermano Pablo, un sabio que nos abrió las pequeñas puertas de la sabiduría. Al resto, que les condenen a sus infiernos.

Cuando ya habíamos leído a todo Julio Verne, y Stevenson, y, cómo no, habíamos pasado horas en el cobertizo de Guillermo Brown y los Proscritos, cuando empezábamos a pasarnos, con las cubiertas forradas con papel de periódico, (gracias a Luis Pumares Lagoa), aquellas novelas bárbaras de Sven Hassel que relataban las andanzas y atrocidades de los integrantes de un batallón de castigo en la II guerra mundial. Cuando todo eso, y más, el hermano marista tutor de mi curso llamó por teléfono a casa y habló con mi padre. Le comunicó que yo ya estaba preparado para leer un importante libro, una novela formativa, “muy cristiana pero realista” o algo así dijo el cura. Y que si mi padre no ponía inconveniente, me iban a facilitar un ejemplar. Mi padre no puso inconveniente alguno a aquella mentecatez, dejó hacer y así fue que leí La vida sale al encuentro del sacerdote José Luis Martín Vigil. Una enorme cursilada que para mayor escarnio, estaba ambientada en Pontevedra, Vigo, la playa de Samil y el colegio femenino de Placeres. Volví y continué con las lecturas verdaderamente formativas hasta que me topé con Ernest Hemingway y su Por quién doblan las campanas. Desde aquellos quince años, no volví a ser el mismo, quise ser Hemingway y todavía estoy en ello. Quise ser perfecto en la concepción y con precisión lapidaria en la estructura, como decía Tenensse Willams de la gran escritora Carson McCullers.

Pero todo esto viene al pairo de una noticia: ahora se desvela que “El cura superventas de los 60”, Martín Vigil, autor de aquel libro insípido, “ fue acusado de pederastia y encubierto”, titulaba El País el pasado lunes. Muy bien por ese periódico, que ha desvelado centenares de abusos de las sotanas durante años, y sigue haciéndolo.