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Aznar se echa al monte

Hasta mucho tardó José Manuel Soria, su Excelencia, en subirse al carro de la crispación que se ha empeñado en volver a manejar, con caballos desbocados, el líder del mundo mundial Ansar from Spain. Su comparecencia en la comisión del 11-M, con Paulino Rivero babeando lastimosamente, ha reavivado pasiones. Mala situación ésta de polarización de la vida política que, por fortuna, está más atenuada en la sociedad de cada día. La derecha-derecha ve a ese hombre, que combatió con éxito a Felipe González, como el mejor caudillo para combatir a Zapatero. Además, se plantó duro ante el terrorismo. A la izquierda-izquierda ya no le parece prepotente o excluyente: directamente le parece un desquiciado mentiroso que juega con gafas y se atusa un almidonado tupé. Unos y otros no tienen la última palabra, que la tiene, afortunadamente, el electorado de centro, centro-derecha o centro-izquierda, que dictaminará -cuando proceda- si se trata de un estadista o de un soplagaitas. Ambas cosas no, que no son compatibles. Y a las pruebas nos remitimos. Se equivocan Soria y los suyos con la aplicación local de esas doctrinas, ya verán.

Hasta mucho tardó José Manuel Soria, su Excelencia, en subirse al carro de la crispación que se ha empeñado en volver a manejar, con caballos desbocados, el líder del mundo mundial Ansar from Spain. Su comparecencia en la comisión del 11-M, con Paulino Rivero babeando lastimosamente, ha reavivado pasiones. Mala situación ésta de polarización de la vida política que, por fortuna, está más atenuada en la sociedad de cada día. La derecha-derecha ve a ese hombre, que combatió con éxito a Felipe González, como el mejor caudillo para combatir a Zapatero. Además, se plantó duro ante el terrorismo. A la izquierda-izquierda ya no le parece prepotente o excluyente: directamente le parece un desquiciado mentiroso que juega con gafas y se atusa un almidonado tupé. Unos y otros no tienen la última palabra, que la tiene, afortunadamente, el electorado de centro, centro-derecha o centro-izquierda, que dictaminará -cuando proceda- si se trata de un estadista o de un soplagaitas. Ambas cosas no, que no son compatibles. Y a las pruebas nos remitimos. Se equivocan Soria y los suyos con la aplicación local de esas doctrinas, ya verán.